Allende fue quién insistió, de modo visionario, en la necesidad de una editorial del Estado. En 1967 presentó una moción de Proyecto de Ley para crear una empresa editorial que permitiera, entre otras cosas, abaratar los costos de los libros para el “beneficio de las capas modestas de la población”.
Aunque la idea no prosperó, Allende mantuvo firme su propósito. Por eso, ya siendo Presidente, en la Unidad Popular, el 12 de febrero de 1971 “comunicó al país un compromiso formal de venta” de editorial Zig-Zag al Estado de Chile. Un día más tarde, el 13 de febrero de 1971, a través del diario La Nación, el compañero Presidente informa la compra definitiva del sello.
Todo esto lo cuenta Un sueño llamado Quimantú (2014), libro testimonial de una de las protagonistas de la historia que referimos: Hilda López, quien estuvo desde el inicio del ambicioso proyecto hasta su último día de operaciones, el 11 de septiembre de 1973, primero como coordinadora y luego directora de la emblemática revista La Firme.
El libro es una apuesta de Ceibo ediciones, sello que ha incursionado con éxito en textos que mezclan testimonio, periodismo comprometido y literatura.
El volumen es ilustrativo respecto a la épica que significó esta empresa. Narra como, por ejemplo, Sergio Maurín, que asume como un importante directivo, rompe todos los códigos gerenciales cuando, en su horario de colación, “hizo la cola en el casino y luego, bandeja en mano, se sentó junto a los trabajadores”. Su conducta, agrega la autora, fue siempre la misma, y era habitual verlo bajar a los talleres “a aprender” el trabajo con los operarios.
El libro ofrece un material gráfico muy relevante. Destacan una serie de fotografías e imágenes de colaboradores y de múltiples apariciones de la editorial en la prensa de la época. Estos registros, que atraviesan de principio a fin el libro, son en blanco y negro; no obstante, al centro del volumen hay 14 planas en colores, y en una mejor calidad de papel, que reproducen acertadamente las portadas de revistas y libros, así como de diversos afiches, publicados por la editorial.
Un acápite del volumen está dedicado a los distintos proyectos que desarrolló Quimantú en su corta existencia. Las aproximaciones a estas revistas y colecciones de libros infantiles, entre otros productos editoriales, en muchas ocasiones son textos de personas que estuvieron involucradas directamente en dichos proyectos.
Destaca la revista femenina Paloma, cuya idea era respaldada por Hortensia Bussi de Allende, la Primera Dama, y que, curiosamente, fue pensada por su creador a partir de la experiencia de Hugh Hefner y Playboy, como una revista amplia y compleja que soportara una pluralidad de temáticas.
Un espacio considerable del libro se dedica a los “quimantucinos”, es decir, a quienes se desempeñaron en la editorial. Entre ellos figuran Hernán Vidal (Hervi), Pablo Dittborn y Jorge Arrate, entre muchos otros. Aquí, como en los textos anteriores, hay colaboraciones de los mismos participantes de este gozoso proceso de cambio de paradigma cultural, que se decidieron a narrar su experiencia en primera persona.
Sus testimonios son de indudable valor. Uno de ellos, el sociólogo Tomás Moulian, integrante del equipo División Editorial, señala: “Quimantú participa en lo central de la Unidad Popular: la dignificación de los pobres. El hecho que leyeran a Chejov, a Flaubert, a Jack London, a Puschkin, en un librito pequeñito que estuviera a su alcance, era una labor de lucha cultural”.
Antes de cerrar el recorrido por la historia del sello estatal, la autora se detiene en un recuerdo doloroso, denominado “Nuestros muertos”. En este apartado, da cuenta de las víctimas de la represión militar ligadas a Quimantú, todas consignadas en el Informe Rettig. Sólo uno de ellos, Arturo San Martín Sutherland, tiene sepultura; los demás, aún permanecen sin ser encontrados. Junto a sus fotos, la autora menciona las circunstancias en que fueron secuestrados. Los Detenidos Desaparecidos son: Luis Jiménez Cortés, Diana Aron Svgilsky, Guillermo Martínez Quijón, Guillermo Gálvez Rivadeneira, Moisés Mujica Maturana, Carmelo Soria Espinoza.
Quimantú significa “sabiduría del sol”; es la unión de dos voces del mapudungún: Kim (saber) y Antú (Sol), encontradas por Luz María Hurtado–a quien le habían encargado la misión de buscar un nombre apropiado– en unlibro de 1934, escrito por el padre Félix de Augusta.
Esta sabiduría hace sentido en nuestros días. Además de la imprescindible necesidad de mirar el pasado, con las luces y sombras que ofrece un proyecto como este, el libro de Hilda López propicia una reflexión que en la actualidad resulta cardinal: la posibilidad de crear una editorial del Estado.
El tema, desde luego, genera polémica, pero creo que es menester cuando menos considerarlo dado lo oneroso que resulta adquirir un libro Chile. Los editores independientes, por lo que entiendo, apoyan la idea; supongo que no ocurre lo mismo con los representantes de las transnacionales.
Empero, sería interesante evaluar la factibilidad de una empresa de esta naturaleza, alejándose del debate ideológico que suscita. Sin duda, la cultura merece pasar por alto los supuestos cuasi-trascendentales que defiendan, como palabra revelada, los gurúes del capital privado.