Hemos entrado en tierra derecha. Nos aprontamos a una nueva elección municipal luego de 4 años esperando semejante evento. Algunos lo esperan con nerviosismo y con calculadora en mano escuchando a los gurúes de las encuestas. Otros lo esperan con total tranquilidad y confianza en el criterio de sus vecinos y ciudadanos de su comuna. Otros lo esperan sin esperar nada, con indiferencia y desdén. Dirán: “para qué, si siempre son los mismos, no pienso moverme a votar.” Por otra parte hay otras y otros que convocan a un decidido pensamiento crítico con el lema “no presto mi voto”.
Hace unos días vimos a la vocera de la ACES, Eloísa González junto a parte de su gente irrumpir mediáticamente el INJUV para contrarrestar la campaña “Yo voto” promovida por esa institución convocando a los jóvenes a votar. Por otra parte –y respondiendo a la acción y convocatoria de este grupo de estudiantes secundarios- un grupo de 45 dirigentes y ex dirigentes universitarios llamaban a profundizar y mejorar nuestra democracia esta vez por los medios convencionales del ejercicio electoral.
Esta más que sabido que el tema está candente. Los analistas políticos y, en menor medida, el ciudadano de a pie, tratan de leer qué es lo que está en juego en estas elecciones. Aparecen como telón de fondo las elecciones presidenciales del próximo año y el nerviosismo de las autoridades por la puesta en práctica de cómo recibe la ciudadanía la inscripción automática y el voto voluntario.
Todos estos acontecimientos suscitan en mí varias reflexiones de las cuales paso a detallar sólo dos.
En primer lugar, el nerviosismo de las autoridades deja entrever lo alejados que están del común de las personas, del ciudadano anónimo que vive su vida sin más y para qué decir de los jóvenes y sus búsquedas y anhelos. Nada nuevo. Esto está más que sabido y así lo demuestran los numerosos estudios y encuestas que tienen por el piso a las autoridades políticas y a las instituciones.
No debieran estar tan nerviosos si efectivamente consideraran que los ciudadanos de este país están debidamente formados como ciudadanos con sentido democrático. Ante todo esto queda de manifiesto que el Estado –en su rol de formador de sujetos activos con conciencia de sus derechos y responsabilidades- saca nota roja.
En los curriculums educacionales brillan por su ausencia cursos que fomenten la educación ciudadana, el sentido de responsabilidad cívica, la conciencia democrática, la gestación de estudiantes con pensamiento crítico comprometido. Hace un tiempo, Danae Mlynarz -columnista de cooperativa.cl- publicaba un excelente escrito que se titulaba “¿Inscripción automática, pero sin clases de educación cívica, quién entiende esto?” y que hacía mención precisamente a ello.
El mismo Estado a través de sus autoridades insisten y convocan a la ciudadanía –en especial a los jóvenes- pero no está cumpliendo su rol formador situación que es gravísima ya que no son temáticas que se den en la persona humana así como así, sin más, sino que deben formarse desde temprana edad.
Y en segundo lugar, me quedo con la tensión que despierta la acción de Eloísa y la ACES.
Estoy muy de acuerdo con el sentido que hay detrás de este llamado –o el que yo creo que hay- a saber, que la clase política y el actual sistema de representación en Chile han quedado más que cortos y es urgente modificarlo seriamente y no continuar “enchulándolo” como se ha hecho hasta hoy.
La democracia chilena debe dar un gran salto de madurez y cambio de enfoque. Las movilizaciones del año pasado y las del que está en curso, gritaban más participación en la gestión pública, en los asuntos que nos competen a todas y todos. Ya no basta con vivir cada cierto tiempo procesos electorales que nos dejan con la “sensación” democrática pero que son sólo una parte. Ya no basta con elegir nuestros representantes sino que es preciso favorecer la participación real de los ciudadanos.
En esto estoy seguro que desde ambas partes –llamado de la ACES y del INJUV- estarían más que de acuerdo. Todos claman por participación pero ¿qué entienden cada uno por participar?
He ahí el dilema: votar o no votar.
Ante esta disyuntiva mi opción siempre será votar. Y más aún en lo que está en juego en estas elecciones, que no son cualquiera, son las elecciones municipales, en donde se juega el rumbo del gobierno local, donde se lanzan las fichas para ver quién, cómo y con quiénes se dirigirá y animará la vida de las comunas.
Aquí hay un problema que veo subyacente: la ciudadanía no sabe bien en qué consiste y cuáles son las funciones de la municipalidad como gobiernos locales. Las municipalidades son quienes aterrizan las políticas públicas al territorio, son quienes han de contribuir que las políticas sociales efectivamente contribuyan para erradicar la pobreza y las brechas de escandalosa desigualdad. Son el órgano de administración del Estado a los cuales más recurren los más empobrecidos del país y un funcionario mediocre o negligente es –nos guste o no- representante último del Estado.
Las municipalidades han de ser espacios participativos y transparentes de verdad y no sólo para los tiempos de campaña. Es su deber promover el desarrollo comunitario y la organización social además de proteger los espacios públicos para que sean verdaderos espacios de encuentro entre los vecinos.
No puede dar lo mismo quien es la cabeza de un comuna porque es de vital importancia para todo lo anterior (formación ciudadana y conciencia democrática) que estas personas sean idóneas y no verdaderos déspotas o populistas negligentes que viven pendientes de su propio ego a costa de las necesidades de los vecinos.
No puede dar lo mismo que sigan los mismos de siempre anclados a sus sillones alcaldicios engordando sus vanidades.
No puede dar lo mismo que en muchas comunas se vivan verdaderas mafias que operan a través del miedo o del clientelismo o que sean dirigidas por figurillas de farándula que les “bajó” su vocación al altruismo.
Porque no quiero que Renca siga creyendo que “la lleva” y destinando fondos municipales en tonteras o porque se perpetúen las autoridades de Pedro Aguirre Cerda, La Pintana, Providencia, Las Condes, Viña del mar, y tantas otras más sin una mayor oposición que la de los comandos del contrincante.
Porque no quiero que muchos concejales vean una oportunidad de negocio ocupar un puesto en los consejos municipales donde se decide el futuro de la comuna o utilicen parte de su tiempo libre en uno u otro “asunto público”.
Por eso, y muchas razones más, ante el dilema “votar o no votar” en estas municipales decido, con total conciencia, VOTAR.