Las profundas desigualdades que viven millones de chilenos diariamente forjaron las últimas décadas un proceso de creciente segregación social, cultural, urbana y política que nos hemos negado a reconocer.
Es cierto que es de una enorme gravedad que el uno por ciento más rico de la población acapare el 31 por ciento del ingreso nacional, pero mucho más inquietante es que como sociedad estemos construyendo un país de ghettos.
El lenguaje, la educación, los lugares de residencia o los códigos éticos varían hondamente hoy al interior de nuestra sociedad, según alguien nazca en un hogar pobre, de clase media o acomodado. Sabemos donde nació alguien con mirarlo o verlo, así de segregados estamos
En definitiva, somos un país fracturado, incapaz de dialogar con sus diferencias.
Es decir, con nuestra desigualdad estamos construyendo profundas diferencias sociales, quiebres impredecibles en nuestra propia identidad.
El mayor problema es que estas desigualdades no son sólo económicas o sociales. No es un problema de dinero, bien o mal distribuido.Estas desigualdades -o segregaciones- tienen cuatro grandes pilares, mucho más profundos.
Uno es la desigualdad en el ejercicio de la política, expresada por una parte en un sistema binominal que excluye la representación de la diversidad y, por otra, en la marginación de los ciudadanos, en especial de provincias, de la elección de sus propias autoridades regionales.Somos el único país sudamericano con esa herida democrática.
Otra de esas desigualdades políticas es la forma autoritaria en que hemos construido nuestro diálogo con las naciones y pueblos originarios. Incapaces nuevamente de construir en el respeto y la diversidad tolerante.
A estas segregaciones políticas se unen por cierto las desigualdades sociales, expresadas en que los chilenos simplemente no ejercemos idénticos derechos. Millones de compatriotas lo padecen cada vez que llevan a sus hijos al liceo, acuden a los sistemas públicos de salud o simplementen viajan en transporte público.
Además, tristemente, transformamos estas desigualdades políticas y sociales en segregación urbana, uno de los procesos más graves de esta segregación global.
De hecho, los últimos 30 años las ciudades enfrentaron un proceso de reordenamiento que derivó en la virtual expulsión de los pobres a las periferias, ahondando físicamente nuestras distancias como sociedad.
Una última desigualdad finalmente se expresa en la falta de diversidad en los medios de comunicación, donde escasean voces regionales y/o representativas de todas nuestras culturas, de todas nuestras lenguas. ¿Por qué no tener diarios en quechua o rapa nui?
Necesitamos enfrentar estas segregaciones o construirenos un país al borde de su propio abismo, enfrentado a su propia fractura social y cultural. Al borde siempre del estallido social.
Nuestra democracia debe construirse sobre un esfuerzo global por la igualdad de derechos, no basta con una reforma tributaria.
Es un desafío enorme, pero cada vez más impostergable.