Hace poco tuve el privilegio de visitar brevemente Ecuador, país andino del que nos separan escasas seis horas de vuelo.
Es útil mirar nuestro país desde ‘la mitad del mundo’ y comparativamente.
En primer lugar, asombran las diferencias que existen en muchos aspectos, y qué bueno que sea así, pero, en relación a los procesos que se están viviendo en nuestro país, hay algunas de éstas sobre las que vale la pena ahondar.
En Ecuador se siente, se experimenta muy fuerte la cultura ‘arraigada’, la influencia de los pueblos originarios.
Y allí son realmente pueblos, en plural, porque su territorio, relativamente pequeño, pero muy diverso geográfica y ecológicamente, ha dado pie a una notable diversidad étnica, que en gran medida, a pesar de toda la depredación, está vigente, viva.
Cabe preguntarse por qué allá lo originario ha logrado permanecer en mejores condiciones que acá, partiendo del supuesto que a estas alturas nadie duda que el aporte cultural de los pueblos originarios enriquece en forma significativa nuestras sociedades.
De hecho, soy ecólogo por haber descubierto el año ’74, justamente en Ecuador, donde mi madre recibió asilo político, la visión biocéntrica de los indígenas.
Este aporte es multifacético: abarca desde la diversidad de idiomas, las artes, vestimentas, culinaria… a conocimientos extremadamente pertinentes para el mundo moderno en agricultura, ecología, tecnologías apropiadas, farmacopea, etc.
Y de fondo, respecto de una cosmogonía, de un paradigma arraigado que la longevidad de muchos pueblos originarios demuestra que funciona, que genera mejores condiciones para la sustentabilidad social y ambiental que la ideología de nuestra afamada ‘civilización’.
Uno vuelve a Chile después de esta experiencia, como me ha sucedido volviendo de varios otros países, y se siente aún más fuerte el evidente empobrecimiento de nuestro paisaje e identidad cultural.
Es como si a la sociedad chilena se le hubiera pasado una aplanadora, o por un fino filtro discriminatorio que la ha homogenizado, y monotemáticamente agringado.
Justamente, lo que se ha perdido con esto es el arraigo, tanto en comunidad como en Pacha Mama… dos necesidades fundamentales que si no son satisfechas pueden mantener a un pueblo en un estado de carencia espiritual, afectiva y ecológica crónica, con graves secuelas idiopáticas, es decir, de las cuales el establishment no logra entender el origen.
Nuestro país, sin duda, es más moderno y tecnologizado, más conectado a internet, más veloz en muchos procesos, pero lo que se ha perdido a cambio es demasiado importante. Incluyendo el realismo mágico, con su aporte en azar e imprevisibilidad.
En Chile se echan de menos los Macondos, los pueblitos mágicos, las “quebradas del ají”, con su abanico más amplio de sabores, de colores… así como las fiestas religiosas sincréticas multitudinarias, e incluso ceremonias donde estados modificados de conciencia inducidos permiten a los humanos reubicarse y recordar cuál es nuestro real lugar en el orden natural.
James Cameron en “Avatar” dota a los aborígenes de trenzas terminadas en dendritas que se pueden conectar físicamente a terminales semejantes de plantas y animales, y que permiten dialogar y cooperar con estos organismos.
Los pueblos amazónicos logran profundos niveles de comunicación mental con el mundo no-humano sin necesidad de la conexión física, material, que muestra Avatar, pero para esto se necesita humildad y respetar a la naturaleza como nuestra madre, la que de muchas maneras es una metáfora muy apropiada.
En Chile es demasiado lo que hemos perdido en convivencia, en trato, porque pese a los prejuicios que se tienen acá respecto de nuestros vecinos, muchas veces en estos países más ‘antiguos’ sorprenden, junto con un bello hablar pausado y bien pronunciado, la amabilidad y cortesía que muestra su gente.
Qué bien que nos vendría dejar de ser los ‘ingleses de Sudamérica’ y estrechar vínculos con los pueblos arraigados de nuestros interesantísimos vecinos andinos.
Capaz que podríamos aprender el arte del arraigo mientras compartimos lo mejor de nuestra chilenidad con ellos.