Durante todo diciembre pudimos ver a los críticos literarios confeccionando sus listados y ránkings de libros. Un poco por la exigencia de Navidad –y de la industria del consumo– de hacer regalos a diestra y siniestra, otro tanto por las necesarias evaluaciones que se suceden cada fin de año, el caso es que cada cual hacía una arbitraria selección donde intentaba señalar, con las obvias injusticias y silencios, las mejores publicaciones de los últimos doce meses.
Y digo “arbitraria selección” en un sentido literal: en estas circunstancias el crítico actúa, lisa y llanamente, como un árbitro, un árbitro validado desde su posición de especialista, de experto.
El asunto puede incomodar a algunos porque esas recomendaciones, en realidad, no son tan ingenuas, ya que siempre apelan a la construcción de un “canon”; es decir, en palabras de D.Ruhnken, a una “lista de autores selectos de un género literario”; o bien, a un repertorio acotado de textos que cumplen con todos los requisitos que la crítica considera indispensables para una obra en ese momento específico de la literatura.
La elección de qué se recomienda como posible regalo navideño y qué se desecha, implica de este modo una serie de criterios estéticos, éticos, teóricos, políticos, filosóficos que se ocultan tras la fachada de una selección rigurosa, objetiva.
Esto puede ser manejado por el crítico en alguna medida; para ello, debe ser consciente de los parámetros que aplica para operar en sus evaluaciones.Ahora bien, aunque posea dicha consciencia, siempre, lo quiera o no, estará actuando desde ciertos a prioris menos confesables pero más decisivos, una especie de “marco teórico inconsciente” del que les cuesta mucho alejarse al emitir sus valoraciones.
Como sea, esto no es un verdadero problema, pues se da por supuesto que la faena crítica es siempre subjetiva, por muchos argumentos técnicos que se arrogue a su favor. Lo importante es saber que esas listas, por lo mismo, no son definitivas ni totales, sino una intención canónica legítima desde el sitial que ostenta el crítico en el campo literario.
Dicho esto, solo cabe alegrarse por algunos elementos favorables en las listas que han aparecido en los medios de comunicación.
Personalmente me topé con las elaboradas por Marco Antonio de la Parra, Juan Manuel Vial, Rafael Gumucio, José Ignacio Silva, Camilo Marks y Javier García.
En líneas generales, y fijándonos con especial cuidado en la producción de editoriales independientes, los títulos que más se repitenson Taxidermia de Álvaro Bisama (Alquimia), Facsímil de Alejandro Zambra (Hueders), Autoayuda de Matías Correa (Chancacazo), Reinos de Romina Reyes(Montacerdos) y Tierra amarilla de Germán Marín (FCE).
Uno de los aspectos favorables que mencionábamos antes, es que todos estos listados incluyen, de manera prioritaria, libros publicados por micro editoriales. Para nadie interesado en la literatura es un misterio que en este instante el grueso de la producción la generan las editoriales autogestionadas.
Así, los sellos independientes se han ganado un lugar relevante en la escena literaria actual, en base a una razón capital y en extremo sencilla: la calidad de los libros que publican.
Los motivos, tienen bastante más libertad que las editoriales transnacionales, toda vez que no aspiran a un éxito comercial inmediato, algo que tantas veces va en demérito de las obras.
Asimismo, se arriesgan con autores jóvenes, lo que trae voces nuevas al campo literario y, por lo mismo, en muchas ocasiones apuestas más innovadoras y atrevidas y, por último, pueden hacerse cargo de géneros minoritarios, como poesía, dramaturgia y crónica, olvidados por los sellos grandes debido a las escasas ventas que suscitan.
Dado este diagnóstico auspicioso, es imposible no hacerse cargo de un olvido fatal, una descomunal omisión, en todos los listados que revisé. Sin ánimo de fijar mi propio canon, me interesa agregar dos libros que, me parece, fueron caprichosamenteexcluidos por la crítica en sus veredictos de fin de año. Me refiero a Apache de Antonio Gil (Sangría) y La imaginación del padre de Luis López-Aliaga (Lolita).
Las mismas editoriales independientes, representadas por la Furia del Libro, hicieron justicia con ambos volúmenes, cuya ausencia en las demás selecciones es a lo menos curiosa. La Furia, tras una consulta interna, realizó su propio ránking donde figura en primer lugar la novela de Gil y en sexto la de López-Aliaga.
En lo personal, no dudaría en calificar a Apache como la entrega más arriesgada de este autor y, quizás, la novela más ambiciosa publicada en 2014. En sus páginas se utilizan técnicas narrativas complejas (autorreferencialidad, autorreflexión, metaficción), una prosa barroca, trabajada, abundante, y una anécdota –el asalto al Banco Chile del anarquista español Buenaventura Durruti– que nos presenta en toda su magnitud el heroísmo y la barbarie de las ideologías que rigieron, sin contrapeso, el siglo XX.
La imaginación del padre, por su lado, es profundamente conmovedora y, aunque plantea reflexiones profundas (sobre la familia, el exilio, la cultura limeña), lo hace siempre sin estridencias ni moralinas.El libro es un híbrido, a medio camino entre la autobiografía, la auto ficción y el ensayo literario. En el se aborda el vínculo confuso, desajustado, entre el autor y su padre, un exiliado peruano que jamás logra olvidar su tierra. La narración permite relativizar la memoria, conocer sus imposibilidades, pero al mismo tiempo poner de manifiesto la importancia que tiene en la formación de una persona y un pueblo.
Creo que si agregamos estos dos títulos, el panorama que nos entregan los ránkings de fin de año resulta ecuánime y ponderado. De todas maneras, lo más aconsejable es que nosotros mismos accedamos a las obras recomendadas y nos atrevamos a juzgar, desde nuestra propia lectura, cuáles fueron los mejores libros de este 2014 que se apresta a terminar.