El resultado de las elecciones al Parlamento Europeo ha encendido las alarmas entre los partidos que tradicionalmente se han repartido el poder. El Partido Popular Europeo, conservadores y democracia cristiana y la Alianza Progresista, formadas mayoritariamente por socialistas.
La participación global apenas ha superado el 43 por ciento. Los más entusiastas fueron los belgas, con un 90 por ciento. Los menos, polacos, croatas y lituanos que rondaron el 27 por ciento. España ocupó la parte intermedia con el 44 por ciento de participación.
La entrada en escena de los descontentos por las medidas de austeridad adoptadas para superar la crisis económica, que supuso un drástico recorte al bienestar de la mayoría de los ciudadanos , ha dejado mermadas las fuerzas de quienes obedecen sin chistar los dictados de la señora Merkel.
De acuerdo al reparto de escaños, los populares ya no cuentan con la mayoría absoluta por lo que están obligados a formar coalición para aprobar medidas. Los socialistas son los deseados. Pero a vista del retroceso de estos,salvo en Portugal, una alianza podría desencadenar una fuga masiva de militantes y simpatizantes.
Las elecciones han permitido ampliar la presencia en el Parlamento Europeo de fuerzas progresistas, ultra derechistas y populistas. Todas enarbolan la bandera del malestar, del descontento, pero, cuidado, cada cual representa lo suyo.
Ser “euroescéptico” es una cosa. Ser anti europeo, xenófobo, es otra.
El triunfo del populismo más visceral, elemental, en Francia , Reino Unido o Dinamarca, resulta preocupante. Se trata de países con tradición democrática y cada uno, a su manera, ha jurado fidelidad al europeísmo. Sin embargo, en estos comicios las agrupaciones extremistas han experimentado un avance que merece especial atención.
Los populistas ultras que llegan con fuerza al Parlamento Europeo todavía no tienen peso suficiente para influir en políticas comunitarias. No obstante, su irrupción es un toque de atención a los partidos mayoritarios para enmendar, corregir o acometer medidas que frenen su avance.
Lo que podría ser alarmante es que este germen nacionalista sea imparable en los países que han sido espejo de libertades y modelo democrático.
El triunfo del partido Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia ha sido un “terremoto político”, según palabras del primer ministro Manuel Valls.
La crisis económica y las decepcionantes actuaciones del gobierno de Hollande han puesto en velocidad de crucero a la ultraderecha, que culpa a los emigrantes de todos los males que sufre la nación. “Francia para los franceses… y aquellos que no lo sean, que se vayan”. Ese el lema del Frente Nacional, un partido que olvida maliciosamente el pasado colonial aún reciente de Francia.
Esa inmigración que tanto ofusca hoy a Marine Le Pen y a sus seguidores procede de esos antiguos enclaves franceses de ultramar que hoy sufren pobreza extrema, guerra y corrupción. Francia es para ellos una referencia histórica. Nada extraño, por tanto, que elijan ese país para mejorar sus condiciones de vida.
En España, la ultraderecha no cuenta. En cambio, los descontentos, los indignados por la situación económica, han optado por dar la espalda a los dos grandes partidos, el Partido Popular y el Partido Socialista, y decantarse por otras agrupaciones progresistas o que apuestan por un cambio sustancial en el modo de “hacer” política.
Los populares, en el Gobierno, y los socialistas, mayoría en la oposición, pierden conjuntamente 5 millones de votos respecto a las elecciones para el Parlamento Europeo de 2009. El bipartidismo se tambalea. Otras formaciones se reparten esas papeletas.
La izquierda gana posiciones. Todos suman.La novedad es la formación PODEMOS, creada hace tan solo 4 meses y que encabeza el profesor universitario Pablo Iglesias.Un millón de votos, cinco eurodiputados y se instala en el cuarto lugar entre los partidos españoles a nivel nacional.Un bombazo electoral imprevisible. Este grupo es herencia del movimiento de protesta 15 de Mayo y cuenta con grupos de apoyo en barrios y en agrupaciones ciudadanas diversas.
Los partidos tradicionales europeos sacan cuentas tras la resaca electoral y toman nota de los resultados. Están obligados a enmendar errores y buscar fórmulas para recuperar la confianza perdida. Renovarse o atenerse a las consecuencias que genera el inmovilismo.
Ya nada es igual en la Europa comunitaria, ni en los países que la forman.