La entrega del Informe de la Comisión Engel en favor de la probidad, tuvo lugar en una ceremonia cargada de significación política. En el Patio de los Cañones, con una amplia concurrencia representativa de los diversos sectores de la sociedad, la Presidenta se comprometió solemnemente ante el país a impulsar personalmente un conjunto de reformas que, al final de su mandato, tuvieran como resultado una democracia más transparente, con estándares más exigentes de ética pública tanto para la política como para el mundo de los negocios.
Muchos han puesto el acento en su nuevo reconocimiento de no haber actuado oportunamente para poner atajo a ese tipo de prácticas. No es lo que quiero resaltar. Más importante me parece haber colocado la lucha contra la corrupción, el saneamiento de las instituciones y la modernización del Estado en el centro de la actividad del Gobierno.
Para los que asistimos al acto quedó claro que los espesos muros de la Moneda no impidieron que una gobernante atenta y celosa en el cumplimiento del servicio público, oyera el clamor ciudadano. Recordé cuando siendo joven, escuché al General De Gaulle afirmar frente a una multitud en Argelia que clamaba por la independencia: “he escuchado y he entendido”, y cuando Ricardo Lagos ante los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial, afirmara otro tanto ante sus partidarios desconcertados de no haber obtenido el triunfo.
Ayer en la Moneda tuve la certeza que M. Bachelet comunicó a todos los chilenos que había escuchado y había entendido la inquietud y los anhelos de la gente.
Frente al nuevo escenario, M. Bachelet no se ha dejado obnubilar por el inmovilismo y la inercia. Ella se ha puesto a la cabeza de una gran tarea. Todavía resuenan en los oídos de mi generación aquellas hermosas palabras: “…la humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”.
Efectivamente, hoy en varios países la gente – que está mejor informada – ha dicho basta a la corrupción, sobre todo después de las irresponsables conductas de empresarios y banqueros que contribuyeron a desatar la crisis financiera del 2008. En Brasil ha salido a las calles, en México están aprobando un conjunto de reformas legales en favor de la probidad, Hillary Clinton ha comenzado su campaña presidencial denunciando la indebida influencia del poder económico en la política, España está conmovida por los escándalos y en Portugal hay un ex Primer Ministro procesado, al igual que el ex Presidente de Francia N. Sarkozy y el Vicepresidente de Argentina. Para no hablar de la batahola que por décadas ha sacudido al banco del Vaticano y que ha llevado al actual Papa ha introducir cambios profundos.
Como me decía el otro día la responsable del organismo que vela por la transparencia en Canadá, corrupción hay en todos los países, lo importante es saberla detectar a tiempo, denunciar a los responsables, hacer claridad sobre los hechos y sancionar los delitos que se cometen, y si es necesario hacer los cambios legales necesarios para prevenir nuevas irregularidades.
A eso nos ha convocado la Presidenta. Con decisión ha señalado una ruta, y humildemente ha pedido nuestro apoyo. El aplauso de los asistentes reveló que su solicitud fue bien recibida por todos. Ahora, hay que poner manos a la obra para que Chile supere este clima de recelo y desconfianza y podamos mirar con la frente en alto el futuro. No podemos permitir que la corrupción se vuelva sistema, ni que las instituciones sean capturadas por los poderes fácticos o el crimen organizado o que las malas prácticas se vuelvan algo habitual y tolerado.
El 2009 M. Bachelet promulgó la ley 20.285 sobre transparencia de la información pública y creó el Consejo para la Transparencia. En esa ocasión ella dijo que el Estado debía ser transparente como una pecera.
Hoy Chile ocupa un lugar de excelencia en los indicadores de la iniciativa sobre “gobierno abierto”, que permite el control y la participación de los ciudadanos. La metáfora de la pecera debe extenderse a toda la sociedad: al sector privado y a la sociedad civil. No debe haber barreras al conocimiento ni zonas de opacidad, que favorecen los abusos de poder de cualquier naturaleza.