Europa se ha visto obligada a reconocer que se enfrenta a la peor crisis de refugiados desde la segunda Guerra Mundial.
Italia. Grecia y España conocen desde hace años la llegada a sus costas de miles de personas que huyen del hambre y de los conflictos.
Ahora, cuando los miles de migrantes se amontonan ante los controles fronterizos de Alemania, Francia o Inglaterra tras sobrevivir a las mafias que cobran cantidades de dinero exorbitadas por una incierta travesía por el Mediterráneo es cuando el problema ha encendido las alarmas.
Las cifras son inquietantes. En lo que va del año, unas 250 mil personas han logrado alcanzar territorio europeo con lo puesto y con la esperanza de lograr la condición de refugiado. Las tres cuartas partes de ellos han entrado por Grecia, país que no es precisamente hoy el mejor ejemplo de riqueza, prosperidad y abundancia.
Otros miles han perecido en el intento de llegar a un Paraíso que hace agua y que se cuida mucho de solidarizar con la avalancha de desesperados que no cesa.
Son iraquíes, sirios, afganos, kurdos, sudaneses, africanos o norteafricanos que en la mayoría de los casos son parte de los efectos colaterales de guerras y dictaduras en las que el primer mundo ha tenido mucha responsabilidad.
Los aviones, barcos, lanchas, patrullas especiales o perros adiestrados para impedir que los migrantes traspasen las fronteras de Europa han resultado insuficientes. Ni los muros ya existentes en la frontera de España con Marruecos ni el que se construye en Hungría o las duras medidas impuestas en el Reino Unido para impedir que a los “ilegales” se les dé trabajo o se les arriende habitaciones, con amenaza de cárcel para el que se salte la norma, frenan las multitudes que claman una oportunidad para comenzar una nueva vida.
Veintitrés países de la Unión Europea se repartirán dos mil 400 millones de euros en los próximos cinco años para enfrentar la crisis migratoria. ¿Será suficiente? De continuar el flujo migratorio al ritmo actual es improbable que la ayuda alcance para todos.
Los refugiados le cuestan a Alemania 10 mil millones de dólares y el número de solicitudes de asilo ya alcanzan 800 mil.
Si bien es verdad que Europa no es el Paraíso que se imaginan los que viven más al sur del Mediterráneo, lo coherente es que Europa, que ha sufrido guerras, barbaries , tiranías de todo signo y que ha conocido la amargura del exilio y el significado de la solidaridad, encare la situación actual con altura de miras.
No debe desentenderse del problema o tratar con desprecio al que optó por la huida y que pide auxilio para subsistir con dignidad.
Alemania y Francia han tenido cuidado en no adherirse a la mano dura del Reino Unido y proponen que la Unión Europea adopte a corto plazo una política unificada de asilo e instan a los países más vulnerables, Italia y Grecia, especialmente, para que abran centros de acogida y censar con minuciosidad a cada uno de los refugiados.
No hay que ser un experto para interpretar este llamamiento como una estrategia de los socios más ricos de la Unión Europea para filtrar a los emigrantes. Conocer a los que huyen de una guerra y a los que desean mejorar su situación económica.
Los que sean considerados perseguidos políticos tendrán más posibilidades de recibir el estatuto de asilado. A los otros se les devolverá de inmediato a sus países. Embarazosa tarea la que se le ha encomendado a italianos y griegos. Precisamente a los que les ha tocado lidiar con la peor parte del problema.
La crisis migratoria requiere de la Unión Europea que demuestre que la ayuda social es un principio arraigado que no debe negar a los que ahora golpean a sus puertas.
El llamado Viejo Continente tiene muchos ejemplos de emigrantes, de refugiados, que un día se vieron obligados a dejar sus hogares, rehacer sus vidas lejos de sus tierras de origen y que contribuyeron a engrandecer allí donde se establecieron..
Hoy por ti, mañana por mí, dice el refrán que ahora algunos no quieren recordar.