En Brasil, Colombia, Ecuador, algunos países del Caribe y en África el fútbol, es jugado como una fiesta, un carnaval.En países como Italia, Argentina, Uruguay, Holanda o Paraguay, con rebeldía, en el nuestro es y será siempre al son del conformismo: la última joya es que aseguramos un “Noveno lugar” (parto a saltar a Plaza Italia) y que Pinilla se tatuó el travesaño famoso.
Nadie duda que la Roja tuvo una gran participación, que hubo trabajo serio y mala suerte en el sorteo.Sin embargo, nuestra resignación es una construcción cultural profunda alimentada por la élite, pues para nosotros sólo debe haber disciplina, rigor y alegrías grises como haber salido segundos en el combate naval de Iquique.
Tendría unos 10 años y recuerdo a un jugador argentino de Ferrocarril Oeste que tras un amistoso con Colo Colo de local, en el cual ese equipo de quinta filanos empató a último momento, dijo al reportero de cancha: “los chilenos juegan bien, pero se conforman con poco”.
Hoy los medios, al igual que con las responsabilidades políticas, desean centrar el Chile-Brasil en el terreno de la anécdota, prometer una Copa América que nunca ganaremos y resaltar el travesaño por sobre el real horror cometido por Pinilla, su penal.
Hace mil años atrás como alumno del Instituto Nacional conocí mi única gloria deportiva, pues tenía aptitudes para el pórtico de baby fútbol.Ese año 89, mientras el muro se caía, cumplí el sueño de ser titular en un equipo campeón gracias a esos amigos.
El campeonato era demasiado importante, porque en ese mundo deslucido y espartano, el fútbol era lo único que teníamos. Eran partidos muere-muere desde el inicio, contra 17 cursos por nivel durante dos meses antes del aniversario, en lejanas canchas invernales del estadio de la institución, para ver si llegabas alguna vez a una final dorada en el patio de honor, con todos los balcones, escalas, pasillos y ventanas repletas de enfermos mentales saltando, en un infierno muy semejante al Centenario.
Mi equipo estaba formado por cracks que venían de un par de frustraciones en años anteriores. Rindo tributo a Arroyo, Aliaga, Galdames, Martínez, Pardo y Briones en ese año 89 que se juramentaron ganar la copa.
Aliaga era el líder, parecía un profesional a los 15 años, jugaba en club desde niño, poseía una potencia, habilidad y cabezazo uruguayo que dejaba con la boca abierta a los profesores de educación física, a los que no daba boleta porque era el futbolista rebelde y rechazaba jugar en la selección del colegio porque estaba llena de “apitutados”.En suma, un player“yorugua”.
Cuando se decidió que yo sería el meta de ese equipo lleno de estrellas, Aliaga se me acercó días antes del campeonato y con rostro pétreo e intimidante, me dijo tomándome de las solapas: “Si te mandas una cagada, yo te voy a sacar la mierda. Yo. Este año es la última oportunidad que podré ser campeón acá, ¿oíste?”.
No dormí en todo ese torneo y estuvieron esas palabras en mis guantes angustiados para cada salida, córner, penal, despeje, volada o rechazo con los puños. Sólo tuve dos goles en contra y ganamos en una final a todo Centenario contra los archirrivales.Temblaba horas después de ganar el campeonato.
En el fútbol y en la vida hay errores y horrores. Allende podrá haber cometido errores, pero Pinochet cometió horrores. En el partido Chile-Brasil recién sufrido, podemos encontrar muchos errores y aceptarlos. Error grande de Sampaoli y que ha pasado colado, fue que no preparó el ítem sagrado de los penales como arma legítima para derribar a un monstruo.
Los penales no son una lotería, se ensayan, se estudian. Pensar lo contrario es propio de un país no futbolizado y entregado.
Pero eso fue un error, el horror estuvo a cargo de dos jugadores: Jara y Pinilla. Jara cometió dos, un autogol y un penal crucial. Sin embargo, Pinilla entero fue un error y horror en su convocatoria. Tanto que se habla ahora del mérito, ¿me van a decir que Pinilla hizo una carrera laudable para ir a un mundial? ¿Dónde está la carta de Pinilla pidiendo perdón a Sanchez, Vidal, Medel, Aránguiz y Bravo por su penal?
En su estilo mediocre optó por lo mediático y se hizo un tatuaje, el cual no debería graficar el travesaño, sino que el penal negligente marrado en un partido que jamás se repetirá en la historia del fútbol chileno. Pinilla estaba sin 120 minutos encima y no merecía ir a un mundial, jamás estuvo a la altura de un Medel ultra lesionado, un Vidal hipotecando su rodilla o un Sánchez que se puso el equipo al hombro en todos los partidos.
Más encima es recibido como héroe y le dan toda la pantalla a su tatuaje infantil, en su lugar debería haberse dibujado su penal holgazán. Es más fácil dejar todo el tema en un travesaño, para así posar de casi héroe.
Para la eliminatoria Alemania 2006 Salas descubrió que Pinilla venía con hálito alcohólico a Juan Pinto Durán y lo encaró. Pinilla, siempre hiperventilado por la farándula le respondió a Salas: “¿Y voh guatón, a quién le ganaste?” Pinilla en ese entonces llevada menos de 20 goles en la liga chilena y ningún título. Salas, tenía más de doscientos y trece campeonatos ganados. (“Anecdotario del fútbol chileno”, Guarello y Chomsky)
Me habría encantado que Medel o Vidal hubieran agarrado a Pinilla en el camarín luego del partido y lo hubieran reventado a puñetes. Me habría complacido que éstos lo hubieran interceptado antes del mundial y le hubieran aullado a la cara lo que un día Aliaga me vociferó a mí, el eslabón débil de ese equipo del 89.
Atajé y atajé como condenado a muerte, me disloqué un hombro, todo porque mi precariedad futbolística no tenía derecho a privarle a ese recordado crack escolar una copa tan importante, pues no iba a existir una segunda oportunidad, nunca más tendríamos 15 años, jamás ese equipo jugaría de nuevo.
¿Si no es hoy, cuándo?, ¿si no es aquí, dónde? En el país de los casi-casi, ese tatuado es rey y las penas del fútbol se pasan con ese conformismo asfixiante.