Hoy estamos viviendo un movido tiempo de dimes y diretes, de propuestas, de sueños y de imposibles. Nadie podría decir que “la cosa” en términos sociales y políticos está aburrida.
Todos creen tener la solución para que el país de el esperado gran salto.
Desfilan a través de los medios de comunicación conceptos potentes pero ambiguos: desarrollo, crecimiento, justicia, igualdad, participación, etc.Todos creen darle al blanco, apuntarle a aquello que los otros no supieron cómo. Pero bien sabemos que son más fáciles las palabras que los hechos, la buena (o estratégica) intención que la praxis coherente y real.
Dentro de los temas que no se han trabajado lo suficiente – según mi parecer- es el enraizado mal de la burocratitis (o en términos positivos se entiende como modernización del Estado).
Este mal versa de la habitualidad de prácticas burocráticas, es decir, cuando la burocracia se hace hábito, está metido profundamente en el adn chilensis, cuando se hace cultura.
La palabra burocracia – según la Real Academia de la lengua española- tiene tres acepciones.
La primera como conjunto de normas y trámites necesarios para gestionar algo; la segunda como complicación y lentitud excesiva en la realización de estas gestiones y la tercera como administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas.
En el Chile del siglo XXI, la burocratitis es un mal que está profundamente injertado en nuestra cultura. Lo vemos en todas partes, es como un verdadero virus que se expande sin límites y que irrumpe en todos los ámbitos y lugares. El Estado y las instituciones (tanto públicas como privadas) son espacios privilegiados para la incubación de este mal y son los más marginados y excluidos los que más lo sufren.
La burocratitis es la máxima expresión de cómo dichas instituciones se ríen y humillan a los ciudadanos de a pie.
Algunos dirán que son los procedimientos propios de un Estado de derecho, que son acciones necesarias para que las cosas resulten mejor bajo el amparo de la ley. Dirán que tal o cual cosa no se puede realizar de inmediato porque hay un artículo que lo impide o que no está de acuerdo a la ley, que ellos no pueden hacer nada, que esto los sobrepasa y que lo verán con el jefe de turno.
Y se demoran los procesos y pasan de horas a días, de días a meses, de meses a años y todo demora… y la gente común y corriente sigue esperando. Y sus anhelos y necesidades descansan olvidados en las oficinas de funcionarios alejados de la realidad. No son más que un montón de papeles a la espera de ser firmados o timbrados.
Esta semana hemos tenido ejemplos emblemáticos de cuánto mal hace la burocratitis.
Familias de campamentos de Maipú que llevan años dándole consistencia a sus sueños de vivienda propia, de barrio digno que les ha implicado trabajo y organización, deben esperar y esperar que el estado, de una vez, asuma que es el Estado, con mayúscula. Que no es un participante más de un baile que compromete a familias y privados con afán de lucro.
Por otro lado, vimos cómo apoderados de una pequeña localidad de la comuna de Osorno llamada Pichil tuvieron que tomarse durante varios días la escuela rural donde estudian sus hijos dado que la municipalidad de Osorno les quitó el transporte escolar por razones administrativas.
El alcalde decía a un noticiario que no podía seguir financiando el transporte dado que éste pasaba recogiendo niños por la comuna vecina situación que no estaba permitida según los fondos que el MINEDUC les otorgaba.
Aunque usted no lo crea, esta es la máxima expresión del mal de la burocratitis.
Ante todo lo anterior cabe señalar que el Estado debe recordar siempre que tiene por finalidad proteger, defender y promover a las personas, en particular a los más excluidos, a los que siempre han esperado. No sólo dedicarse a arbitrar en conflictos o tensiones entre particulares.
Cuando los temas son tan sensibles y urgentes, tales como la educación, la salud y la vivienda, el Estado no puede ser uno más, debe ser protagonista, ese es su rol.
Más aún cuando por tonteras se impide que familias que viven en situación de extrema necesidad accedan a su vivienda que poseen por derecho o que niños no puedan estudiar por el poco criterio del alcalde de turno o de un funcionario más preocupado de artículos muertos que de servir a su comunidad.
Esperamos que en estos tiempos de promesas y de creatividad se recuerden los candidatos y candidatas que los mismos de siempre están esperando – como siempre- pero que la paciencia – tarde o temprano- también se agota.