Sueños sin párpados (Contracorriente ediciones, 2014), es una notable incursión en la narrativa del consagrado poeta Thomas Harris, un volumen que transita entre el relato fantásticos y la ciencia ficción, siempre sacando los máximos rendimientos del género cuento, aunque ajustándose a sus convenciones básicas.
Es frecuente que los autores que pasan de la lírica a la narrativa destaquen por la calidad y uso del lenguaje. Este es el caso. El presente es un libro cuidadosamente editado, de una prosa trabajada. Sin duda, se ve el trabajo de Ignacio Fritz y Lucía Sayagués como correctores de estilo; pero se intuye también que los estándares de Harris son otros, muchísimo más altos que los habituales en estas lides.
También se aprecia un diálogo con la alta y baja cultura que dotan al libro de un aire posmoderno (aparte del extenso diálogo con Baudrillard), anulando los estatutos que antes los diferenciaban, de costumbre en favor de la cultura de élite.De hecho, ciertos lugares recurrentes de la cultura de masas se tematizan con lucidez en un par de relatos; el resultado es que el registro pop se ensalza como dueño de una sensibilidad que debiera ser del mayor interés para las artes.
“El Cristo barroco” destaca, al interior de esta sólida apuesta, como un texto particularmente logrado, valioso. Es nítida la vinculación del título con la abundancia y ornamentos que saturan las excelentes descripciones que le dan forma (especialmente las del manicomio). Es, en regla, una escritura barroca, tanto por los excesos de lenguaje como por los contrastes entre luces y sombras, los énfasis en la suciedad, lo bizarro, las plétoras y los desequilibrios.
El narrador/protagonista es el propio Thomas Harris que va a una ciudad pos apocalíptica de las Antillas–la OTAN la ha bombardeado con armas biológicas para que caiga el régimen y, para ese momento, solo hay una estación climática– con el fin de hablar con el enigmático FraAngelico (sic) y que este le cuente la historia del Cristo barroco, motivo por el que se encuentra privado de libertad en un manicomio.
FraAngelico es un psicópata de aquellos.El ex sacerdote afirma ser el Anticristo, y por eso “noche a noche reza el Credo al revés y se masturba por, por… el ano con un crucifijo bendecido por el mismísimo Papa Pío”. Antes de su reclusión en la siniestra casa de orates, sin embargo, sus costumbres tampoco eran muy sanas: “ayunaba meses completos y se azotaba en la celda de su convento con un zurriago hecho con cuero de burro”. Sí, con cuero de burro.
Los demás cuentos que conforman el libro no carecen de méritos. “Perros” impresiona por la precisión de sus imágenes, en un texto donde la historia se desplaza en favor de la creación de una atmósfera de desastre nuclear, que va siendo construida con esmero por un narrador voluntarioso, que interpela al lector y reflexiona y duda, al mismo tiempo, sobre la narración que ve edificando.
“La hija de Shakespeare”, por su parte, es una invasión lúdica al terreno de la metaliteratura y metaficción, atiborrada de un humor inteligente y paródico que se ríe de estos trucos, tan de moda por estos días. El protagonista parece ser nuevamente el propio Harris, que dialoga largo y tendido con un William Shakespeare que ha logrado torcerle la mano al destino. El dramaturgo volvió de entre los muertos, como Cristo “pero con menos alharaca”, y ahora es un literato costarricense, amigo de Nicanor Parra y obsesionado con Fidel Castro y el comunismo.
Similar es el juego formal que representa “Cine y suicidio”, que ensaya –en todo el sentido del término– sobre tópicos tan pertinentes a la literatura como son la reescritura y la intervención, claro que a partir de registros audiovisuales, como son una clásica película de Roman Polanskiy una diva, igual de clásica,de Ingmar Bergman.
“Ir por piel” y “Breve hasta nunca de un vampiro”, por su lado, son cuentos fantásticos, donde lo extraordinario irrumpe en la cotidianidad de un mundo normal, donde todo parece común y corriente; en tanto que “Anywhereout of theworld” y “A quien esté harto” develan los claroscuros de la tecnología. Quizás este último relato sea el más débil del volumen, pues lo aconsejable –por lo general– no es explicar la teoría sino problematizarla mediante una anécdota que la escenifique, y así refutarla o bien dar cuenta de su aplicación.
En suma, Sueños sin párpados es de aquellos libros importantes que tan ocasionalmente se publican en nuestro medio y, no obstante, no poseen un público ni un aparato crítico que lo pongan de relieve. Constituye, de este modo, otro triste desliz de nuestro estrecho campo cultural.