La ficción audiovisual es parte de la conversación diaria.Aunque no seamos fanáticos de la televisión ni de Internet, siempre podemos encontrarnos por la calle con las portadas de Las Últimas Noticias o algunas revistas, que nos cuentan las penurias de los personajes de las telenovelas con imágenes a todo color.
Pituca sin lucas es tema de conversación por varias razones: la primera es que ha superado en rating a sus competidoras en el horario de “la batalla de las teleseries”, ganando espacio incluso para ser repetida en horario nocturno y robar audiencia de los canales competidores, cuyas áreas dramáticas han perdido rostros y se han visto disminuidas en prestigio.
Además, la telenovela de Mega nos ha hecho regresar al romance simple y a la fantasía de La Dama y el Vagabundo, donde el protagonista ayuda a la damisela en desgracia y la acompaña a enfrentar la desdicha de encontrarse sola frente a la adversidad, es decir, a ese “mundo real” del 99% de chilenos a quienes no les llevan el caviar a la cama mientras planifican el siguiente viaje de compras a la Quinta Avenida en Nueva York.
Pero la razón que me parece más interesante para que hablemos de la teleserie, es la desigualdad misma. La falta de equidad en Chile es parte de la conversación diaria en lo político y también en lo íntimo. Si bien las redes sociales online no aportan una perspectiva masiva de la población chilena, un alto porcentaje sí comparte sobre temas que aparecen como “relevantes” en lo cotidiano.
Los más de cinco millones de usuarios chilenos de Twitter, por ejemplo, durante las últimas semanas han centrado su atención en la desigualdad a través de dos trending topics que hablan por sí mismos: #Esmuydecuicos y #SecreeABC1y.
La pregunta por la identidad está en esa conversación cotidiana que se traspasa a las redes a través de aquello que nos hace ser lo que somos: ¿qué significa ser cuico? ¿Cuánta gente en Chile es ABC1 y cuáles son sus diferencias con los grupos C2, C3 o D?
Una preocupación tan latente debería transformarse en más que una discusión breve, tenemos derecho a preguntarnos por qué son tan importantes estas estructuras para nuestra convivencia en sociedad. Muchas telenovelas en el mundo basan su trama en la diferencia de clase, sobre todo en la idea de la chica pobre que se enamora del príncipe y es “descubierta” y “elevada” a la categoría social que el príncipe le entrega.
Pituca sin lucas propone una variación del mismo conflicto, respetando los estereotipos clásicos, exacerbando características, pero también rescatando aquellos rasgos de la construcción de ideas que parecen fundamentalmente chilenas.
- Ignorancia por la existencia de una forma de vida distinta de la propia: al llegar al barrio, las niñitas Risopatrón Achondo no sabían de la existencia de escuelas gratuitas.
- Machismo: antes de ser “pobres”, Tichi Risopatrón no trabajaba. Por otro lado, Gladys Gallardo acusa a sus vecinas de ser huecas y tontas sólo por ser rubias.
- Ascendencia europea como sinónimo de abolengo: la abuela de las Risopatrón Achondo tiene bien considerado al panadero (Don Benito) sólo porque él alega ser nieto de españoles.
De ejemplos como estos la teleserie está llena y se plantea como un producto hecho de elementos narrativos convencionales trabajados con gracia. Pituca sin lucas parece ser un llamado de atención: remece la industria causando estragos con una producción sencilla, pero bien hecha, que se aleja de la violencia y permite pasar un buen rato.
Es la misma conversación de las redes, eso que los medios omiten por poner atención al rating, a los resultados y a la industria. Probablemente los personajes son el colmo del estereotipo, pero resultan adorables y atienden a la conversación sobre un conflicto que está presente en la conversación chilena diaria, en la preocupación política, pero que, extrañamente, no se trata de manera seria y resuelta en los medios de comunicación del kiosco de diarios.