La reedición del libro de Juan Gonzalo Rocha arroja luz sobre una faceta generalmente olvidada o no tomada suficientemente en cuenta, de Salvador Allende como hombre público. La primera edición sirvió para importantes biografías sobre el personaje, como la de Jesús Manuel Martínez.
Con evidente simpatía por Salvador Allende y por la Masonería, el autor escribe una obra seria, sin panegíricos, con documentos poco conocidos.
De ella se puede extraer información sobre la formación, el ideario masónico y el compromiso ético de Allende, quien se inició siendo un joven médico en la Logia Progreso en Valparaíso, para pasar luego a la logia Hiram 65 en Santiago, de la cual llega a ser Venerable Maestro. Seguía una tradición familiar que se remontaba a su padre y a su abuelo, quien fuera Gran Maestro de la Masonería.
En su trayectoria pública, sin embargo, siempre hubo una tensión entre la labor en los talleres y las tareas profanas derivadas de su compromiso político en el Partido Socialista: disputas en el PS y problemas en la Masonería, la que también se ve impactada por los cambios de la época en la década de los 60.
Si bien el autor no se detiene a analizar esos conflictos, hay muestras de ellos en el libro.La Masonería demora dos años en aceptar a Allende en sus filas; renuncia de Salvador Allende a la Logia en 1965 y rechazo unánime de la misma; protestas de dirigentes de la Masonería por la presencia de Allende en los trabajos de las Logias y, por fin, disolución de la logia Hiram 65 en 1974, muchos de cuyos miembros compartían los mismos ideales políticos que Allende.
Al preparar este comentario me asaltaban profundas interrogantes. ¿Se puede hablar del libro de J.G. Rocha sin referirse a la figura histórica de Allende?
A poco andar acepté la imposibilidad de distinguir entre la obra y el personaje. Y luego, ¿cómo hacerlo en forma pertinente cuando conocemos el desenlace de lo ocurrido?
A Salvador Allende sólo lo conocía de lejos hasta que me nombró subsecretario de Justicia en 1970. Mantuve con él una estrecha y entrañable relación durante todo su Gobierno, aun cuando al final no tenía un cargo público.
Esos años han marcado mi vida y más allá de los avatares políticos, permanece en mí una profunda admiración por Allende como ser humano.Estuve a solas con él 15 días antes del golpe militar tomando desayuno en Tomás Moro, y el 10 de septiembre por la tarde intenté hablar infructuosamente con él en La Moneda. Para mí resulta imposible ser objetivo, como es un dato de la causa, la reflexión política que maduró en esos años y se desarrolló luego en el exilio y durante la transición a la democracia.
Permítanme, ahora, algunas reflexiones que me ha suscitado la lectura del libro que comentamos.
En primer lugar, surgen prístinas las profundas convicciones democráticas de Salvador Allende, que guardan estrecha relación con su formación masónica. Su pensamiento y su actuar se ubican en el cruce entre la tradición liberal y la socialista.
Esa actitud correspondía a la práctica de la izquierda chilena, pero no tuvo una expresión teórica madura, especialmente debido al impacto de la Revolución Cubana, tal como ocurrió en toda América Latina. A diferencia, por ejemplo, de Italia donde partiendo por Croce y pasando por Turati, Mateotti y Roselli llega hasta N. Bobbio, para no hablar de la evolución del Partido Comunista.
La debilidad del pensamiento liberal entre nosotros se debe tal vez a la falta de madurez de nuestras sociedades y al contradictorio impacto de los EE.UU. y su ideario de independencia. Esta carencia ha influido en desvaríos políticos como los de Vasconcellos en México o en los juicios de Mariátegui frente a Benedetto Croce, profesor tanto de Gramsci como Gentile, ambos impulsores del comunismo y del fascismo.
En América Latina o se abandona el socialismo por el liberalismo como Vargas Llosa o viceversa; por ejemplo Mariátegui en sus escritos en la revista Amauta. Salvador Allende, en cambio, se mantuvo fiel a ambas componentes de su pensamiento, y por eso trascendió a su tiempo.
Consecuente con ese bagaje cultural, Allende diseña un proyecto político de transformación social original, que pretende combinar democracia y socialismo tanto en los métodos como en la búsqueda de un nuevo tipo de sociedad.
Su polémica larvada es con quienes quieren copiar en Chile los métodos de la Revolución Cubana y para ello recurre a interpretaciones originales del pensamiento de Marx, sin referencias a la evolución del socialismo europeo. Lo hace en plena guerra fría y conflicto chino-soviético, cuando por el mundo soplan vientos de rebeldía juvenil en los 60 y la lucha de Vietnam cautiva a los jóvenes. Era una época en que el marxismo constituía un paradigma central para las izquierdas.
Salvador Allende mantuvo una vida masónica activa, aunque en varios períodos en “sueño”; realizaba permanentes visitas a las logias en Chile y en los países latinoamericanos que visitaba, incluso siendo Presidente de la República.
Buscó en la Orden comprensión para su proyecto y respaldo en su compromiso, y luego apoyo para una salida a la crisis que vivía Chile, como lo demuestra la asistencia a la Logia Mosaico 125 el 6 de septiembre de 1973. No logró, sin embargo, que los masones masivamente respaldaran su intento de cambio ni que la Masonería jugara un papel moderador decisivo. Juan Gonzalo Rocha incluye diversos testimonios y entrevistas en que se reitera que elegido un Presidente masón, debe mantenerse una distancia entre Morandé 80 y Marcoleta 659.
Esas diferencias de criterio se hicieron patente una vez ocurrido el golpe militar. Las divisiones irreconciliables que había en la sociedad chilena de entonces se manifestaron también en la Orden, que como tal, se cuidó de sufrir una persecución semejante a la que padeció con el régimen de Franco en España.
Durante el gobierno de la Unidad Popular se pueden distinguir dos etapas bien diferentes: el gran impulso inicial hasta fines de 1971 y el desarrollo de la crisis y la búsqueda de una salida democrática. Poco habla el libro sobre Allende como político en esas diferentes coyunturas. Sí nos trae luces sobre la trágica escenificación del desenlace del Presidente muerto en la Moneda la mañana del 11 de septiembre de 1973.
El libro en dos ocasiones remite al recuerdo que Allende tenía de la valiente actitud de Pedro Aguirre Cerda frente al conato militar del Ariostazo. Sus expresiones, sin duda, sirvieron de inspiración a Allende para el discurso en el Estadio Nacional despidiendo a Fidel Castro de Chile y para ciertos pasajes de su última alocución.
Durante la UP Chile su sumergió en su propia profundidad como sociedad. Cayeron los velos de la mentira y surgió un país injusto y violento, que el Presidente no pudo conducir.
Hay que tener en cuenta que en el mundo se estaba preparando un fuerte cambio en dirección opuesta a la pensada por Allende: globalización de los mercados, revolución de las comunicaciones, unidas a la caída de la URSS, crisis del Estado de bienestar, el vuelco modernizador de China, la ola neoliberal y los regímenes de fuerza en América del Sur.
Hobsbawm ha escrito la historia del siglo XX – al que ha llamado el siglo de los extremos – y ha calificado con el adjetivo de corto, porque partiendo con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, concluiría con el derrumbe del Muro de Berlín; para nosotros ese siglo también fue radical y terminó anticipadamente en 1973 con la muerte de Salvador Allende.
Este libro nos hace conocer una faceta importante de su pensamiento y de su acción. Su compromiso con la Masonería no fue adjetivo, ni secundario.De allí se nutre su adhesión a las libertades públicas, al pluralismo, a los principios y a los métodos democráticos. El ideal de realizar los cambios mediante el derecho haciendo que la sociedad civil y en general los ciudadanos den un nuevo brío a las instituciones democráticas mediante canales adecuados de participación, sigue siendo una exigencia vigente.
La crítica a la democracia que ha provocado la crisis internacional desde 2008 hasta ahora, especialmente en las nuevas generaciones, no es destructiva. No busca aniquilarla.
Por el contrario, se trata de devolverle su fuerza original, de remozarla para volver a conjugar efectivamente los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.
Octavio Paz escribió: “Quisimos ser las hermanos de las víctimas y nos descubrimos cómplices de los verdugos, nuestras victorias se volvieron derrotas y nuestra gran derrota es quizá la semilla de una gran victoria que no verán nuestros ojos”.
En la búsqueda de nuevos paradigmas, bajo la presión de la acción política, quienes vivimos el drama de 1973 tuvimos una segunda oportunidad de comenzar a abrir las grandes alamedas. Y en ese caminar nos ha acompañado Allende.
Comentario al libro de Juan Gonzalo Rocha, Salvador Allende masón.