Desde los balbuceos de un recién nacido a los deseos postreros del moribundo, las primeras y las últimas palabras han sido siempre significativas en la vida de los seres humanos. Si advertimos las terminales de la ex Ministra Claudia Barattini,”me faltó relacionarme mejor con el Parlamento y las comunicaciones” y las primeras de su sucesor, Ernesto Ottone, “el arte y la cultura no son un lujo, son todo: una necesidad de cada grupo humano”, podemos advertir las explicaciones iniciales de un cambio, para algunos, sorpresivo.
Barattini no vacila en evaluar su gestión positiva destacando la consulta indígena, dónde no hay dos opiniones, y los preparativos de la Ley que crearía un ministerio de las Culturas y el Patrimonio. Ninguna de las dos suficientemente comunicadas ni puestas al alcance del Parlamento. En el primer caso, quizás agravado por el proverbial desprecio de los medios de comunicación a los pueblos originarios; en el segundo, sin justificación, debido al natural interés que la gente de la cultura y también los medios tienen al respecto. No obstante, hasta la fecha a una semana del 21 de mayo, no hay luces. Y sí muchas sospechas.
La administración saliente no le otorgó urgencia a la tramitación del proyecto, ni la instaló en el debate con los incumbentes, reduciéndola a simulacros de participación sin contrapartes con capacidad de respuesta a las proposiciones, lo que desembocó -aparentemente- en una arquitectura institucional que pegotea entidades existentes, como se ha encargado de comunicar la DIBAM en desmedro de un discurso alternativo del Consejo Nacional de la Cultura.
Por ello, entre las labores prioritarias de Ernesto Ottone está sacar al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de la irrelevancia en que está sumido, por ausencia pública de un sueño respecto del desarrollo cultural en Chile e invisibilidad de sus autoridades unipersonales y colegiadas.
Las primeras tareas son, en consecuencia, básicas: restablecer visibilidad; dialogar con el mundo de la cultura; repotenciar los órganos de participación que caracterizan y diferencian a este Consejo del resto de la administración; compartir tareas con los centros culturales que sustentan las artes en todo el país, y agilizar la gestión del servicio, orientándolo hacia desafíos país, por ejemplo, la reforma educacional, los diferendos con los países limítrofes o el rol solidario de la cultura ante los desastres naturales.
Señales como la recién actualizada política del libro y la recepción por parte de Ottone de un anteproyecto de las artes escénicas, parecen indicar que el camino inmediato va antes por leyes sectoriales que por apresurar el Ministerio.
Las primeras palabras públicas de Ottone, aludiendo a la imprescindibilidad de las artes y la cultura para las personas, bien pudieron estar en boca de su antecesora, pero no fue así. No hubo capacidad en su equipo de constituir un discurso propio que infundiera mística a un mundo cultural que no requiere de mucha provocación para adherir a buenas causas.
Más allá de mejorar su capacidad en comunicaciones, el ministro Ottone debería tener espacio para revisar aspectos del proyecto de ley y deberá optar por hacerlo antes de su presentación al Congreso o hacerlo durante el debate legislativo. Es decir, presentando indicaciones a la anunciada indicación sustitutiva.
No se le puede imponer a un nuevo secretario de estado que asuma sin revisión una gestión pre legislativa deficiente. Hay antecedentes: el ex Ministro Ampuero dio una vuelta de tuerca al proyecto que había generado su antecesor, convocando a un encuentro plural en el Congreso; su esfuerzo no alcanzó a ver frutos a causa de los escasos meses que estuvo en el cargo.
Ottone tiene un horizonte cercano a los tres años, que es, según el OPC lo que suelen tomar los proyectos de este sector en el Parlamento. Es de esperar que los use para llevar adelante una institucionalidad que supere la existente, conservando su carácter autónomo, participativo, con patrimonio propio y vinculante en la formulación de sus políticas.
De otro modo, no valdría la pena modificar lo existente.