¿Qué ocurre dentro de una universidad estatal mientras permanece en una larga toma? ¿Cuáles son las dinámicas que se establecen? Adentro ¿se reproducen las lógicas de poder, las jerarquías, las valoraciones y juicios de una sociedad que ellos mismos se han propuesto cambiar?
Estas preguntas parecen guiar la última producción dramatúrgica de Begoña Ugalde, joven escritora que tiene a su haber tres poemarios (El cielo de los animales,Thriller y La virgen de las Antenas) y varias obras de teatro, entre las que destacan ABC1 (co-escrita con Pablo Paredes), Fuegos Artificiales, Campamento y el monólogo Llamadas de Larga distancia, entre otras.
Empero, la creación de esta obra–de indudable cariz político, en el sentido más amplio de la palabra–, tiene un origen distinto. Con una buena cantidad de marcas autobiográficas, el proceso de escritura se da en el contexto de los talleres de dramaturgia que realizó el Royal CourtTheater de Londres, donde Ugalde fue seleccionada en 2012 para realizar un workshop del que emergió este texto de título escueto y contingente: Toma.
Ahora bien, las respuestas que la obra da a las preguntas que inauguran el presente artículo, parecen ser siempre provisorias. Y eso se agradece. No hay en Toma pontificaciones grandilocuentes ni menos la pretensión megalómana de elaborar un discurso generacional. No hay cierres a los temas queaborda, temas que, por cierto, exceden por mucho las demandas que los estudiantes vienen haciendo desde 2006.
Esto, sin embargo, no implica que no existan miradas críticas a esta situación de excepcionalidad donde un grupo de jóvenes –que presentan orígenes, intereses y prácticas políticas y discursivas diferentes– se encierran por un largo período de tiempo a (con)vivir, forjando una cotidianidad obligada que puede extenderse por varios meses en condiciones de precariedad, aislamiento y, en no pocas ocasiones, de algún grado de hostigamiento policial.
En ese sentido, es válido observar lo que allí ocurre con suspicacias. Y Ugalde lo hace. Por ejemplo, hay una visión afectuosa, pero también paródica, del lenguaje forzadamente militante que utilizan los estudiantes en toma, especialmente los dirigentes. En un ambiente sobre ideologizado, todo diálogo y discusión pasa por el cedazo doctrinal de la revolución, el fin de la propiedad privada, las pretensiones emancipatorias, la vanguardia y la utopía. Y todo al ritmo de guitarras y voces vinosas entonando una canción de Sol y lluvia.
Este lenguaje, no obstante, se queda en lo meramente declarativo: las formas de actuar, la emocionalidad involucrada, los rangos y relaciones al interior del micro-sistema social en que se convierte la toma, siguen inscritas en discursos hegemónicos que los estudiantes dicen repudiar.
Por ejemplo, la división social del trabajo continúa instalada a partir del género. Así, las mujeres limpian los baños mientras los hombres hacen las coordinaciones políticas (al tiempo que juegan taca-taca, desde luego).
Este pareciera ser un punto relevante en la obra: la perpetuación –incluso la exacerbación– de un modelo patriarcal en un espacio supuestamente alternativo en cuanto a sus formas de (auto) regularse y gestionar los comportamientos. Esto se evidencia, por ejemplo, en las luchas que enfrenta al mundo de la racionalidad contra una dimensión espiritual de costumbre desplazada, invisibilizada.
Este punto también emerge en lo que parece ser el centro de la obra: la relación entre Manuel, el líder indiscutido de los estudiantes, y Victoria, alumna de biología que comprende de un modo lúcido y doloroso, como no lo hacen los demás, la distancia entre una simple demanda respecto a la educación superior (pidiendo que sea de calidad, laica, gratuita y pública), y una propuesta menos concreta pero más ambiciosa y perenne: la aspiración a una vida mejor, más genuina y real, lejos de la alienación, el hedonismo, el egocentrismo, el individualismo de la sociedad chilena actual.
Destaca, también, el relato de una estudiante que es detenida por Fuerzas Especiales de carabineros. La escena logra recrear, con crudeza y verosimilitud, la experiencia traumática de la dictadura, la represión, el poder de la maquinaria estatal contra el desprotegido ciudadano de a pie, en todas las formas de violencia que ésta se expresó, con particular ensañamiento contra las y los jóvenes que se atrevieron a manifestarse contra ella.
Lo importante, en agosto se hará un semi-montaje de Toma en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Será en el marco del Festival Lápiz de Mina, que busca difundir la dramaturgia de mujeres en Chile. Se presentarán tres apuestas del taller del Royal Court Theatre (2012-2013), en obras que destacan el texto escrito por sobre la puesta. La curatoría estará en manos del colectivo Los Contadores Auditores.
La dirección de Toma es de Hugo Castillo, con un elenco compuesto por Isidora Tupper, Mariela Mignot, María de los Ángeles Calvo, María Paz Blanco, Diego Nawrath, Max Castañeda, Horacio Pérez, Sebastián Pinto, Pancho Jara.Las funciones serán durante todo agosto, los días 13, 14, 29 y 30.
Los otros dos semi-montajes, que también serán en el GAM, son CHAN!, de Camila Le-Bert (funciones 15, 16, 20, 21 de agosto) y Superhéroes en tu jardín (lo que se perdió), de Daniela Contreras Bocic (funciones 22, 23, 27, 28 de agosto).
Una buena instancia para ver dramaturgia hecha por mujeres y reflexionar sobre diversas temáticas a partir de un puñado de textos contingentes y provocadores.