Con el proceso privatizador de la educación – apoyado en buena medida en un desprestigio inducido sobre lo público-, la matrícula municipal está representando ya un tercio de la matrícula total del sistema educativo. Con lo cual el giro o modificación iniciado a fines de los setenta a favor de su mercantilización, logra su propósito: tendremos un sistema educativo con un pilar privado, y un complemento público.
Situación opuesta a la que tenía el país en este ámbito hasta el año 73. Esta forma neoliberalizante de ver la educación no ha dejado de tener consecuencias negativas, las cuales el movimiento estudiantil ha puesto sobre el tapete de la discusión: asimetrías de acceso, de calidad, de formación y resultados, atraviesan el sistema educacional nacional.
Hemos transitado desde un sistema educativo orientado al servicio de la república (imperfecto, cómo no), hacia uno orientado en función del crecimiento económico y los temas técnicos. Se cumple con ello una creciente des-republicanización de la educación.
Dicho de otra manera, una educación segmentada, segregada, desigual y privatizada, refuerza las condiciones para que se den nuevas formas de dominación de unos sobre otros; impide o debilita los vínculos comunes apoyados en el ejercicio de ciertas virtudes, deja a cada cual girando en torno a sus intereses privados y al ideal de hacerse rico, famoso, u obtener éxito y poder, con lo cual devalúa cotidianamente la práctica y el ideal de un republicanismo democrático.
Esto se produce porque los Estados persiguen un tipo de política educativa acoplado con la productividad y la tecnología, descuidando el cultivo de aquellas capacidades que son necesarias para que la cultura política pública sea un ejercicio dinámico, vivo y real.
¿Cuál es el problema en esta orientación productivista-tecnicista? Que, si llega a generalizarse, como afirma la pensadora americana M. Nussbaum, se “producirán generaciones enteras de máquinas utilitaristas, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y sufrimientos ajenos”.
Esto implica que cada vez más se está preparando a las nuevas generaciones en función de sus posibilidades de inserción en un mercado, y cada vez menos, en una dirección que forme ciudadanos reflexivos, críticos, sensibles en relación a los otros y al entorno que los rodea.
Al mismo tiempo, sea que se lo haga por un pesimismo antropológico o por neutralidad gubernativa, no se impulsa una formación político-ciudadana fuerte en los educandos; la política educativa actual se desentiende de esta tarea y la deja a las preferencias y posibilidades de pago de cada familia (“libertad de enseñanza”).Esta cuestión es muy importante.
Tanto o más grave que no disponer de una masa laboral con adecuados conocimientos para un mercado de trabajo más complejo y competitivo, resulta la implementación de una educación que no se hace cargo de formar sujetos-ciudadanos.
Una educación para la obtención de renta, como la llama Nussbaum, no está orientada hacia el reforzamiento de la convivencia democrática, el ejercicio de una ciudadanía real, ni puede hacerlo en cuanto sus metas son otras.
Porque como ella bien lo señala, generar crecimiento económico no equivale a producir democracia ni a generar una población sana, comprometida y formada que disponga de oportunidades para una buena calidad de vida en todas las clases sociales.
Dicho de otra manera, no existe un ciudadano al margen del tipo, naturaleza y principios del régimen político y económico en que participa.
¿Qué tipo de humano produce y reproduce por decirlo así el actual sistema educativo?
¿Para quién y con qué objetivos? ¿Fijados por quienes? ¿Cómo se forma el ciudadano?
No tenemos una adecuada deliberación pública sobre estas cuestiones, sobre su justificación en un sentido u otro, de parte de los distintos actores del sistema educacional y del conjunto de los ciudadanos.
Quizá porque, como buena parte de los países, seguimos fijados en el crecimiento económico – más aún en tiempos de crisis- con lo cual, al parecer, estamos haciendo muy pocas preguntas sobre el rumbo de la educación, y por ende, el de las sociedades democráticas.
Volvamos al principio entonces, ¿qué educación queremos?
¿Una educación en función del crecimiento económico y/o una educación para una ciudadanía democrática?
¿Serán estas cuestiones nada más asunto de gustos, preferencias o incentivos individuales?
La discusión se desliza muchas veces en asuntos técnico-pragmáticos de financiamientos, controles y gestión del sistema, pero pocas veces sobre los fines y horizontes que los ciudadanos quisiéramos para ella y nuestros hijos. El tecnificar la discusión deja o pretende dejar a buena parte de los ciudadanos fuera de ella.
Lo mismo que se hace con la economía y sus expresiones. Es la forma que la elite del poder tiene de entender su democracia: ¡por los ciudadanos, pero sin los ciudadanos!
Detrás del tema de lo público en educación hay más que el asunto del financiamiento, de su gestión, su manejo. No basta con garantizar inclusión, pertenencia, financiamiento, si no se reflexiona críticamente también en torno al por qué y al para qué de esa educación.
Hasta hoy claro está, matices más o menos, que ésta es servidora del sistema económico vigente, y se coloca bajo sus exigencias: de rendimiento, capacitación, productividad, eficiencia. No decimos, claramente, que esos objetivos no sean deseables. Pero sí que la política democrática, entendida como la dirección en común de los asuntos comunes, debe primar por sobre la economía y los aparatos de administración, gestión y tecnicidades en la fijación de las orientaciones más densas para la educación como bien social, y no sólo, en aquellos aspectos cuantificables y medibles aquí y ahora.
Si queremos que pueda existir una democratización de la democracia, como proceso permanente de autogestión de la sociedad y sus instituciones, entonces necesitamos una educación republicana fuerte, y se hace insuficiente el mero capacitar para la lucha en el mercado de todos contra todos por la sobrevivivencia y un lugar bajo el sol en esta tierra.
También se hace necesario poder deliberar en conjunto sobre esa educación que deseamos y necesitamos para la convivencia de todos con todos. ¿Qué rol juega en esto el binomio público/privado?
¿Será o bastará meramente que desde el ministerio se fijen pautas de acción para los particular subvencionados, los privados mayoritarios y para los público-públicos?
No podemos olvidar algo que hace años señalaba el filósofo greco-francés Castoriadis cuando remitía a la presencia siempre latente para la reproducción de un sistema económico y social de una determinada antropología.
¿Qué tipo de humano produce y reproduce por decirlo así el actual sistema educativo?¿Para quién, o con qué objetivos? ¿Fijados por quienes?¿Cómo se forma el ciudadano?
Hasta ahora se quiere dar la impresión de que caminan por rieles independientes economía, política y educación. Que esta última es un asunto de opción individual o familiar en apariencia desgajada y desconectada de las exigencias sistémicas del actual modelo de crecimiento y de la actual forma restringida de vida democrática, y que depende de su capacidad de pago o de endeudamiento.
Usted opta por los colegios y liceos como exige marcas de auto o de otro producto en el mercado. Será una cuestión de gusto.