Cual un monstruo de mil cabezas, el proceso judicial que afecta al grupo Penta por el financiamiento ilegal de las campañas electorales de la UDI, acaba de cobrar una nueva víctima, ahora le ha tocado al diputado Ernesto Silva presentar su renuncia a la Presidencia de ese Partido.
La razón es evidente, no pudo controlar los efectos que cual una bomba de racimo se extienden extensa y ampliamente en la estructura y el entorno de esa formación política. No obstante, el respiro que le reportó el caso Caval, la formalización de los principales implicados, reabrió más intensamente el dolor causado por una herida que no sana y que daña aún más el organismo. Silva trató de soportar la cruda situación, pero la realidad es que la misma ya no daba para más.
El imperio de los hechos lo hizo un lado, obligándolo a apartarse sin más alternativa ni remedio.En cosa de minutos la dimisión de Silva se convirtió en una aguda pugna interna en la UDI, es la lucha por la sucesión, por asegurarse una cuota de poder en la nueva configuración del mapa de influencias en el que sigue siendo el más poderoso partido político de la derecha.
Lo curioso es como se ocultan o disfrazan los verdaderos dilemas en discusión. En efecto, se repite la frase que se estaría en presencia de un durísimo conflicto generacional, pero no se dice en torno a qué diseño, qué conducta seguir, cual estrategia instalar; en fin, el dilema que en el curso de las semanas se ha transformado en el más decisivo de la historia de ese partido permanece en la penumbra y se presenta al debate público una lucha de corte generacional.
Esa no es la esencia de la encrucijada que le toca vivir a la UDI. El problema radica en si serán capaces o no de aceptar el término de un sistema ilegal de financiamiento de sus candidaturas, o al menos de una parte fundamental de ellas, lo que significa renunciar a una ventaja indebida, ilegítima, la de capturar una abultada cuota de recursos extra legales provenientes de arcas empresariales que imponen ideas, criterios y comportamientos de acuerdo a sus estrechos intereses corporativos.
En esta situación el dilema es si se rompe o no se rompe la cohabitación entre política y negocios, es decir, si ese grupo político logra terminar con esas malas prácticas o se somete a la tutela de tales intereses que, en definitiva, determinan su financiamiento. Lo demás es una vieja táctica para distraer la atención hacia cuestiones o aspectos subalternos, que pueden parecer importantes pero que en el hecho no lo son.
La tarea de dirección política entregada a la Presidencia del diputado Ernesto Silva no estaba en condiciones de resolver la decisiva encrucijada que vive ese partido. Sus redes familiares, su propio y rápido ascenso en la larga escala del poder de esa rígida y jerarquizada organización estaba sellado por la pertenencia a esa telaraña de intereses entrelazados férreamente.
Por otra parte, en las filas de la Nueva Mayoría también existen los que tienen la tentación de atizar el falso dilema entre una supuesta “vieja guardia” y su lógica contraparte de una “nueva generación”, sin decir ni definir que serían una y la otra.Quiero insistir que las buenas o malas prácticas no se definen por su antigüedad o novedad, sino que por su contenido, por lo que cada una de ellas significa, así como por la inspiración que las anima y los objetivos que se proponen.
He visto a políticos como Clodomiro Almeyda, Aniceto Rodríguez y Raúl Ampuero, llegar al fin de sus días sin ninguna mancha personal y con la frente en alto, así como, se pueden observar lamentablemente figuras jóvenes que caen en el viejísimo error de querer alcanzar poder y dinero de manera fácil y de un día para otro.
Las ambiciones desmedidas se definen por su comportamiento, sus métodos y prácticas y no por su edad. Además, la odiosidad y la intolerancia de la dictadura dejó su marca, la que se expresa en que ciertos “políticos” no exponen ideas sino que sólo broncas, animosidades, querellas de bajo nivel; en cada una de sus acciones rebajan y denigran la dignidad del sistema político.
Por eso, que el actual desafío es tan decisivo, se trata de lograr que prevalezca la probidad, la decencia, el interés de servir al país, por sobre la política espectáculo, la codicia y el clientelismo, que rebaja a las personas a simples receptores de coimas de ínfima cuantía, como son baratijas como anteojos, paquetes de alimentos o artículos electrónicos que se ha repartido en las últimas campañas electorales.
Es más que notorio el descrédito de la acción política y este se origina en las malas prácticas, en la corruptela que detecta la ciudadanía en la conducta de muchos “honorables”, es obvio que la edad no es el origen del problema sino que en violar el compromiso de probidad y honradez que inspira la pertenencia a una fuerza o partido de izquierda o del centro progresista. Hoy, la lucha es para que la política deje de ser un mecanismo para conseguir privilegios o abusar del poder.
Ante los lamentables hechos que preocupan a los militantes puros y sinceros, hay que volver a insistir en que somos mundos distintos; el socialismo promueve los derechos de los que o no tienen nada o tiene poco y necesitan ser respetados, en cambio, como se muestra ahora una vez más, la derecha defiende el estado de cosas que resguarda la desigualdad que Chile debe superar.
Nadie puede ser excluido por sus ideas, es por ello que el ancho espacio de la democracia engloba e incluye al conjunto del sistema político, suprimir una parte del espectro de posiciones sociales e institucionales es una pretensión totalitaria que fracasó rotundamente. Ahora bien, no nos podemos confundir, el motor de la lucha del socialismo y la izquierda es una sociedad libertaria, pluralista, con pleno ejercicio de la diversidad y con una inquebrantable voluntad de justicia social.
Atiborrarse de dinero no es el afán de los que pertenecen a estas filas. Los negocios en su sitio, la política en el suyo. En una sociedad democrática pueden vivir cada cual en lo suyo, pero la confusión de ambos en una sola madeja, cuyos hilos se cruzan de forma promiscua nada bueno puede traer para una comunidad sana, para la mística ciudadana y el desarrollo económico, por el bien común estos mundos distintos se deben complementar pero jamás establecer un maridaje que socave la ética social y erosione la institucionalidad democrática.
Hay que vencer los falsos dilemas y las conductas impropias y vergonzosas, con ello la política será capaz de fortalecer la democracia y cumplir con su razón de ser, de estar al servicio del interés nacional.