Con alegría hemos escuchado a la presidenta Bachelet anunciar en su discurso del 21 de mayo la creación de un ministerio de Ciencia y Tecnología. Este es un paso crucial para potenciar nuestra inteligencia y capacidad de enfrentar los desafíos de un desarrollo sustentable, particularmente ante un clima cambiante.
La actividad de investigar y generar nuevo conocimiento ha ido avanzando hacia niveles competitivos de excelencia, relevancia y pertinencia en nuestro país. Sin embargo, el número de científic@s y los recursos invertidos en investigación aún distan mucho de lo que quisiéramos. Por ejemplo, en el área de ciencias del clima no somos más de 100 especialistas en Chile, esto equivale aproximadamente a 0,1 por cada 1000 km2.
Nuestros grandes fondos concursables palidecen frente a los disponibles en los grandes centros de generación de ciencia a nivel global. Las escalas son más o menos así: aunque estamos felices porque el segundo computador más poderoso de Latinoamérica está en Chile, la realidad es que este equipo es 1000 veces más lento que el más rápido de su tipo del mundo.
Por otra parte, nuestras universidades son capaces de integrar sólo a una pequeña parte del capital humano formado en Chile y a la creciente diáspora de talentos nacionales que viven allende los Andes y el mar. Un caso representativo ocurre en el propio (CR)2, donde se incorporó un nuevo investigador a una unidad con cinco investigadores de jornada completa en ciencias atmosféricas.
No obstante, puedo pensar en al menos otros cinco científicos chilenos residentes en el extranjero que podrían integrarse a nuestro equipo y así contribuir a la investigación del cambio climático en un territorio privilegiado para su estudio. Y allí surge otro obstáculo, nuestra capacidad observacional es todavía mínima, pues los capitales de inversión son insuficientes y el personal técnico apropiado es escaso.
Un ordenamiento institucional como el requerido por un Ministerio de Ciencia y Tecnología es un paso necesario para optimizar el uso de los recursos y darnos la independencia intelectual que se requiere para enfrentar los desafíos de hoy y mañana.
El fortalecimiento de la capacidad científica de Chile no es un capricho baladí de quienes tenemos el privilegio de dedicarnos a la investigación, sin este desarrollo seguiremos siendo exportadores de “palos, piedras y frutas”, sujetos a los vaivenes de la moneda que esté de moda y con pasivos ambientales y vulnerabilidades que corroen las bases económicas y sociales.
En centros como el que lidero hemos logrado hacer más y mejor ciencia, atraer nuevos investigadores y hasta incidir en la toma de decisiones. Pero se requiere más, mucho más.