De un modo muy discreto y tímidamente, en el día de hoy algunos medios de prensa nacional dan cuenta de la reiteración de una sorprendente e impactante declaración que hace unos años formuló el taxista Manuel Araya, ex asistente del poeta Pablo Neruda.
Araya sostiene que nuestro destacado Premio Nobel no murió en septiembre de 1973 víctima del cáncer prostático que lo aquejaba, sino que fue asesinado ese año en la Clínica Santa María, donde había sido conducido de urgencia por sus amigos, la conocida folclorista Charo Cofré y su marido, el documentalista Hugo Arévalo, junto a Matilde Urrutia, en su propio automóvil desde la costera localidad de Isla Negra, en vista del delicado estado de salud del poeta que había hecho crisis en la tarde del día anterior.
Esta declaración entregada por Araya a la revista mexicana “Proceso”, reitera lo que él mismo había denunciado en el año 2004: que Neruda fue inyectado en el estómago mientras dormía en una habitación del pensionado de la Clínica Santa María.
La historia nos parece conocida y de inmediato trae a la memoria otro hecho similar que se viene investigando desde hace largo tiempo: la extraña muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva, en la misma clínica, algunos años después, en 1981. Resulta inevitable pensar en algunas coincidencias: Tanto Frei como Neruda eran dos personajes de prestigio internacional cuya palabra contaba con amplio reconocimiento y alcanzaba enorme trascendencia mundial. ¿Convenía que hablaran?
Entre el personal médico de la Clínica Santa María había personas vinculadas a los servicios secretos de las FF.AA. ¿Habrá coincidido su presencia con la estadía de ambos personajes? Es un tema para investigar.
Según ha trascendido, durante la permanencia de Frei en dicha clínica también se produjeron algunos errores médicos. ¿Habrá existido otra intención?
Y podrían agregarse otras dudas razonables. ¿Será necesario? ¿No ha transcurrido ya mucho tiempo desde entonces? ¿Será remover asuntos ya olvidados? ¿Es mirar hacia el pasado?
Sinceramente creo que es absolutamente necesario investigar, porque una sociedad debe crecer y desarrollarse sobre bases sólidas y no de barro. La verdad siempre ha sido un excelente ingrediente que aporta a la solidez de toda base. Está dicho en la Biblia que “la verdad os hará libres”. Entonces, debe aflorar la verdad allí donde la mentira quiso ocultarla, si eso fue lo ocurrido.
El año pasado, un numeroso grupo de españoles republicanos llegados a Chile en 1939 a bordo del legendario “Winnipeg”, se dieron cita junto a la tumba de Pablo Neruda en Isla Negra para testimoniar su póstumo agradecimiento a la humanitaria labor que el poeta desarrolló como cónsul de Chile designado por Pedro Aguirre Cerda, para rescatar a miles de españoles, hombres, mujeres, ancianos y niños, que estaban confinados en campos de concentración franceses al término de la guerra (in)civil española.
Ya que Neruda les ofreció vivir en tierra chilena, ellos, setenta años después, quisieron arrojar sobre su tumba algunos puñados de tierra proveniente de las diversas regiones de esa España que Neruda siempre llevó en su corazón. Un precioso símbolo de eterna gratitud que no pudo realizarse con ocasión del funeral de Neruda en noviembre de 1973, cuando su cuerpo debió ser velado casi secretamente en medio del desorden de su casa “La Chascona”, inundada a los pies del Cerro San Cristóbal, , luego de ser allanada por tropas militares.
No dudo de que todos esos españoles y sus descendientes chilenos, hijos, nietos y bisnietos, somos todos partidarios de esclarecer las extrañas circunstancias que rodearon la muerte de quien nos dio la oportunidad de vivir en suelo chileno. No creo estar equivocado.