La temprana muerte de Roberto Bolaño, quien falleció el 2003 a los 50 años, debió dejarnos algunas lecciones. La más importante: hacer justicia en vida con aquellos escritores que han marcado el devenir de la literatura latinoamericana con su obra.
La enseñanza es simple, pero los organismos culturales parecen sordos y ciegos a estas experiencias. No darle el Premio Nacional de Literatura en 2014 a Pedro Lemebel, fue desperdiciar la última gran oportunidad de reconocer una de las trayectorias más relevantes del arte de las últimas décadas.
En vez de eso, la institucionalidad optó por una especie de operador político cuya carrera comenzó de la mejor manera, pero que llevaba años publicando obras de dudosa calidad, reprobadas por la crítica y la academia.
Junto a las novelas de Diamela Eltit, las crónicas de Pedro Lemebel representan el registro más original de las postrimerías del Chile dictatorial y la emergencia de la transición, proceso, éste último, del que siempre fue un enconado fustigador.
Lemebel en sus textos cometía arbitrariedades y excesos, los que solo son legítimos cuando quien los esgrime posee su lucidez y consecuencia. Era una escritura que hizo de la odiosidad y el resentimiento una valorable marca de estilo.Lemebel era tremendista y desmesurado, clasista y rotundo.
Hablaba de periferia y subalternidad, de diferencia y subjetividades al límite, siempre alejado de la norma y lo mayoritario. Todo esto, que en otros es oportunismo y pose, en él era un gesto de valentía, de voluntarismo, de no ofrecer su pluma al mejor postor. Lemebel se instaló desde sus primeras apariciones en la pertinaz y olvidada libertad que ostentan los que no tienen precio ni buscan el acomodo en las cortes del poder.
Lemebel se inscribió en el margen cuando no era políticamente correcto hacerlo; hacía gala de un neobarroquismo antes que esto fuera requisito indispensable para transformarse en objeto de estudio de una tesis doctoral; fue “trans” cuando los estudios de género todavía no abarrotaban las revistas académicas.
Con Las Yeguas del Apocalipsis, dúo performático que funda en 1987 con Francisco Casas, saboteó eventos culturales que le inspiraban sospecha, cuando no franca antipatías. Allí mostró su ética y su estética a contrapelo de la oficialidad que tantos escritores asumen como única manera de subsistencia.
El mismo arrojo y convicción enseñó al elegir sus temáticas. Se mofó sin piedad del discurso de la Teletón y de su mesías haciendo publicidad frenéticamente a las corporaciones durante 27 horas seguidas. Describió lances homosexuales callejeros en primera persona, la alegre seducción de dos obreros jóvenes bajo un puente del centro de Santiago.Ingresó a la épica del pueblo mapuche con desconfianza, relativizando“las alabanzas de los cronistas de la Conquista que redoblan su propio narciso al ponderar mariconamente la hombría mapuche”.
Con una prosa recargada, llena de florituras y sobre adjetivada, dearriesgados tintes autobiográficos, la obra de Lemebel logra a carta cabal una de sus mayores aspiraciones: incomodar. Y no lo hace solo con aquellos que pertenecen a la moral conservadora de las capas dirigentes, también golpea con rudeza al progresismo.
Mostró, en su Manifiesto (Hablo por mi diferencia), la beatería de una izquierda homofóbica, en un texto que mezcla la crónica, el cuento y la poesía.Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en la Estación Mapocho. Lemebel llevaba tacos altos y una hoz maquillada le nacía en la boca y se extendía por la mejilla.
Ese aparato textual inclasificable, probablemente una de las piezas literarias más valiosas del siglo XX, cuestiona la moral revolucionaria heteronormativa.
Dice. “Pero no me hable del proletariado porque ser pobre y maricón es peor. Porque la dictadura pasa y viene la democracia y detrasito el socialismo ¿Y entonces?¿Qué harán con nosotros compañero?¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano? ¿Nos meterán en algún tren de ninguna parte? ¿No habrá un maricón en alguna esquina desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?”
Nos quedan sus libros y los escasos registros audiovisuales de sus performances.Nos quedan entrevistas y fotografías. Nos queda su ironía y su ideología implacable. Pero también nos queda el signo flagrante de la ignorancia en ese premio que no le fue otorgado. La prueba triste y fehaciente que la calidad, coherencia y el peso de una obra distinguida y distinguible en todo Latinoamérica, no bastan para obtener un lugar en el sombrío olimpo de las letras nacionales.
Adiós Lemebel, adiós mariquita linda.