Osorno tiene un obispo, tiene un pastor designado e impuesto por la autoridad eclesiástica.
Sin embargo, el verdadero pastor entra por la puerta ancha de su corral y entonces las ovejas, al escuchar su voz, se llenan de alegría. El las llama por sus nombres y ellas alborozadas le siguen fuera de su corral porque conocen su voz. A otro pastor no lo seguirán, más bien huirán de él, porque desconocen la voz de aquel que es impuesto como pastor y entonces, su autoridad no es reconocida por sus ovejas, quienes se resisten de la presencia de un extraño al que no aceptan.
El obispo pastor impuesto y no reconocido, las dispersa, porque no es más que un asalariado eclesiástico al que no le importa si su rebaño lo acepta o no. No le importa que su voz no sea reconocida por sus ovejas y tampoco le importa que muchas de ellas huyan al no reconocerlo como el Buen Pastor.
El Buen Pastor conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a él. Es capaz de dar su vida por ellas y entonces, al elevar su voz, no solo su propio rebaño se estremece de felicidad ante su autoridad de amor incondicional, sino que además es capaz de hacer posible que otras ovejas que no son de su corral, al oír su voz limpia, su historia cercana de ejemplar cuidado por sus ovejas, a las cuales nunca ha defraudado, ni ha enturbiado su vida en la cercanía con pastores impostores, estarán dispuestas a escuchar su voz y a seguirlo para que así en Osorno haya un solo rebaño junto a un solo pastor.