Se han constatado dificultades en el avance del proceso de reformas que vive el país, aquellas que fueran respaldadas electoralmente hace un año, por una clara mayoría de chilenas y chilenos, y que desde marzo han sido impulsadas por el gobierno liderado por la Presidenta Bachelet.
Asimismo, las fuerzas políticas adolecen de un respaldo ciudadano que sea significativo, según las mismas encuestas que registran una baja en la popularidad gubernamental.
Es decir, estamos en un cuadro de una mirada severamente crítica a los diferentes actores y partidos políticos que actúan en el escenario nacional.
Surge de inmediato la pregunta, ¿qué hacer ante las dificultades?
No me cabe duda que el criterio ordenador de cualquier Carta de Navegación, Hoja de Ruta o como se quiera llamar al Plan político que se formule es la lealtad irrestricta con los compromisos programáticos suscritos con el país, con la acción del gobierno de Michelle Bachelet y con la gobernabilidad democrática de la nación chilena, tarea en la cual ya nos hemos empeñado a lo largo de cinco gobiernos, luego del término de la dictadura.
Esta es la labor que al conjunto de los demócratas chilenos les ha granjeado la confianza de la mayoría nacional necesaria para asumir la tarea de gobernar el país.
La lealtad nos convoca a contener las Agendas individuales que inevitablemente surgen cuando hay problemas; es casi una ley biológica, la idea de salvarse solo, de evitar los costos que se asumen cuando se es parte de una empresa que tiene objetivos comunes, ineludibles para sus participantes. Un hipotético escenario de recriminaciones mutuas, relativas a quien tiene mayores culpas en lo sucedido, sería un ejercicio enormemente desafortunado.
No obstante, ello no se debe confundir con la falta de diálogo, esencial e indispensable para clarificar el rumbo y resolver las dificultades. La intolerancia hacia puntos de vista diversos también puede ser de efectos muy lamentables.
El gobierno necesita el tiempo y el espacio político que le permitan concretar sus objetivos principales, de allí que en lo personal siga insistiendo en que las reformas son sucesivas y no simultáneas, articuladas en un Plan que ordene las tareas y determine lo urgente separándolo de lo que no lo es.
Se trata de fortalecer la estabilidad con las reformas y que aquella permita sostener estas últimas.En tal sentido, no se debiera caer en el juego del lenguaje confrontacional de la derecha más dura que sólo quiere generar incertidumbre.
Hay que unir y no dividir, agruparse y no separarse. En esa dirección es una tarea clave concentrar la Agenda política en las Reformas fundamentales y en las tareas esenciales, que indican que el gobierno mantiene firme el timón del país. Luego de las encuestas se amplificaron sus efectos con toda suerte de filtraciones y trascendidos que mostraban un Ejecutivo sin respuesta clara al clima generado en el país.
De lo que se trata es de retomar el control de la Agenda, evitando que sea recargada por múltiples peticiones y demandas de los mismos adherentes que presionan en su propio interés, desdibujando la tarea del gobierno, cercándolo con innumerables demandas que, finalmente, no se pueden resolver ni solucionar adecuadamente.
El fenómeno de tomar como válida toda petición para el protagonismo personal, coloca a los actores que deben orientar y encauzar la ciudadanía, permanentemente del lado de la demanda creando una situación que llega a sobrepasar el gobierno y desdibuja su Agenda.
Chile requiere las reformas estructurales y necesita crecer; en esa perspectiva el gran esfuerzo es afianzar la base de apoyo social del gobierno, enfrentando los abusos que padecen las personas, creando institucionalidad pública con ese objeto o fortaleciéndola donde exista, teniendo como Norte la derrota de la desigualdad y no las consignas de cada protagonista por separado.
El gobierno no se puede diluir en innumerables solicitudes específicas, sino que debe reinstalar los grandes propósitos nacionales que lo animan.
El desafío es de alta exigencia, pero es la tarea que beneficia a Chile.