Sin ser un devoto de la obra de Nicanor Parra, es imposible no alegrarse por el reconocimiento que se realiza a la literatura chilena mediante el premio Cervantes con que se galardona al autodenominado “anti”-poeta.
Pero al mismo tiempo que es difícil no alegrarse, cuesta celebrar con genuina alegría el día del libro como un acontecimiento nacional e institucionalizado.
La elección del 23 de abril para celebrar el día del libro se explica como un homenaje a las figuras de Miguel de Cervantes y Saavedra y William Shakespeare, ambos fallecidos el 23 de abril de 1616, así como del Inca Garcilaso de la Vega, el primer gran escritor nacido en tierras americanas, específicamente en lo que hoy corresponde al Perú.
En Chile, se ha vuelto recurrente de un tiempo a esta parte celebrar dicho acontecimiento de manera institucional. La Feria del Libro que se instala frente a la Catedral Metropolitana desde hace ya varios años es una muestra concreta de esto.
No obstante, me cuesta celebrar con alegría genuina este día en nuestro país. ¿El motivo?No un pesimismo, sino un duro constatar de la realidad editorial y lectora en nuestro país.
En efecto, basta darse una vuelta por las librerías (tanto de libro nuevo como usado) para advertir que Chile es uno de los países donde más caro son los valores de los libros: un texto nuevo de un autor consagrado puede llegar a costar, por lo bajo, 6 mil pesos cuando se trata de una edición popular o de bolsillo, mientras que en una edición rústica o de lujo puede llegar a valer sobre los 20 mil pesos.
Alguien podrá decir que en Europa o Estados Unidos (con los que tanto nos gusta compararnos), los libros valen prácticamente lo mismo que en Chile. Verdad absoluta, que sin embargo ignora la realidad socioeconómica del grueso de los chilenos: mientras en Europa un libro de 30 euros significa, aproximadamente, el 2% del sueldo mínimo, en Chile un libro de 20 mil pesos equivale a alrededor del 12% del sueldo mínimo de un chileno.
Es decir, si usted quiere leer dos libros de autores consagrados, probablemente tendrá que gastar el 25% de un sueldo mínimo.
Para peor, las editoriales independientes que intentan sacar adelante ediciones económicas de una serie de libros, rara vez cuentan con el apoyo suficiente del medio para lograr masificar los textos que publican así como para mantener en el tiempo su trabajo.
En el día del libro, antes que auspiciar grandes celebraciones institucionalizadas, lo que debería hacer el Estado de Chile –entendiendo que este problema es una situación que se arrastra desde hace más de treinta años- es ejecutar alternativas concretas para facilitar el acceso al libro.
Pues si bien es cierto que en Chile no tenemos hábitos lectores –como podrá argumentar alguien contrario a esta idea-, también es cierto que para el que quiere leer, el acceso a la lectura se convierte en un lujo.
Una alternativa posible, que el Estado podría estudiar, es reimplantar un trabajo similar al acometido por la Editorial Quimantú entre el año 1972 y 1973. El libro era popular, y además tenía el auspicio de una serie de escritores que estaban dispuestos a renunciar a grandes sumas de dinero, siempre que sus libros fueran editados en tiras superiores a diez mil ejemplares, las cuales se vendían a módicos precios en las calles de la ciudad.
Otra alternativa posible sería lo hecho recientemente por Venezuela, cuyo Estado creó una imprenta nacional, gracias a la cual libros de 300 páginas, por ejemplo, pueden ser vendidos en precios inferiores a los dos mil pesos.
En el día y la semana del libro, sería bueno colocar este debate sobre la palestra pública, antes de celebrar el libro como un acontecimiento romántico. Lo de Nicanor Parra, por ejemplo, es grandioso, pero de nada sirve que solo unos pocos, los mismos privilegiados de siempre, puedan acceder a sus libros.
Al final, el tema de la piratería del libro se vuelve un chiste tragicómico en Chile: si bien la piratería daña a las editoriales y a los autores, a veces es el único libro que puede costear un chileno que gane un sueldo cercano al mínimo.
No se entienda lo anterior como una defensa de la piratería. Entiéndase, en cambio, como una cruda realidad: una editorial nacional suele colocar en la contratapa de cada uno de sus textos, un aviso que dice “cuidado, la fotocopia mata el libro”. Sin embargo, para muchos –me incluyo-, la fotocopia a veces es lo único que alcanza.