Chile recuperó su democracia hace más de veinte años y la memoria nacional tiene vivo el recuerdo de los negros años de la dictadura, en que los opositores políticos eran descalificados y tratados como subhumanos. Ese lenguaje era la antesala de la persecución, la tortura y el exterminio.
Los llamados martes de Merino, en los que el almirante y miembro de la junta militar comentaba en su estilo la realidad nacional escondían, bajo un manto supuestamente jocoso, la imagen que la dictadura pretendía proyectar de sus adversarios.
El jefe naval hablaba de “los humanoides”, es decir, los opositores no eran humanos, eran una subespecie distinta a la de los “chilenos bien nacidos”, otra habitual frase del lenguaje dictatorial.
En momentos en que el país se sobrecoge al ver los capítulos de la serie “Los Archivos del Cardenal” advertimos el poder que tienen las palabras. Para los aparatos de seguridad de la dictadura, esos “humanoides” podían ser torturados, perseguidos y asesinados.
En veinte años, Chile ha restablecido la convivencia democrática y logró superar la herencia más negra de la dictadura: la persecución y el crimen.
Sin embargo, la última semana se registraron hechos graves que hablan de que ese Chile, que creíamos superado, para algunos se resiste a morir. El senador designado Carlos Larraín, presidente de Renovación Nacional, dijo que el movimiento por la Educación es de “inútiles subversivos”. Esta categoría, incluso, la usó para definir a algunos de los parlamentarios del actual Congreso.
La calificación de seres humanos como “inútiles subversivos” abre las puertas para el ataque directo y para la agresión física. La lógica es clara: los inútiles no le sirven a la sociedad, por ende, mejor que no existan, y los subversivos quieren terminar con la paz del país, por consiguiente, su existencia resulta nefasta.
Paralelamente, una funcionaria del Ministerio de Cultura llamó a deshacerse de la dirigenta del Confech Camila Vallejos. Otras personas dieron a conocer por las redes sociales su dirección particular y algunos han llamado a apedrear su casa y derechamente a atacarla.
No es bueno que eso pase en nuestro país, donde ya creíamos desterrado ese lenguaje que incentiva la violencia política y el exterminio del adversario. Los derechos humanos son patrimonio de todo Chile.
Aquí tenemos diferencias, pero debemos desterrar la descalificación y la deshumanización del que piensa distinto.
Chile no quiere volver a tiempos oscuros y la derecha debe entender que su nostalgia por esa época es inaceptable.