15 mar 2015

No a Barros en Osorno

Nací en Osorno. Recibí los sacramentos de iniciación cristiana en esa Diócesis.  Conocí una Iglesia rural, campesina, de inmigrantes, agricultores y  pueblos originarios.  Llena de generosidad de laicos y laicas, religiosas y religiosos chilenos y extranjeros.

La crisis institucional y el cuestionamiento a ciertos liderazgos públicos atraviesan también hoy día a nuestra Iglesia Católica. El próximo sábado 21 de marzo asumirá el Sr. Juan Barros como nuevo obispo de la Diócesis de Osorno en medio del rechazo y la crítica pública de laicos/as y sacerdotes.

Un Obispo tiene como misión ser pastor.  Lo que involucra tener cualidades para animar, liderar, acompañar, cuidar y sobretodo servir. Lo anterior, para generar comunión y unidad ante todo el Pueblo de Dios.  Es por ello que  no deja de producir rechazo su nombramiento y el hecho que asuma su función no considerando los efectos de división que ha causado en la comunidad local.

El caso Karadima ha sido uno de los episodios más duros y vergonzosos para nuestro país y nuestra Iglesia. El dolor de las víctimas y de los que creyeron en ese sacerdote aún permanece. Su historia, su figura, su entorno aún cicatriza.  Por lo mismo, es que cuesta comprender que se designe a una persona que reabra heridas y dolores en las víctimas y en algunos miembros de nuestra Iglesia;  que no genere consenso, comunión y la  unidad necesaria para ejercer un rol de pastor.  No hay un cuestionamiento ni civil ni canónico, pero si un cuestionamiento abierto a su rol  durante un proceso en el cual finalmente tuvo que aceptar la sanción impuesta por el Vaticano al sacerdote Karadima.

Su nombramiento abre un tema más profundo eclesiológico cual es el modo en que se eligen y se nombran a  nuestros obispos.  Procesos en los cuales ni las Conferencias Episcopales participan, menos los laicos y menos aún las comunidades católicas de las diócesis.  Así también esclarecer la función del Nuncio Apostólico que pocos entienden y menos el cómo ejerce su rol.

En estos tiempos creo que nuestra Iglesia debe abrirse a transparentar ciertos procesos, especialmente los que tiene que ver con sus líderes y sus pastores.  No es ser poco eclesial preguntarse por qué se eligió al Sr. Barros para Osorno  no considerando la división y cuestionamiento que ha producido su nombramiento. Ni menos manifestar la molestia pública  por su llegada. Si otros pastores han pedido a los laicos que hagan sentir su voz pública sobre otros temas ¿Por qué no también a los que incumben a nuestra propia Iglesia?

Jesús llamó públicamente sus apóstoles. Eran pescadores sencillos, pecadores, hombres de trabajo. Producían división, pero no por haber participado en fraternidades que después fueron disueltas, sino porque seguían a alguien que dividía por estar del lado de los pobres y oprimidos.

Osorno y Chile necesitan obispos que no abran heridas que aún están sanando sino que curen y pongan en sus hombros a las ovejas más débiles y excluidas.  Un pastor que por  una o por cuatro de ellas perdidas, sea capaz de dejar a las cien para volverlas al redil.

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  • Silvana González Díaz

    Gracias Iván por tus comentarios…esto nos anima a los laicos de Osorno a seguir levantando la voz para decir NO a Barros!!!

  • Pedro Rodríguez C

    Respecto del señor Obispo Barros Madrid

    Pocas veces una
    comunidad creyente tiene una reacción tan expresiva respecto del nombramiento
    de un obispo para su diócesis. Y es que, cuando personas con una ideología
    particular, con determinadas expectativas de poder se imponen por sobre el bien
    común y abusan, aunque sea bajo el amparo de motivaciones espirituales, se
    trata de actos de corrupción que dañan la confianza pública y reproducen un clima de beligerancia muy tóxico que tiende a mantenerse por mucho tiempo. Una sociedad y una comunidad humana se construyen frágil y lentamente sobre decisiones éticas, pero se destruyen fuerte y rápidamente a partir de
    decisiones y actos corruptos.

    El nombramiento del
    señor Barros Madrid como obispo titular de la diócesis de Osorno no es un evento
    aislado de esta corrupción enquistada en la estructura eclesiástica de la
    comunidad católica. Su mentor, el señor Karadima, permanece protegido cuando
    debió recibir una sanción canónica muchísimo más severa después de haber
    abusado no solo del poder sino sexualmente de preadolescentes y jóvenes durante
    décadas. La historia de vida del señor Barros Madrid está construida a partir
    de las astucias del poder antes descrito: imponerse por sobre el bien común.
    Decir públicamente, con aspavientos de bondad, que nunca se enteró de las
    perversiones de su mentor, implica colocarse a sí mismo como un perverso en
    ejercicio. Miente con cara de bueno, en tanto todos los testigos saben y
    expresan a la luz pública lo que él
    niega. Todos los que fuimos testigos de su rol de líder indesmentible en el
    grupo de seminaristas y luego en el grupo de sacerdotes, mucho antes de la
    aparición de Juan Esteban Morales y Diego Ossa, con iniciativas siniestras que lo
    pusieron al borde de ser echado del seminario –ante lo cual fue salvado por el
    arzobispo Fresno- en una complicidad sorda con su mentor, hacen imposible su
    ignorancia. Única posibilidad, Alzheimer o Demencia Senil.

    En los tiempos que
    fue seminarista, gobernaba el país la dictadura de Pinochet. En el seminario de
    Santiago pocos se manifestaban de derecha, esos pocos eran todos venidos de “El
    Bosque”. Aquellos seminaristas con más sensibilidad social y preocupación por
    la violación de los derechos humanos en dictadura, éramos considerados por los
    “bosquianos” (así se les denominaba) como comunistas ateos que infiltrábamos la
    Iglesia… era posible escuchar ese tipo de conversaciones en los pasillos y
    también escuchar testimonios de aquellos que abandonaban la secta de Karadima.
    El control que ejercía Barros sobre sus pares de El Bosque desde esa época, queda
    de manifiesto en el testimonio de Juan Carlos Cruz, así como en las
    investigaciones de la periodista María Olivia
    Mönckeberg y de Ciper Chile. Barros era
    íntimo de Karadima y en esa intimidad vio muchísimo más y vivió muchísimo más
    que arrebatos de su “mal genio”. Intimidad y complicidad que se desplegaba en
    estrategias de control y, por si fuera poco, de propaganda de desprestigio
    respecto de sus enemigos “comunistas infiltrados”.

    La manipulación de
    conciencias y el abuso de poder no fue un problema exclusivo de Karadima, sino
    un trabajo compartido con secuaces, entre ellos uno principal es Barros. Es
    insostenible y una vergüenza pública para los creyentes, que se pretenda tapar
    el sol con un dedo. La comunidad de los creyentes necesita expresar con fuerza
    profética, que condena estas prácticas siniestras y también condena el
    silenciamiento, ocultamiento y complicidad con estas prácticas.

    Acatar un
    nombramiento como este no es obediencia, sino complicidad. Si Dios pidiera
    obediencia, ésta no puede ser ciega, cómplice y corrupta. Con Jesús enfrentamos
    la hipocresía de quienes vestidos con la piel de sus ovejas y alimentados con
    la carne de sus ovejas, pretenden conducir a sus ovejas por medio del abuso y
    la invocación idolátrica del santo nombre de Dios. La comunidad de los
    creyentes no pretende ser rebelde ni oposicionista respecto de sus pastores,
    por el contrario, quiere caminar junto a ellos. Pero si los pastores abandonan
    el Evangelio ¿por qué seguirles?, ¿Por qué distorsionar el Evangelio, para
    estar con el señor Obispo?

    Alguien de buena
    intención dirá, ¿por qué no se le da una oportunidad? Muy bien, pero ¿por qué
    no ha asumido ya antes su oportunidad? ¿cuál? La de reconocer públicamente su
    rol protagónico, pedir perdón y someterse al escrutinio de la comunidad. El
    “caso Karadima”, con todo lo publicado desde hace años, es de dominio público.
    ¿Puede el señor Barros pensar que la gente no sabe nada de lo que es vox
    populi?… Esto y la mentira de decir que nunca supo nada, muestra que su
    “oportunidad” no tiene posibilidad, no por rigorismo de nuestra parte, sino por
    un sentido de realidad: las personas que no reconocen sus crímenes tienen un
    diagnóstico de difícil pronóstico y no puede ponerse a la cabeza de una
    comunidad a una persona en estas condiciones. Obstinado en no reconocer para sí
    lo que el derecho canónico y el derecho civil ya sancionaron respecto a su
    mentor, el señor Barros es un peligro para la sociedad, en tanto tenga poder
    por sobre una comunidad. El abuso de poder en nombre de Dios es aún más
    perverso, por cuanto pone al que obedece en una posición de difícil decisión:
    si no obedece es sancionado como infiel, si obedece incurre en complicidad y
    sabe que aquello no es voluntad de Dios.

    Pedro Rodríguez
    Carrasco

    18 de marzo de 2015