(La que mejor combinaba la ética de la Convicción con la ética de la Responsabilidad de Weber)
En su año y medio de gestión, el gobierno de la Presidenta Bachelet y la Nueva Mayoría han debido, por un lado, tratar de explicarse una paradoja y, por otro, enfrentar una disyuntiva política severamente crítica. El desenlace ha sido que entre ambas se ha dado una sinergia con lamentables consecuencias.
La paradoja se puede expresar en la siguiente interrogante: la encuesta CEP de abril del 2015 indica que un 34% tiene una opinión negativa de la reforma tributaria impulsada por el gobierno y un 29% tiene una opinión positiva, mientras que un 37% rechaza la reforma educacional y un 25% la respalda.
¿Cómo se explican estos mayores rechazos en relación a las aprobaciones si la Presidenta Bachelet fue elegida con más del 60%, precisamente para llevar a cabo estas reformas?
Aún más, ¿cómo se condice lo recientemente dicho con los datos y cifras que nos entrega el último Informe sobre el Desarrollo Humano en Chile del PNUD, en el que, categóricamente, la gran mayoría de los chilenos encuestados están por realizar cambios en el país y un 61 % manifiestan que ellos deben hacerse de manera inmediata? (el trabajo de campo de este informe se terminó en octubre del 2013)
Esta paradoja e interrogante me parece que tiene varias líneas de explicación, las que combinadas, tal vez, se aproximen a la respuesta más completa.
a) Errores estratégicos del gobierno y algo de improvisación en la agenda legislativa y en la preparación de los contenidos de las reformas; en la misma encuesta CEP ya mencionada, el 65% afirma que las reformas han sido improvisadas; un 23% dice que han sido bien pensadas.
b) No se difundieron con claridad y pedagógicamente los contenidos e implicancias de las reformas entre la población, sus beneficios, en qué plazos, etc.
c) Fue mucho más masiva, convincente y potente la campaña de la derecha y del gran empresariado destinada a tergiversar y desacreditar las reformas, instalando inseguridad y miedo entre la población; nuevamente se evidencia el desequilibrio en el acceso a los medios de comunicación.
d) Un porcentaje importante de personas que no aprueban las reformas, lo hace porque creen que éstas han sido transadas en su esencia: la metáfora de la reforma tributaria y la cocina y aspiran a que las transformaciones sean más significativas.
e) Muchos chilenos no conocen de verdad las reformas, no han estudiado sus contenidos y alcances, y tienden a retener y repetir lo que escuchan.
f) Pudiera ser que la ideología neoliberal con su individualismo, con el “rásquese cada uno con sus uñas”, con la creencia en la omnisciencia de la economía y varios otros, haya penetrado más de lo pensado en nuestro pueblo y hoy forme parte del marco socio-cultural que orienta sus acciones.
La reflexión acerca de esta paradoja no pudo dar origen a una autocrítica, diálogo y corrección gubernamental para guiar los siguientes pasos de su gestión, dado el torbellino político del verano del 2015 que se caracteriza por la irrupción transversal de los casos de corrupción, incluida la torpeza e irresponsabilidad del propio hijo de la Presidenta.
Para decirlo metodológicamente, los sucesos de público conocimiento, Penta, Caval-Dávalos y Soquimich, surgen como variables intervinientes no previstas, que se tornan en condicionantes fundamentales en el futuro de la administración de Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría.
Es aquí cuando el gobierno, una vez instalado (y reinstalado) su nuevo gabinete, enfrenta una disyuntiva crucial para su futuro.
Lo primero si más allá de ciertas “restricciones económicas”, va a mostrar una voluntad y capacidad política para reponer las reformas y reimpulsar su agenda transformadora con sus ritmos. Para ser más concretos, si se van a sacar adelante los otros temas de la Reforma Educacional, si se va a impulsar una Reforma Laboral de verdad y si se va a realizar el necesario cambio en la Constitución.
O bien, para evitar los conflictos y la crítica, para aparecer mejor en las encuestas, para congraciarse con determinados grupos de intereses, para retomar un “realismo” y/o geometría política en que lo fundamental es si se pierden o ganan más votos o si se nos ubica al centro a la derecha o a la izquierda, simplemente se concentre en sacar una legislación que regule la relación dinero-política, a la vez que opte por pulir lo ya hecho, incluso “maquillándolo” y transe los contenidos esenciales de las reformas.
Frente a esta disyuntiva, muchos éramos partidarios de la primera, esto es, que el gobierno retomara un liderazgo pro-activo en el logro de las transformaciones señaladas, eso sí, esta vez con autocrítica, con eficiencia, con acuciosidad y con una comunicación masiva y pedagógica con la ciudadanía.
No se trata de un voluntarismo político “barato” o infantil como podría livianamente sostenerse, sino de hacer de la crisis una oportunidad y reivindicar las esperanzas de la inmensa mayoría de los chilenos que no quieren que se re-legitime una sociedad caracterizada por los abusos de poder y la brutal desigualdad en la distribución de los bienes.
Aún más, el implementar un cambio en la Constitución a través de un medio realmente participativo que no descarte a priori la Asamblea Constituyente, me parece no sólo un tema de bien común, sino una muestra de confianza y de aproximación a una ciudadanía cuyo abismo con la política alcanza hoy ribetes preocupantes y en que urgen las reparaciones a la crisis de confianza y marginalidad en relación al sistema político-institucional.
Es la misma elite que ha fracasado en la conducción de este proceso, partiendo por la propia Presidenta, la que debe, con humildad pero con decisión, dar muestras de una resiliencia de liderazgo y de gestión.
Es por esto que hoy aún me retumban con cierto sabor de frustración y desesperanza parte de los dichos de la Presidenta después de su reciente encuentro con su equipo ministerial, algunos de los cuales uno estaba acostumbrado a escuchar de parte de otros sectores y grupos. Sólo quiero para terminar detenerme en uno de ellos: “las restricciones nos imponen que, además de cuidar los equilibrios fiscales, seamos capaces de reactivar la economía, porque una cosa que todos tenemos claro es que sin crecimiento no hay reformas sustentables”.
Alguien cree que en un país en que la diferencia entre ricos y pobres es de 26 a 1, en que los “nini” (ni estudian ni trabajan) alcanzan a un 22%, en que el 10% más rico se lleva más del 40% del ingreso nacional y en que aproximadamente el 80% del producto nacional está asociado a no más de 15 grupos económicos, el implementar reformas que afectan precisamente a quienes controlan e imponen el manejo económico, ¿no va ir acompañado de cierto ruido y por cierto de algunas “dificultades” y menor crecimiento de la economía?
Puede ser que, entre otros, un resultado de este “tercer gobierno” de la Presidenta Bachelet sea el instalarse comunicacionalmente con la etiqueta de transformador. Si es así, ojalá esto sea real y no se convierta, en los hechos, en un mero administrador de una modernidad que clamaba a gritos un cambio cualitativamente significativo y en un equilibrador virtual de una sociedad severamente desequilibrada en relación a la justicia social y al bien común.