Corren días de protesta y movilización en torno a la educación que parecen haber instalado la idea de que la educación superior está en crisis en Chile.
Vale entonces la pena revisar algunos datos duros sobre este sistema para permitir al lector juzgar la magnitud de la pretendida crisis, o incluso su misma existencia.
La educación superior ha servido a Chile bien a lo largo de su historia. Especialmente bien en los últimos 20 ó 30 años. Toda la educación superior, la pública y la privada. Por eso no extraña el abismo que existe entre el discurso de “crisis” de algunos y las tecnicalidades sobre las que de hecho discurre el debate:
¿Cuál debe ser la tasa de interés de los préstamos estudiantiles?
¿Debieran las universidades del estado endeudarse por más que la duración de un periodo presidencial?
¿Qué es legítimo hacer con los excedentes de las universidades privadas y de los negocios privados de las universidades públicas?
¿Qué rol debe tener la Contraloría respecto de las universidades estatales?
¿Cómo es posible que la Comisión Nacional de Acreditación acredite universidades por sólo un año? … problemas relevantes, sin duda, pero difícilmente síntomas de una condición terminal.
La buena salud de la educación superior chilena brota por doquier. Primero, la cobertura: Chile exhibe tasas de acceso a la educación pos secundaria muy superiores a la de países en desarrollo, y bien cercanas a las de países del primer mundo.
Incluso la distribución de los estudiantes entre carreras técnicas y profesionales—tenemos demasiados profesionales en comparación con el número de técnicos calificados—sempiterno problema de nuestro sistema, se ha ido corrigiendo y en los dos últimos años han sido más los nuevos ingresantes a centros de formación técnica e institutos profesionales que a las universidades.
Además, gracias a las políticas públicas de becas y crédito que han duplicado desde 2005 la inversión pública en educación superior (como porcentaje del PIB) prácticamente la totalidad de los alumnos más pobres que acceden a la universidad hoy no pagan nada o pagan muy poco por sus estudios en el presente, difiriéndose los pagos para el futuro en los casos de los que estudian con crédito, que por lo demás es un crédito altamente subsidiado por el Estado en las universidades del Consejo de Rectores.
Si bien la deserción es alta en Chile: más o menos un tercio de los estudiantes de primer año no se matriculan nuevamente en la misma carrera al año siguiente, estadísticas indican que la abrumadora mayoría de los que desertan lo hacen para continuar estudios en otra institución o en otra carrera, y siguen por lo tanto participando de la educación superior.
En otras palabras, se atrasan, pero no abandonan. Y este atraso, que se produce por cambios de carrera, reprobación de ramos, y múltiples otras causas, típicamente agrega a la duración curricular de los estudios (duración teórica de dos años para carreras técnicas, y entre 4 y 7 para carreras profesionales) un promedio de entre un año y un año y medio adicional. Nada para estar orgullosos, pero ciertamente indicadores mucho mejores que los de Argentina, México, y la mayor parte de los países de la región.
Y la educación superior chilena no puede ser de tan mala calidad desde el momento que, en promedio, un graduado universitario gana 4 veces más que quien sólo ha terminado la educación secundaria.
Hablando de calidad, Chile tiene ya por 15 años un sistema de acreditación de la educación superior que—no obstante sus múltiples defectos—fue uno de los pioneros en el mundo y entrega información detallada sobre el funcionamiento de buena parte de las instituciones de educación superior del país. Otra cosa es que esa información pueda ser mejorada, pero podríamos partir por leerla—está toda en la web.
Por su parte, los académicos chilenos son los más productivos de América Latina: es decir, el costo para los contribuyentes de cada paper que genera la ciencia que produce Chile es el más bajo de la región, y si bien, por supuesto, nos gustaría tener más y mejor ciencia, sucede que Chile, Brasil y China están entre los países del mundo cuya producción científica ha aumentado más dramáticamente en los últimos años.
En fin, podríamos seguir. Nuestra educación superior tiene problemas, es indudable, pero ya se quisieran para ellos nuestros vecinos y otros países no tan cercanos, un sistema tan en crisis como el chileno.