La presidenta Bachelet ha cumplido su promesa. En su mensaje del 21 de mayo ha indicado con todas sus letras que enviará el proyecto de ley sobre la despenalización del aborto en 3 causales.
Será un proyecto a ser discutido en el Congreso que ya ha despertado un debate en la sociedad entre los distintos sectores que apoyan o rechazan esta posibilidad.
Aparecen en escena aquellos llamados pro vida, aquellos que se dicen defensores de la vida desde la concepción hasta la muerte del sujeto, y que llaman asesinos o defensores de la muerte a aquellos que estamos a favor de la despenalización.
En este contexto, marcaré mi posición.
Soy enfática en decir que no quiero que las mujeres aborten. No quiero que las mujeres se vean en la necesidad de tomar una decisión que sin duda es difícil. No quiero que deban verse en la necesidad de violentar sus cuerpos y, en muchos casos, de violentar sus creencias más profundas. No quiero que las mujeres aborten en el contexto de la criminalización, de la más profunda soledad y de la estigmatización de una sociedad entera.
Por lo mismo, seguiré luchando porque en este país se logre una educación no sexista y con una orientación profunda de derechos humanos, que nos enseñe desde pequeños que somos todos iguales, que hombres y mujeres merecen el mismo respeto, el mismo trato, que nadie tiene derecho de someter al otro, a abusar de él ni a considerarlo un objeto de propiedad (ni propiedad del Estado, ni de la familia, ni de la pareja, ni de nadie que no sea la propia persona que lo porta).
Seguiré luchando porque en este país contemos con una educación sexual laica desde la infancia y que se promulguen y respeten los derechos sexuales y reproductivos para todos y todas.
Que contemos con acceso a la información, a la conversación y a relacionarnos con nuestro cuerpo y nuestros deseos sin culpa. Que la sexualidad pueda ser vivida en un marco de autonomía, del placer compartido y del auto cuidado.
Que existan políticas de salud que den acceso oportuno a los métodos anticonceptivos tanto para hombres como para mujeres y a la píldora del día después ante todo evento.
Que nuestra educación y nuestras políticas se basen en derechos y acuerdos colectivos, y no en creencias individuales ni religiosas.
Seguiré luchando porque en este país se construyan representaciones de maternidad y paternidad responsable, donde el eje no sea reproducción como destino sino que su eje sea el consentimiento y el sentido para hombres y mujeres.
Y, seguiré luchando para devolver los derechos a las mujeres sobre la autonomía de sus cuerpos. Seguiré luchando por dar oportunidad a aquellas que han sido víctimas del abuso, del abandono, de una sociedad sexista y negligente.
Seguiré luchando por aquellas que no han tenido acceso a los métodos de prevención o a las que les han fallado, por aquellas que por diversas razones no se sienten preparadas ni síquica ni físicamente para llevar a término un embarazo.
Lucharé por la legalización del aborto para que las mujeres que se vean en la difícil encrucijada de decidir por la continuación o no de su embarazo, puedan acceder a su interrupción de manera regulada y segura. Que no sean penalizadas por el Estado, que sean cuidadas, que se les permita, independientemente de sus recursos económicos, contar con un servicio de salud que le provea garantías y cuidados necesarios. Y sin reproche.
Que nadie se sienta con el derecho a insultarla, a tratarla de asesina, de meterla presa, de conminarla a hacerse responsable por “abrir las piernas” ni a “cargar cruces” –como decía Jaime Guzmán- aunque ese embarazo sea producto de una violación cobarde o de un incesto aterrador.
Porque no sacamos nada con enarbolar banderas de defensa de la vida del potencial ser humano, si no somos capaces de respetar la vida, los derechos y la conciencia del que ya existe, de dar las condiciones básicas a los individuos de nuestra sociedad a tener un trato digno, respetuoso y solidario.
Yo estoy por la vida.