Tuve la suerte de estar presente en un momento que, personalmente, considero de la mayor relevancia para el pensamiento de la izquierda de posdictadura. Hablo de la Escuela de sociología de la Universidad Arcis de los años noventa. Bajo la tutela de Tomás Moulian, convivían una serie de profesores en nada obsesionados con la publicación de artículos científicos en revistas indexadas; más bien, les interesaba el debate intelectual de raigambre marxista, tan habitual en el mundo anglosajón pero escaso en nuestro país.
En esos años comprendí que, teniendo como eje central la política, es dable pensar todas las esferas de la vida humana de un modo crítico, radical y lúcido. A sus clases y publicaciones comparecían, con idéntico valor, los saberes de la filosofía, estética, historiografía, sociología, antropología, lingüística y, sobre todo, de la literatura, para sacar lecciones del pasado, con sus múltiples fracturas y derrotas, cuestionar un presente tantas veces desolador, y avizorar el porvenir sin desplazar del todo el concepto de utopía.
Estos profesores de los que hablo, hoy son entusiastas animadores de la escena académica chilena y extranjera. Pienso en Sergio Villalobos-Ruminott, Federico Galende, Oscar Ariel Cabezas, Carlos Pérez Soto, Eduardo Santa Cruz, Pablo Cottet, María Emilia Tijoux, Inés Recca y Felipe Victoriano, entre otros. Y venidos del terreno de la filosofía completaban el puzle Willy Thayer, Sergio Rojas, Carlos Casanova, Elizabeth Collingwood, Carlos Pérez Villalobos, Iván Trujillo, Guadalupe Santa Cruz, Carlos Ossandón y Miguel Vicuña, por nombrar sólo algunos.
En ese entonces, una auspiciosa unión hace germinar los Cuadernos Arcis– LOM, con esa serie excepcional de textos denominados“La invención y la herencia”. Al pasar, puedo recordar la tematización de la izquierda ante el fin de milenio, las encrucijadas de la era de la globalización y la equidad en América Latina y, muy especialmente, una serie de ensayos de los docentes antes mencionados reunidos bajo el título de Cultura, experiencia y acontecimiento.
Esta alianza entre una universidad y una editorial con declarada vocación cuestionadora y reflexiva, entregó un libro que, a la postre, se convertiría en el gran bestseller de las ciencias sociales de los noventa a la fecha, un texto que “corría el tupido velo”de la transición democrática de manera impecable e implacable: Chile actual. Anatomía de un mito, de Tomás Moulian.
El volumen daba un diagnóstico severo respecto a una democracia con limitaciones tan rotundas –binominalismo, quórums, papel de las Fuerzas Armadas–, el imperio del (neo)liberalismo como modelo de sociedad y, con un énfasis justificado, la suspensión de toda conciencia política debido a la emergencia de un sujeto abocado exclusivamente al consumo, que el sociólogo rotula como ciudadano credit-card.
Estos libros los leí a los 19 o 20 años, y fueron vitales para mi educación y la de una generación completa.Hoy, en cambio, tras casi dos décadas, sólo leo noticias desalentadoras del estado financiero y administrativo de la Arcis. Sueldos impagos, posible lucro por parte del Partido Comunista, autoridades con escasa o nula legitimidad, son algunos de los elementos que la prensa nos muestra para recrear el ominoso cuadro de su situación actual.
Existen poderosas universidades que representan el pensamiento de derecha en Chile, y está bien que así sea. En estas Casas de estudio, una curiosa alquimia entre liberalismo económico y extremo conservadurismo moral, permea cada escuela y disciplina, cada artículo, tesis o investigación que se publique, cada seminario o congreso que se organiza.
Las universidades que, por su lado, generan conocimiento desde una perspectiva que comunmente se asocia a la izquierda Latinoamericana, en sus distintas –y en ocasiones contradictorias– expresiones, cuentan, era que no, con menos recursos y, por lo tanto, su capacidad de influir o al menos dar a conocer sus puntos de vista, es más reducida y menos eficaz.
En este escenario, el proyecto crítico de la Arcis tiene indudable gravitación para equiparar las fuerzas intelectuales y la hegemonía cultural de una posición y otra. Por ello, duele adelantar un colapso total de la institución, la llegada a un límite sin retorno, con una crisis que conduzca al cierre definitivo de la universidad.
Es de esperar que quienes puedan ayudar a solucionar los conflictos por los que atraviesa este proyecto académico único en Chile, lo entiendan de esa manera y podamos seguir contando con un lugar privilegiado para desplegar a la universidad como un espacio de deliberación científica sistemática que permite y favorece la constante transformación de la sociedad.