Una de las grandes diferencias de la actividad política, respecto de otras ocupaciones u oficios está en el sentido que se entrega al término o acción “oportunista”.
En efecto, quién discutiría que en el caso de un futbolista que juegue como centro delantero, la condición de “oportunista” resulta fundamental. Al aprovechar, un rebote con una defensa descuidada o confusa, para dar aquel anhelado puntazo al balón, lograr que traspase la línea de sentencia e inflar la red del arco rival y arrancar de miles de gargantas el sublime grito de goooool!
Lo mismo puede decirse, en otro oficio, del humorista que consigue el momento justo, ni antes ni después, para soltar la frase, el contrasentido o el absurdo que le permite lograr una carcajada del público para que el mismo, luego lo premie con una cerrada ovación.
Igualmente, el artista circense necesita la contorsión precisa en el instante exacto en que pone a prueba su habilidad corporal y su fortaleza técnica y, a veces, su propia integridad física en saltos de tanto prodigio como peligro.
O, como vimos hace años atrás, en el caso del gran “chino” Ríos que, con un quiebre inesperado de su increíble muñeca, cambiaba el rumbo de esa pequeña esfera que es la pelota de tenis y conseguía uno de aquellos puntos que lo llevaron a ser, en el mundo, el número uno de la ATP.
Sin embargo, hay una actividad humana en que el “oportunismo” no tiene ni puede llegar a tener el mismo significado. Se trata de la política. En ella, una conducta motivada en sacar provecho personal de los hechos, indica el reprobable afán de actuar calculando sólo lo inmediato, es la conducta en que gana lo pequeño, el mundo sórdido de aquel que intenta ganar poder o popularidad como sea, es decir, sin detenerse en escrúpulos y mucho menos pensando en el bien común o en el interés nacional.
¿Por qué razón?
Por qué la política debiese tener como propósito principal la conducción del Estado, con vistas a obtener lo mejor para el país y, por esa vía, actuar atendiendo el bien común y no radicando su acción en el exclusivo interés individual.
Cuando la política se transforma en la exclusiva puesta en escena de los apetitos o ambiciones de cada cual, se produce un lento pero inevitable proceso de desgaste y socavamiento del prestigio de las figuras, o personeros políticos y se coadyuva, decisivamente, a la pérdida de legitimidad del sistema político.
Lamentablemente, es lo que pasa en Chile, la comunidad política como convergencia de afinidades en bien del país, ha sido desplazada hacia el desate de los afanes de cada uno, impidiendo que se establezca una confluencia de propósitos que valide la política, como algo más que el ruido que producen incontables avispas, en la que cada una trabaja por su cuenta, no importándole que hace ni hacia donde se dirige.
Es lo que ocurre con actos, como los que se expresan en los recientes dichos de Sebastián Piñera, que haciendo caso omiso de su condición de ex Presidente de la República, por la que recibe legalmente una dieta como Senador (con todas sus asignaciones para secretaria y asesores), se ha lanzado a la descalificación de tantos y tantas en escasas, pero nocivas palabras.
El oportunismo es así, acostumbra”subirse por el chorro” y utilizar cualquier fisura o circunstancia con la cual hacerse presente para sacar una tajada en beneficio propio; en este caso, buscar popularidad fácil y barata, sin el menor esfuerzo de ayudar a la búsqueda de soluciones como sería su obligación.
Es cierto que en Chile hay un panorama económico complejo en que existe responsabilidad del actual gobierno, pero no es menos cierto que la presentación de cifras que no reflejaban la realidad, creando falsas expectativas comenzó el 2013 en su gobierno, con la presentación del proyecto de Presupuesto para el 2014, en que se hizo una estimación de 4,9% de crecimiento que estaba claramente por encima de las posibilidades del ciclo de la economía nacional y global.
Lo hice presente al entonces Jefe Programático de la campaña de Bachelet, Alberto Arenas, para que se deslindaran responsabilidades frente al país. O no respondió o fue muy débil, pues su eventual preocupación no se registró en el debate nacional. Como todo parecía que marchaba sobre ruedas se pecó por omisión y hoy Piñera se da el lujo de atacar como lo hace debido a que no se clarificó esa evidente maniobra.
Sin embargo, la conducta oportunista es inaceptable; sobretodo cuando se pretende dirigir el Estado, una tarea de largo aliento, que exige altura de miras y no vivir de acuerdo al día a día, en maniobras de corto alcance. Se equivoca quien piense que la ciudadanía es indiferente ante estas malas prácticas, la crítica que ahora recibe el ejercicio de la política, en diversas encuestas es abrumadora, cuando el esfuerzo contra la desigualdad se reemplaza por pugnas estériles.
Precisamente, la autocrítica que el sistema político debiese hacerse es la falta de confluencia en un proyecto estratégico que, con respaldo mayoritario, dirija el Estado y a la nación, con vistas al Chile de las próximas décadas; al que el sistema político requiere proyectarse desde hoy para definir lo que será capaz de hacer, de lo contrario no habrá sabido dar cuenta de los auténticos desafíos de este siglo.