Debo reconocer que en noviembre de 2013 no voté por Bachelet. A mi juicio Sfeir estaba más cerca de las ideas que profeso (la doctrina DC) y tenía importantes desconfianzas de algunas capacidades de la candidata de la NM para gobernar. Particularmente me parecía – lo que he visto confirmado – que ella tiene severas dificultades para apreciar las condiciones de las personas y tiende a equivocarse en sus nombramientos. No voy a poner ejemplos, que abundan en ambos gobiernos suyos.
Este no ha sido un buen gobierno en el tiempo que llevamos. Tanto la derecha como ciertos sectores de los que apoyan o deberían apoyar al gobierno, han centrado sus críticas en Bachelet, sin entender que las realidades son mucho más complejas.
Apuntar a Bachelet con insinuaciones de que debe renunciar o está pensando en hacerlo, como se ha repetido con cierta insistencia, no es sino parte de un modelo de “golpe blanco” protagonizado por algunos que se sienten incómodos con las propuestas de transformaciones que ella ha querido llevar adelante.
Estoy con Larraín de la UDI cuando él dice que quien ejerce la presidencia de la República no debe de ninguna manera renunciar, pues eso le hace daño a la democracia. Y yo agrego: más aun a una democracia tan débil como la consagrada en el texto constitucional vigente y que tanto les gusta a algunos.
Una renuncia de un Presidente porque lo hace mal introduce un elemento de incertidumbre, especialmente porque quien ejerce tal cargo tiene la posibilidad de modificar rumbos o corregir errores, tanto modificando los equipos, como tomando posiciones distintas.
Reconocer, por ejemplo, que no tiene las condiciones para llevar adelante al programa y que hay aspectos a los que deberá renunciar, pude ser duro, pero es mejor que insistir en proposiciones incompletas y que se conducen con la torpeza que ciertos ministros han demostrado en el ejercicio de sus cargos. El régimen presidencial que la DC aprobó en su Congreso permitiría cambios de Primer Ministro sin cuestionar al Presidente.
Bachelet no debe renunciar, pero sí debe corregir. Y si no puede corregir como a ella le gustaría, deberá asumir que su segundo gobierno se orientará a administrar lo que ha avanzado y a generar mecanismos de elaboración de nuevas propuestas para que los gobiernos futuros las lleven a término. Cuando la DC planteó la renuncia de Allende en 1973, ello iba acompañado de ofrecer la renuncia de todos los diputados y senadores, pero era en un escenario de crisis mucho más profunda, pues la derecha estaba lanzada en su aventura golpista.
El gobierno debe corregir, llamar a otras personas, reformular ciertas propuestas, simplificar las propuestas y quizás centrarse en el proceso de limpiar la actividad política. Si sólo lograra eso en la segunda mitad de su gobierno, además de manejar ordenadamente la economía, su aporte sería muy valorado. Reponer la ética en el nivel necesario, reactivar la responsabilidad de las autoridades y poner mano dura ante la corrupción, acentuando las correcciones en el sistema político, pueden ser medidas extraordinariamente útiles.
Si a eso se añade eficacia en la gestión y un trabajo de educación política que lleve a incrementar la conciencia de la sociedad sobre la necesidad de tener una nueva Constitución, Bachelet puede terminar en las alturas.
La oscura sombra de hacerla renunciar, tal vez para que el Congreso elija a alguien del gusto de empresarios y políticos por los dos años restantes, puede ser una dura jugada contra el pueblo que afectará las esperanzas de generaciones que miran el mundo con otros ojos y otras esperanzas.
No voté por Bachelet en primera vuelta, pero la apoyo en su decisión de cumplir con su mandato y mantener la continuidad democrática. Mientras, mirando el futuro, habrá que buscar los nombres de aquellos que sean capaces de conducir a la sociedad chilena hacia la construcción de un nuevo orden basado en la fraternidad, la justicia y la libertad.