Señoras y señores, el Maestro ha muerto, viva el Maestro.
No puedo escribir esta columna sin referirme expresamente a mi personal relación con Cirilo Vila y por supuesto a mi relación con sus discípulos.
Conocí a Cirilo el año 1993. Fue parte de una comisión que me entrevistó para ingresar a estudiar composición en la Universidad de Chile. Recuerdo siempre su pregunta “¿tiene usted un compositor favorito?”, no viene al caso mi respuesta, pero desde ese momento comencé a saber quién era Cirilo Vila. Un señor que según mi parecer se parecía físicamente a Debussy sin saber yo que él había estudiado en Francia y que gustaba de la música del francés.
Al poco andar supe quién era y por supuesto quise tomar clases de lo que fuera con él, lamentablemente en esas épocas yo me debía al trabajo remunerado para sobrevivir y al mismo tiempo el maestro Vila mantenía un sistema de puntualidad para sus clases que yo no podía sobrellevar, pues llegaba a sus clases un poquito atrasado (un par de horas al menos).
Este detalle que a mí me impidió tomar clases con él, es uno de los recordados por sus estudiantes que sí podían esperarlo. Y lo esperaban pues. No cabía la posibilidad de perderse la clase ya que era seguro que se trataría de un momento mágico, inolvidable y de un aprendizaje infinito. Quienes en esas épocas pudieron esperar ganaron todo cuanto Cirilo pudo entregar.
Soy beneficiario sí de sus discípulos. Alejandro Guarello me abrió las puertas de un Santiago inhóspito para el provinciano y Eduardo Cáceres me recibió como su discípulo. En el funeral de Cirilo fui testigo del por qué fui beneficiado por ellos. Ambos con sus caras tristes y ojos llenos de una pena profunda en el momento de la despedida del mentor, del maestro y guía, dirigieron palabras teñidas de emociones, de alma y de música.Y supe entonces que la fuerza de ese Cirilo del que me habían contado era la fuerza aprendida desde él la que me había recibido en esta capital en las personas de Guarello y Cáceres.
Insignes y nóveles intérpretes, musicólogos y compositores se dieron privada cita en la despedida del maestro, con la gratitud por delante, el recogimiento de la pena en sus rostros y el recuerdo en el alma que no sabrá olvidar a este grande de la música chilena.
Para mí, el último recuerdo de Cirilo Vila es haberlo visto rodeado de admiradores, discípulos y amigos, todos bajando la guardia de nuestros propios problemas entendiendo que la sabiduría enseñada por él aunque sabida por todos, no todavía es aprendida.
Señoras y señores, el Maestro ha muerto, viva el Maestro.