El evasor no lo va a decir públicamente, menos en los medios de comunicación.Sería inculparse.Quizás lo frene también el temor al juicio social. Pero lo cierto es que, como probablemente en la mayoría de las personas que delinquen, existe un discurso ideológico que sustenta su acción. Un discurso interno que lo justifica más allá de que en muchos casos esté montado sobre la simple ambición personal o familiar.
Este discurso aparece en los círculos más íntimos, en las cenas con amigos, muchas veces trasluciéndose detrás de un determinado discurso político. O, ya sin tapujos, explota como defensa desesperada ante la inminente sentencia judicial ( así lo hemos visto en el caso Penta).
Aquí van tres (auto) justificaciones para la evasión de impuestos. Disculpen algunos la simpleza,pero es que así funcionamos la mayoría, simplemente.
(1) “Yo merezco ese dinero. Me lo gané”. Es la justificación más común. Pone en cuestión la justicia del tributo aplicada a sí mismo. Alguno se auto-eximirá de todo pago, “me lo merezco todo, todo me lo gané con mi trabajo”. Otro cuestionará la tasa, “¿por qué tengo que pagar estos impuestos?” “Ese” porcentaje es “expropiatorio”. El Estado “me está robando” todo este dinero.
El énfasis del discurso está puesto en el origen del dinero. La convicción es que el dinero es de la propia persona. Y que, por tanto, además, si va a pagar impuestos tendrá que ser a cambio de que él determine lo que conviene pagar con ello: su propia seguridad, o, si se va a ayudar a otros, la fundación que “yo” estime conveniente ayudar.
(2) “Yo lo administro mejor que el Estado”. Es la justificación más sofisticada. El evasor sabe qué es lo que se necesita y cómo responder a esa necesidad con eficacia: la empresa que dirige es una “máquina de generar empleo”, en cambio, el dinero del Estado irá seguramente a parar a los bolsillos de los políticos “corruptos” (noten la paradoja).
Y si se necesita del Estado (cómo no), la persona sabe qué políticos son los que necesita el país. Él los financiará y dará generosamente de lo que tiene.
(3) “Todos lo hacen”. Es una justificación burda pero que especialmente cuando la corrupción es generalizada tiene fuerza. En este último caso, ya no es solamente que “porque todos lo hacen está justificado hacerlo”, que si no se evade, se pierde. Estamos todos compitiendo y “para sacrificios no se está”. Más aún, si uno es un comerciante pequeño dirá, “cómo voy a estar pagando yo impuestos si los más grandes no lo hacen”.
Como se ve las (auto) justificaciones no son absurdas a primera vista. Si lo fueran, no funcionarían como tales. Es más, cuando efectivamente las tasas impositivas son altísimas, cuando el Estado es corrupto, y cuando la evasión es generalizada, estos discursos pueden convencer aún más. ¿Cómo combatirlos? Entre varias formas, reforzando tres discursos contrapuestos a los anteriores en el espacio público y educativo.
“Lo que ganas no es lo que mereces”. Lo que se gana en un mercado, incluso trabajando honradamente, no es un premio al “mérito personal” sino que, en el mejor de los casos (cuando el mercado funciona bien), a lo que la persona “produce”. Y no es lo mismo. La mayor parte de los ingresos de una persona promedio se pueden explicar por asuntos que no tienen que ver con su responsabilidad: dónde nació, la educación que recibió, su sexo, etc.
Así una parte de la remuneración del más rico (incluso mucho más importante de lo que se suele imponer) ha sido fruto de las condiciones sociales de la sociedad y además es de aquellos que ganan mucho menos de lo que merecen. El dinero es de ellos. Este discurso sirve también para que estos últimos luchen por lo que merecen.
“Nadie te ha elegido para administrar los recursos de todos”. La democracia es imperfecta y no es el gobierno de los mejores. Pero nadie tiene el derecho a adjudicarse la facultad de administrar recursos que no son de él. Porque lo que se ha tasado como impuestos no son “sus recursos”. Es lo que se ha determinado que pertenecen a todos.
“Si todos hiciéramos lo mismo…” La evasión de impuestos y todo acto de transgresión de normas de manera individual debe juzgarse de cara a su universalización. ¿Qué pasaría si mi comportamiento lo siguieran todos? Si el resultado de esa pregunta es que la sociedad política se destruye, la siguiente pregunta es, ¿quién soy yo que me hace tan particular como para transgredir las reglas?
A lo mejor si soy la que sostiene una familia que vive en la pobreza y la injusticia, cabría un cuestionamiento a la ley. Pero si soy un privilegiado, ¿con qué derecho me comporto como si fuera más importante que los demás?
Las leyes son imprescindibles pero si la corrupción se generaliza la ley se vuelve inútil. Por eso a la evasión se le combate no solo con legislación sino con una renovada ética de la igualdad y de la responsabilidad común.