Apenas usted fue designado Arzobispo de Santiago tuvimos la oportunidad de reunirnos privadamente en sus oficinas de Erasmo Escala. No solo quería felicitarlo por ello sino que además, pretendía expresarle mi punto de vista en relación a los escándalos que han estremecido a la Iglesia Católica estos últimos años. Quería de corazón que su tarea pastoral fuera unificadora y liberadora para nuestra Iglesia. Ansiaba que su voz de pastor se alzara para infundir en los fieles una percepción de que en la Iglesia no habría cabida para aquellos que actuaban con hipocresía y maldad.
Sentí en aquella oportunidad que mis argumentos no eran totalmente compartidos por usted, en especial lo que decía relación con el sacerdote salesiano Audín Araya Alarcón, el que compartía un lugar junto a mí y otras personas, en el directorio de la Fundación Cardenal Silva Henríquez, que usted presidía en aquella época.
En esa oportunidad le hice entrega de un documento que llevaba preparado, en el que quería dejar por escrito mi posición acerca de este caso que en lo personal me había impactado enormemente.
Con posterioridad a esa entrevista la justicia condenó al padre Araya a dos años de presidio y la congregación salesiana decidió enviar los antecedentes a la Santa Sede.
El tiempo fue pasando y pude advertir que las esperanzas que usted despertó en mi alma, se fueron esfumando a medida que pasaban los días. He tenido la sensación que su actitud inicial, cuando era Obispo Auxiliar de Santiago en tiempos del cardenal Errázuriz, fue la de obstaculizar la investigación que afectaba al padre Karadima (me cuesta llamarlo padre). Pensé que ahora, como Arzobispo de Santiago, tendría la oportunidad de revertir esa postura, en consideración a que usted ya no tenía como superior jerárquico a un Arzobispo que claramente optó por el camino ambiguo de demorar, ocultar y obstaculizar.
Enorme fue mi pena cuando por televisión lo vi llegar al lugar de encierro de Karadima, ya condenado por la Santa Sede, para visitarlo y llevarle de regalo, para la Navidad de 2013, una caja de bombones. No tuvo usted una actitud de similar atención cristiana para visitar a los que sufrieron en vida las perversiones de Karadima.
Como nunca antes en la historia de la Iglesia de Santiago los fieles, sus ovejas don Ricardo, se encuentran confundidas sin sentir el apoyo de un Buen Pastor. Se opta por denunciar a los carismáticos sacerdotes José Aldunate, Felipe Berríos y Mariano Puga, sacerdotes humildes, sencillos y entregados a llevar en la acción, la palabra liberadora de Cristo Redentor.
Más tarde, usted opta por impedir que un teólogo de fama internacional, como es el padre Jorge Costadoat, pueda ejercer la cátedra en la Pontificia Universidad Católica de la cual usted es el Gran Canciller.
A pesar de la oposición de los feligreses y la clara vinculación del obispo Barros con Karadima, se le designa obispo de Osorno. No es que a usted le competa designar o no; pero usted como Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, tenía el deber junto a la Nunciatura de expresar con claridad a la Santa Sede, lo que ocurriría en Osorno si se designaba a un discípulo de Karadima como obispo de ese lugar. Se profanó la catedral de Osorno con gritos y pancartas tanto de aquellos que lo aceptaban como la mayoría que rechazaba.
Recientemente el jueves 18 de junio, me enteré de su decisión de remover al padre Julio Dutilh como párroco de la iglesia Santa María de Las Condes. Se le acusa de haber tenido un tocamiento con una mujer hace 26 años. No deseo tener detalles de ese presunto hecho que motivó una decisión de tanta envergadura y con tantos años de retraso. Ningún otro Arzobispo de Santiago adoptó alguna decisión. Con ello usted comete nuevamente, a mi juicio, un grave error de conducción que ahora afecta a sus propios sacerdotes.
Deseo compartir con usted, don Ricardo, las palabras del Papa Francisco en su encuentro con los seminaristas, los novicios y novicias de todas partes del mundo, pronunciadas en la Santa Sede en el aula Paulo VI el sábado 6 de julio de 2013. Les dijo en esa oportunidad: “Si tengo algo con una hermana o con un hermano, se lo digo en la cara, o se lo digo a aquel o a aquella que puede ayudar, pero no lo digo a otros para “ensuciarlo”.
Don Ricardo, usted ha ensuciado pública e injustamente al querido padre Julio.