Hace unos meses, apenas llegué a Chile para pasar el verano mi madre me dio la mala noticia. Este año no había miel para mí. Aquel manjar que se producían en los panales de Curtiduría, la tierra maulina de mis abuelos.
Cientos de miles de abejas habían muerto de un día para otro a consecuencias de los productos químicos que se utilizan para combatir las plagas en los viñedos próximos. Esas viñas que mandan sus productos, ya sea uvas o vinos, a los mercados nacionales o internacionales.
En otro país, la desaparición de esas abejas habría sido una noticia de proporciones. En Chile, que yo sepa, se ignoró o se ocultó. Vaya usted a saberlo.
Hace unos días recibí en Madrid un correo firmado por un director de cine gallego que suele leer esta web de cooperativa. Además de dar su opinión de lo que aquí se publica, este realizador ha incluido en su carta una película rodada por él y que trata de una de las tantas enfermedades considerada raras y que, por desgracia, son resultado de la mala praxis, de la falta de ética y de la ambición desmedida de grupos económicos, capaces de hacer de nosotros cobayas humanas sin que lo sepamos o sospechemos.
Tras ver esta cinta he creído conveniente transmitir mis impresiones.
Las estrellas de Hollywood se cuidan mucho de participar en películas con niños o con perros.Según la leyenda urbana de la capital del cine quien lo haga se arriesga a perder protagonismo en favor del menor o de la mascota. Yo añadiría que también resulta peligroso embarcarse en una película que narre historias de enfermos terminales o de cura imposible. Puede ocurrir que en manos de un mal director el producto final se deslice por el farragoso terreno de la lágrima fácil, del melodrama cursi.
Los pájaros de la mina, película del gallego Víctor Moreno García, no trata de niños ni de perros pero sí de una enfermedad rara llamada Sensibilidad Química Múltiple.
Gracias al buen hacer del director, la sobresaliente actuación de la actriz Mariam Felipe y un guión que cumple paso a paso con el proceso de ir ofreciendo al espectador, sin apabullar, las claves del mal que aqueja a Laura, la protagonista, los 70 minutos de imágenes y palabras cumplen sin desvirtuar con el objetivo de la película. Que es visibilizar una enfermedad no reconocida por la Organización Mundial de la Salud, a la que se niegan fondos destinados a su investigación y, obviamente, que carece de profesionales de la salud capacitados para abordarla.
La película trata de los obstáculos de una persona a la hora de ser diagnosticada correctamente de un mal poco o nada conocido, el rechazo que encuentra en su entorno, la incomprensión de su familia y la soledad a la que irremediablemente está condenada.
Los pájaros en la mina nos acerca a los miedos que genera en el ser humano lo nuevo, lo desconocido, lo diferente, lo raro. A las actitudes que adoptan los otros cuando se deben enfrentar ante una persona que va a contracorriente.
Víctor Moreno García dirige los focos al mundo interior de una mujer que no comprende lo que le sucede ni encuentra comprensión en los demás. El realizador captura la luz y recrea con ella el oscuro presente de la protagonista. Lo hace con pulcritud, con el respeto al que se ve obligado el invitado en una casa ajena, sin perturbar el sufrimiento de quien mora en ese lugar y sin recurrir a movimientos de cámara que interrumpan la atención del espectador en la historia que se cuenta.
Me temo que Los pájaros de la mina no se haya visto más allá de las fronteras gallegas.Merece una máxima distribución. Por lo que expone, muestra y enseña. Al mismo tiempo, surge la inevitable pregunta en los momentos de crisis que vivimos.
¿Qué pasará con los enfermos de males raros, desconocidos, ante la amenaza de recortes en la sanidad pública?
¿Qué ocurrirá con los científicos que en silencio investigan y que ahora se quedan sin recursos para continuar?
No me gustaría estar en la piel de Laura y de miles como ella que sufren enfermedades raras.