Desde el Emergency Management se considera que las emergencias tienen más similitudes que diferencias.Partiendo de esa base, ¿por qué entonces nos ha costado tanto adecuar nuestro sistema de emergencias a los tiempos modernos, especialmente si el aprendizaje es tan transferible, existiendo amplia literatura y experiencia a nivel internacional?
Desde la década de los 70 existe una estructura normada en gestión de emergencias de todo tipo – causa u origen, magnitud o duración – que nuestro sistema ha obviado sistemáticamente a partir de argumentos que no resisten ningún análisis técnico.
Para sólo mencionar otros ejemplos, lo mismo ocurre con cosas tan concretas como el número único de emergencias, establecer una aproximación integrada, desde la base hacia arriba (bottom-up), comunitaria, funcional, etc., versus la fragmentada, centralizada (top down), de aproximación política-institucional, que posee nuestro sistema actual de emergencias, características esenciales que no han variado en los últimos 40 años, y cuya mejor expresión de inmovilidad hacia el desarrollo se expresa en la supuesta nueva institucionalidad que presentó el gobierno anterior y cuya discusión se encuentra actualmente en el Senado, y que por cierto replica el modelo histórico.
Dicho esto, queda de manifiesto que difícilmente sería posible asignar responsabilidad sobre la visión técnica y modelo de gestión a un gobierno en particular, no obstante la responsabilidad política que a cada uno le compete en generar las condiciones necesarias para ir avanzando de acuerdo a los tiempos.
Términos como “buenas prácticas” terminan siendo usados de manera abusiva, al igual como “lecciones aprendidas”, que cabe señalar, desde lo técnico, son consideradas como tales solo si el cambio se ha generado, algo que claramente no está reflejado en nuestro sistema de gestión de emergencias y que instala en la comunidad la falsa expectativa de que se ha avanzado en esta materia.
Tuve la oportunidad de asistir a un encuentro donde un funcionario del MINEDUC señaló algo tan simple como cierto, la necesidad de “institucionalizar los aprendizajes”. En definitiva que el dato sea parte de un proceso que construya inteligencia, y que a su vez ésta deje de ser un mero ejercicio académico y parte de una cuña en un buen discurso, para así generar cambio y modernización de un área fundamental en la seguridad pública como es la gestión de emergencias. Algo que en lo técnico es simple, pero que en lo práctico, por alguna razón, no ocurre.
Otro ejemplo es que preferimos seguir utilizando una estructura “criolla”, basada en comités, con un mando de coordinación, un mando técnico y uno de autoridad, absolutamente alejado de lo existente y recomendado hace décadas, pero que curiosamente, aunque la autoridad especializada cambie, siguen defendiendo su existencia, y en cada gran emergencia queda de manifiesto su obsolescencia. Como si fueran abducidas por el “modelo”. ¿Pero será tan así?
Hace ya muchos años aprendí la relación perversa entre la emergencia y el poder, no aquel de carácter político, sino el más puro, el más humano, que con una pizca de mesianismo, termina seduciendo al curandero y fortaleciendo la actuación intuitiva, la reinvención permanente de la rueda, la complacencia, y la cantidad de flashes que suelen acompañar cada incidente. No en vano, quienes están a cargo deciden a quién ayudar, cuándo ayudarlo, y de qué manera hacerlo, cuando las personas más lo necesitan, en un momento crítico donde su vida o necesidades de protección se ven más afectadas o amenazadas.
En Emergency Management hay dos elementos que son habitualmente señalados como parte de las resistencias al cambio más potente que se presentan frente al mejoramiento de los sistemas, los egos y las tradiciones.
Es así como pareciera que la cultura que prevalece en nuestro sistema de emergencias es que si no lo inventamos nosotros, si no lo descubrimos nosotros, no sirve.
Esta mirada termina por hacer que primen los egos, donde la ausencia de la persona como centro de atención y preocupación se relativiza, demorando el desarrollo, impidiendo el aprovechamiento del conocimiento de otros, de lo aprendido desde el dolor que otros han debido vivir, en un ámbito donde el sufrimiento está presente como elemento central para ser evitado o mitigado, donde resulta esencial comunidades más preparadas e involucradas, más resistentes y resilientes.
Es así como en seguridad pública existe un desafío pendiente, modernizar nuestro sistema de emergencias, que en realidad es un desafío de liderazgo y autoridad para superar las resistencias al cambio.