Creo en el libre mercado y en la competencia. Creo que la adecuada relación entre consumidores y proveedores es la mejor forma de definir los precios, los intereses del mercado y la economía en su conjunto.
Por ende, creo en la labor de los empresarios, emprendedores, gestores de negocios y de todos quienes, en el marco de la libertad, son capaces de crear riqueza por medio del lucro. Profesado este credo, no puede obviarse una verdad evidente: en Chile algunos han logrado imponer una verdadera cultura del abuso.
El caso “La Polar” es el estandarte de esta forma de actuar cuya principal característica es la transgresión de normas éticas mínimas. Algunos empresarios –no todos, seamos justos- lucran a costa del abuso.
La cultura del abuso es de larga data. Los gobiernos de la Concertación, quienes en teoría representaban los intereses de los abusados -como olvidar el “porque basta ya de abusos/ es el tiempo de cambiar” del himno del “no” para el plebiscito de 1988- fueron cómplices en que esta cultura floreciera, pues en lugar de reprimirla la toleraron, enarbolando al mismo tiempo un discurso electoralista en pro de la igualdad.
En ocasiones “se hicieron los lesos”, en otras dejaron que pasaran las cosas por conveniencia. En casi todas las áreas en las que operaba el mercado se redujo el número de oferentes y si hay algo que propicia el abuso es la falta de competencia.
¿Se acuerda Ud., estimado lector, cuántas eran las ISAPRE al comienzo del sistema, antes de la llegada al poder del “progresismo”?
¿Y las AFP? ¿Y las empresas de multicarrier? ¿Cuántas farmacias existían antes?
¿Cuántas empresas de buses interurbanos competían entre sí?
¿O empresas de televisión por cable o digital? ¿O de telefonía fija? ¿O celular? Es natural: en la lógica estatista es más conveniente dialogar con pocos y no con muchos. Y eso los gobiernos de la Concertación lo comprendieron bien, a riesgo de fomentar la colusión y el abuso.
El estallido del caso de La Polar nos muestra la faceta más horrorosa de ese abuso brutal e inaceptable: la del abuso a los más débiles para la obtención de indebidas ganancias.
Es increíble que los directores hayan permitido que su cartera tuviera cerca del 70% de morosidades sin decir “esta boca es mía”. En paralelo, los altos ejecutivos cobraron en este período premios de gestión o Stock Options. Y curiosamente, mientras ello ocurría desde hace 6 años, ni la Superintendencia de Valores ni la de Bancos nada dijeron. Mientras ello ocurría La Polar era considerada un ejemplo de funcionamiento: claro, a costa de sus deudores.
Pero que el caso La Polar no nos haga creer que es el único: ¿se puede olvidar a Francisco Javier Errázuriz y su “importación no tradicional” de paraguayos para tenerlos trabajando en condiciones inaceptables?
Ciertamente Errázuriz es solo una cara visible, hasta caricaturesca, de malas prácticas de algunos empresarios, pero no solo en el ámbito laboral. Hay evidentes abusos en las más variadas áreas de nuestro mercado: en la facturación de bienes y servicios –donde si hay “letra chica” de verdad- , abusos en las comisiones bancarias, abusos en área inmobiliaria y de seguros. Injusticias en las “clausulas abusivas” que las empresas del retail, de telefonía, de cableoperadoras, de promoción de servicios en general, obligan a firmar unilateralmente sin otorgar condiciones de negociación justa.
Los llamados a denunciarlo también abusaron de su posición: ¿o no es abuso lo que pasa cuando los dirigentes sindicales en lugar de asumir su rol técnico profitan del poder y lo usan en su beneficio?
Por eso molesta que el actual Presidente de la CUT se de el lujo de tener cenas millonarias mientras los demás sindicalistas protestan en las calles.
Es natural: tras cinco reelecciones –vaya alternancia en el poder- es normal sentir que se tiene tanto poder como para decirle al país que desde el año 2009 no es Presidente de tal entidad con tal de evitar sanciones por su candidatura a diputado financiada –al parecer ilegalmente según dice el SERVEL- con dineros de todos los afiliados de la Central. En la cultura del abuso lo que más abunda es el privilegio, pero quizá el peor sea el de la impunidad, porque el poderoso sabe que no le pasara nada.
Hemos tolerado demasiado abuso como sociedad. Ya es hora de decir basta. Eso es lo que piden los manifestantes en las calles, eso es lo que mantiene a la gente alejada de la política: la permisión del abuso institucionalizado.
Mientras los políticos de todos los sectores no sean capaces de entender que ese abuso es la principal causa por la que la gente se siente distante de ellos, seguirá aumentando el descredito popular a la noble actividad del ejercicio del poder.
Pero se puede abrigar esperanzas en que estos abusos sean controlados. Ante indignación de algunos, perplejidad de otros y orgullo de quienes somos sus partidarios, es un Gobierno de Centro-Derecha el que ha demostrado estar mucho más interesado en profundizar la represión al abuso.
El Ministro Hinzpeter y el Director del SERNAC Periboneo han mostrado un camino que, sin dudas, es el correcto: el de decir a los abusadores que es hora de detenerse o de atenerse a las consecuencias.
Aplaudo dicha actitud. Creo que esa es la única forma en que casos como este no vuelvan a ocurrir, para que la gente vuelva a confiar y no a sentirse víctima de esta cultura del abuso.