Estamos a las puertas de un nuevo debate ideológico, donde necesariamente como partido tenemos que definir y aclara qué ideas y qué concepto de país vamos a ofrecer a un Chile que ha cambiado enormemente en estos años. La Democracia Cristiana ha jugado un papel clave en la historia política del país, en especial desde el retorno a la democracia y los esfuerzos por la gobernabilidad que es uno de nuestros capitales políticos como nación.
Este papel lo hemos logrado sobre la base del trabajo serio, responsabilidad, lealtad y confianza que transmitimos no sólo a nuestros electores, sino también a todos los ciudadanos y a las demás corrientes políticas. Nuestra palabra y nuestro compromiso como partido han sido esenciales para acuerdos críticos que el país ha logrado en toda clase de materias. Eso ha sido garantía de seriedad, estabilidad política y amistad cívica a Chile.
¿Cómo preservar este atributo? Guardando la palabra empeñada, gobernando de cara a la gente, llevando la verdad y la honestidad por delante y acercándose cada vez más a la ciudadanía, a los humildes y a la clase media, a los emprendedores, las mujeres, los jóvenes, los ancianos y todos aquellos que trabajan por un Chile más inclusivo, menos segregado.
Cuando se asumen compromisos con la gente, estos deben ser honrados. Hoy más que nunca no podemos dar señales erradas como las que hemos visto en la derecha: prometer algo que luego se cumple “a medias”, con “letra chica” o “sujeto a revisiones” de grupos de interés.
Yo quiero una Democracia Cristiana comprometida con los cambios, con la gente y con la propuesta programática de la Nueva Mayoría y el Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, del cual somos parte íntegra, relevante y decisiva.No somos un partido outsider, nunca lo hemos sido y no es el minuto de comportarnos como tal.
Somos la garantía de estabilidad y trabajo serio que han tenido y tendrán los gobiernos progresistas y si bien podemos tener matices, estos deben ser expresados en espacios de diálogo, sincero, amistoso y constructivo.
Ese mensaje vale también para todos los socios de la Nueva Mayoría.Sin imposiciones ni arrebatos, podremos dar un mejor ejemplo de cómo se gobierna en armonía y eficiencia, de modo de transmitir los beneficios que nuestro programa ofrece al país, a las familias y a las personas.
Tenemos un desafío enorme por transmitir a la ciudadanía las bondades de las reformas que estamos llevando adelante; como Gobierno hemos tenido un buen apronte al explicar en el exterior los alcances y necesidades que tenemos como país en desarrollo, para llevar a cabo los cambios en educación, salud, infraestructura, etc., de la mano de una mejor justicia distributiva. Esto no puede verse empañado por descoordinaciones internas.
Como partido, debemos hacer un esfuerzo sincero y real para leer inteligentemente la nueva realidad de los anhelos, demandas y expectativas de la sociedad chilena. De lo contrario, iremos quedando aislados del mundo, como le está pasando a algunos partidos más conservadores del espectro político nacional, que se atrincheran en visiones que sólo sirven a unos pocos.
Eso no debe entenderse jamás como falta de liderazgo, ni claudicación ¡si es la gente la que debe guiar el destino de las naciones, no grupos de poder ni minorías reacias a los cambios!
Hemos sido y podemos ser un partido de vanguardia en la medida que sepamos conjugar una propuesta ideológica moderna y con impronta DC, con las demandas de una sociedad cada vez más empoderada y menos dispuesta a aceptar el peso de la noche. El proyecto al cual adscribimos, la Nueva Mayoría, no tiene símiles en el concierto internacional y por lo mismo, somos ejemplo para muchos.
Me da orgullo ser DC en un Gobierno cuyo contexto habla de transformaciones profundas que irán en beneficio de quienes siempre han tenido que esperar.
La tarea es urgente y los demócratacristianos no podemos perder un minuto ni perdernos en veredas que no nos corresponden. La nuestra, es la vereda de la gente.