Se cumplieron recientemente 40 años de la renuncia del Presidente estadounidense Richard Nixon ocasionada por el denominado caso Watergate, (escuchas ilegales al Partido Demócrata y posterior complot del propio Presidente para encubrirlo). Esto significó el fin de su Gobierno y un estigma que lo acompañaría el resto de su vida.
No obstante lo anterior, en su mandato los EE.UU. logró importantes e insospechados avances en la política exterior norteamericana: una apertura con la Rep. Popular China (por medio de la política del ping pong); la negociación con Moscú del primer acuerdo sobre limitación de armas estratégicas e intentos concretos por resolver la Guerra de Vietnam, por medio del retiro gradual de tropas.
A aquellos interesados en las relaciones internacionales, les recomiendo leer su libro “The Real War “(La Verdadera Guerra).
Para mi ex Profesor de la Escuela de Derecho de la PUC y ex Senador de la UDI, Jaime Guzmán E. (Q.E.P.D.), Richard Nixon fue uno de los mejores Presidentes de la historia de ese país. Esto me lo corroboró también un profesor y economista panameño, quien precisamente residía en los EE.UU en esos años.
A su vez, un chileno “de corte republicano” calificó la gestión del ex mandatario americano -a nivel interno y externo- como magnífica, hasta que sucedió Watergate, me expresó con amargura.
Sin embargo, el político también es un ser humano, con virtudes y defectos.
Por eso coincido con el ex Presidente peruano Alan García en calificar el discurso de despedida de Nixon, a los funcionarios de la Casa Blanca, como uno de los más emotivos de la historia. En su despedida, junto con agradecer el trabajo anónimo de los funcionarios de Gobierno, recordó con emoción y tristeza a sus padres, calificando a su padre como un “Little Man” y a su madre, como una verdadera Santa, recalcando con orgullo sus humildes orígenes.
Con más de 20 años en la Cancillería, no recuerdo que la partida de algún Ministro haya conmovido a sus funcionarios. En una ocasión recuerdo que al ver tan poca gente reunida en el hemiciclo del Senado, para la despedida de rigor, el Gabinete de la autoridad homenajeada comenzó a buscar – en un frenético puerta a puerta – a los empleados, solicitándoles su asistencia. En otra oportunidad, la despedida pareció una segunda versión remozada o “enchulada” de una Cuenta Pública anual.
En los citados ejemplos, no se observó ni pesar ni lágrima alguna. Quizás fue para ambas partes un mero trámite o acto protocolar, ya que esas administraciones no lograron vincularse con sus subalternos ni menos conformar una suerte de “affectio societatis” con éstos.
En otro ámbito, es interesante observar la evolución de la opinión pública estadounidense, cada día más polarizada, desencantada y desconfiada de sus Gobernantes.
Según una encuesta del Pew Research Center, el 36% opinión pública de la época confiaba en el Gobierno de Nixon –una vez que se hizo público Watergate-, sin embargo, en el escándalo Clinton-Lewinsky, sólo un 24% de los norteamericanos creían en su Gobierno. Si bien estas cifras o porcentajes no son comparables, al menos sirven de referencia de cómo cada vez la sociedad americana se muestra más escéptica, aunque si somos sinceros, este un fenómeno global .
Finalmente, el Presidente Obama obtuvo en el mes de julio un 42% de aprobación según un sondeo de la cadena CNN y la encuestadora ORC International.
Sin embargo, lo que ha sorprendido fue el resultado de otra encuesta, esta vez de la Universidad de Quinnipack, según la cual el Presidente Obama fue calificado como el peor Presidente de los Estados Unidos, pos Segunda Guerra Mundial, siendo seguido nada menos que por el ex Presidente George W. Bush.