El éxito de un programa de NatGeo, Preppers, y nuestros recientes cataclismos locales han detonado una vistosa oleada de agoreros, oportunistas y dementes que invaden cada una de nuestras pantallas, de hogar y de bolsillo. Esos curiosos sujetos que se precaven de modo cómico y amateur para una catástrofe global que no entienden muy bien cómo va a ser, me parecen, más que un puñado de republicanos penosos, cegados por horas y horas de películas de zombies, los signos evidentes del tiempo que estamos fabricando aquí y ahora.
Profecías o malas lecturas de textos sagrados antiguos, (lo que viene a ser lo mismo), tienden últimamente, a coincidir con fenómenos naturales y psicosociales. Rara instancia, pues como advierte Michelle Houellebecq en su novela Las partículas elementales, si algo caracteriza a las leyes naturales es precisamente su inhumanidad.
La cadena sísmica que nuestras reputadas academias no saben explicar, la montaña rusa climática que deja huracanes y erupciones de saldo desastroso impensable, interactúan, con el descontento, cada vez más violento de sociedades hartas de las febles bondades del neoliberalismo –y que nunca llegaron salvo para dos o tres CEOs avisados- a lo que se añade el previsible fenómeno de la profusión de estos preppers de toda laya, todo ello parece ser la argamasa de esa cómoda pared, edificada por el hombre posmoderno, llamada simulacro.
Se diría que esa coincidencia la fabrican los medios y no sirve como certeza de que el temido y refregado apocalipsis llegó, como en otras ocasiones lo he dicho. De acuerdo.
Alienado por lo que no tiene y desea, desconcertado con la profusión vertiginosa de información que apenas entiende, el espectador está experimentando una curiosa mutación: no busca veracidad, no se contenta con la evidencia. Consume paranoia, devora simulacros, se extravía en especulaciones, que es lo único que los medios pueden ofrecer, en medio de la desorientación general.
Hoy se habla de la globalización negativa, incapaces de comprender el contexto del otro, por falta de tiempo, por simple tedio, e intoxicado con tanto dato contradictorio, se tiende a formar una vaga opinión del como si, llena de precauciones, sospechas y prejuicios: la aldea global soñada por MacLuhan es, apenas, un condominio de ventanas opacas, plagado de cámaras de seguridad.
En la década de los ochenta, la extraordinaria compositora japonesa Haco tituló uno de los discos de su banda After Dinner, con una mirada sobre su supertecnologizado país, que claramente hoy tiene correlato entre nosotros: paraíso de la réplica. Tal es la apoteosis o gran triunfo del simulacro.
Despojados de la verdad, fabricamos sucedáneos, alternativas lo más parecidas posibles a lo que creemos real. Los revestimos de colores, sonidos y vibraciones táctiles lo más placentero y cómodo según lo que la tarjeta de crédito (otro simulacro distinguido) pueda comprar.
Discutimos la posibilidad de discutir lo que podría pasar, nos imaginamos lo que podríamos imaginar, nos preparamos para lo que no sabemos si va a pasar, diseñamos el estereotipo que será el origen y destino de nuestros más desatinados deseos y así, como la espuma, el simulacro tapará el horizonte: la abolición de lo real es, por tanto, un hecho consumado.
Ya la impostación es la voz, la mímica, el horizonte. ¿No me cree, buen hombre? Relea a Baudrillard, a Lyotard o al menos a Jameson, si es tan mateo, o por último, dese una vuelta por el barrio: réplicas de obras famosas sustituyen a las originales y se exhiben en los museos para evitar ser robados, se arguye, pero que no hacen más que revestir a la opera prima de noble polvo y olvido.
Publicidad disfrazada de información, como los virales falsos en internet, por no nombrar esa institución sagrada e intocable, los realities, hasta los más recientes y absurdos, mockumentaries, son los ejemplos que cualquiera podría nombrar.
La autenticidad hoy rezuma una propiedad casi mítica, el original de cualquier cosa parece hoy un vago recuerdo, perfumado de leyenda y misticismo: hemos aprendido a vivir de los simulacros como punto de partida de nuestra existencia y los apilamos, como acumuladores desquiciados, en las rebosadas estanterías de nuestras agotadas cabezas. Nos resignamos a ficciones ajustadas con precisión a nuestros defraudados anhelos, siguiendo las órdenes del fabricante, que ya prepara la próxima actualización que te dejará boquiabierto.
Pero quién sabe. Quizás un día, en el refugio o tumba propia que excava el atareado prepper se encuentre finalmente a sí mismo.
Quizás un día la copia o el simulacro sea, paradójicamente, lo que nos lleve de regreso a lo verdadero.
En el clásico Blade Runner, los replicantes o clones buscan la autenticidad vital que le niegan sus deshumanizados creadores humanos y que ellos mismos son incapaces de detentar, consagrados, paradójicamente a retirarlos, o sea, destruirlos, lo único cierto que el ser humano hoy parece ofrecer.