La designación de los Embajadores es una atribución especial del Presidente de la República, en conformidad al art. 32 número 9 de la Constitución Política. Cabe señalar que el Gobierno del ex Presidente Sebastián Piñera ha sido el que ha nominado el mayor número de Embajadores de Carrera, en relación a Embajadores políticos, en la historia diplomática de Chile con casi un 80% del total. En consecuencia, cualquier contracción a este porcentaje sería un retroceso para la diplomacia nacional.
Incluso, cabe celebrar que al final de su mandato, todas las Embajadas de Chile en América Latina tenían como Jefe de Misión a un funcionario del Servicio Exterior, algo inédito en la memoria de nuestro país.
Al asumir el Gobierno de la Nueva Mayoría, una de sus primeras medidas fue prescindir de todos aquellos Embajadores de Carrera con más de 65 años de edad y reemplazarlos por otros diplomáticos/a más jóvenes.Esta decisión gubernamental fue ampliamente apoyada, ya que toda carrera funcionaria que se precie de tal, debe tener un inicio, un desarrollo y un término, y en consecuencia, el cargo de Embajador no debiera ser vitalicio, pese al afán de algunos por mantener esa figura.
No obstante lo anterior, esta iniciativa de recambio generacional estaría siendo anulada por la nominación, por el momento, de un número significativo de Embajadores políticos, algunos de los cuales tienen como denominador común, una avanzada edad y/o una derrota electoral (ya sea en primarias o en el proceso mismo de la votación), entre otras características. Con ello se transforma a la Cancillería en una especie de “senior suite” o una forma de obtener una jubilación honrosa.
Siguiendo la lógica tradicional en este tipo de nominaciones, de prosperar la iniciativa legal tendiente a aumentar el número de honorables congresistas en 47 cargos adicionales, las probabilidades que un egresado de la Academia Diplomática sea designado Embajador durante su carrera funcionaria, se reducen aún más.
En virtud de lo anterior, los últimos Directorios Adica fueron contestes en expresar la necesidad que al menos el 80% de los Embajadores seleccionados por el Poder Ejecutivo provinieran de la carrera, aduciendo que tanto las Cancillerías del Perú y Brasil contemplan, respectivamente, una cuota de un 90% y de un 100% para Embajadores de esa naturaleza.
Por lo mismo, si se encuentra en tramitación un proyecto de ley que busca limitar el número de periodos de reelección de los parlamentarios, parecería sensato definir claramente una edad de término para la carrera diplomática y un porcentaje mínimo de plazas para los Diplomáticos de Carrera.Resulta paradójico que se haya aumentado los cupos para ingresar a la Academia Diplomática, si no existen garantías mínimas para desarrollar una carrera funcionaria promisoria.
En consecuencia, ¿por qué no incorporar en el Proyecto de Ley de Modernización de la Cancillería una restricción al Poder Ejecutivo, disponiéndose que al menos el 80% de Embajadores deban ser seleccionados del Servicio Exterior? Esta modificación requeriría una reforma constitucional.
Con todo, esta cuota legal confirmaría lo proclamado y pregonado insistentemente por los Poderes Ejecutivo y Legislativo en los últimos años, en especial con ocasión de nuestras controversias con nuestros vecinos ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya: la Política Exterior de Chile es una Política de Estado.
Lo anterior pareciera justificado, ya que los principales ejecutores de la política exterior debieran ser elegidos entre los más idóneos de la Carrera Diplomática.Esta medida implicaría un avance sustantivo en el escalafón de mérito funcionario, hoy completamente fosilizado y desacreditado.
Con todo, ser Embajador implica responsabilidades, y en consecuencia, es obligación de todo Gobierno y de la propia ciudadanía, supervigilar y evaluar sus cometidos, ya que no solo representan y comprometen al país, sino que también son la cara visible o imagen de Chile en el extranjero.
Por lo tanto, la Asociación de Diplomáticos de Carrera (Adica) debiera velar por que sus asociados respeten las normas legales, administrativas y éticas, incluso denunciando a aquellos funcionarios que comprometan el prestigio de la carrera diplomática, ya sea por cometer ilícitos, irregularidades y/o faltas graves, como denuncias por acoso laboral, sexual, pereza contumaz, entre otras.
Asimismo, urge cambiar una cultura institucional caracterizada por el miedo, la frustración profesional, la ausencia de un trabajo en equipo, y en donde la obsecuencia hacia la autoridad es un principio de supervivencia, venerado casi con fervor religioso por parte de algunos, siempre “fieles en el éxito e infieles en el fracaso”. Quien ha denunciado insistentemente esta cultura perversa es el nuevo Presidente de la AMRE, Alex Brito.
Por otra parte, la constitución de una Comisión de Modernización de la Cancillería, a cargo del Embajador® Mario Artaza, ha sido una excelente noticia, no solo por ser él la persona quien asume dicha labor, sino porque ésta sería una comisión inclusiva, participativa y transparente.
Sin embargo, cabe recordar a los más jóvenes, optimistas e idealistas, que han sido numerosas las comisiones ministeriales que se han abocado a dicho cometido. Serían al menos 15 los proyectos de modernización que han sido estudiados y analizados sucesivamente en estos últimos 24 años, existiendo incluso hoy dos proyectos de ley en el Congreso.
¿Por qué nunca han resultado estas iniciativas? Muy simple: la falta de voluntad política de los Gobiernos de turno, los cuales no fueron capaces de desarticular una importante trama de intereses creados que buscaban evitar cualquier modernización basada en el mérito.
En lo personal, la reforma de la Cancillería se ha transformado en un anhelo, un sueño que es compartido por la mayoría de los diplomáticos de carrera que aún seguimos esperando. No lo hacemos como Penélope en la lejana Itaca, sino que como lo hace el ciudadano común en nuestro país. Lo hacemos como los chilotes viejos que aún no tienen su puente o como los hinchas de la U que aún esperan su estadio.
Demasiados años, demasiadas promesas.