La presidenta electa chilena, Michelle Bachelet, enfrentó esta semana su primera derrota política, luego que tuviera que realizar su primer cambio de gabinete, aún antes de asumir el mando.
La designación de la independiente Valentina Quiroga como subsecretaria de Educación, en reemplazo de la cuestionada demócrata cristiana Claudia Peirano, fue un traspiés innecesario que debilitó su imagen, pero que sobre todo evidenció la crisis de confianza que atravesará al poder y la sociedad los próximos años.
Bachelet, enfrentada al desafío de impulsar un amplio programa de reformas que ayude a reconstruir la credibilidad en el sistema político, optó por conformar un equipo de gobierno en cuyos puestos claves puso a personas de su círculo cercano.
Es decir, prefirió gente de su confianza antes que políticos con experiencia que pudieran no serle leales totalmente.
En esa lógica, instaló a su histórico jefe de gabinete, el militante PPD Rodrigo Peñailillo, como su futuro ministro del Interior. En su primer mandato optó en cambio por figuras como Andrés Zaldívar y Edmundo Pérez Yoma, hoy impensables.
Sin embargo, el equipo íntimo de la presidenta electa evidenció sus falencias en rodaje político los últimos días y la expuso a una crisis de confianza con el movimiento estudiantil y sus electores. La misma confianza que ella reclama para los suyos.
¿Cómo propusieron a la futura mandataria nombrar a Claudia Peirano como subsecretaria de Educación? ¿Cómo nadie advirtió los riesgos y la sacó de la lista de nominables?
Mientras Bachelet estaba en Nueva York, Peirano firmaba cartas contra la gratuidad en la educación, demanda que en esos mismos días era apoyada por cientos de miles de chilenos en las calles. Su nominación era muy violenta, ingrata.
Este error sólo es comparable al día en que Piñera calificó la educación como un bien de consumo. Ambos actos tienen la misma consecuencia: resquebrajar los débiles lazos de confianza de la clase política con el movimiento estudiantil.
Los estudiantes, y sus familias, piden a Bachelet lo mismo que ella exige a sus colaboradores: confianza y lealtad, sin lunas de miel ni tiempos de prueba. Los hechos de 2006 aún están frescos en la memoria.
Por ahora, la mandataria electa restituyó en parte la confianza con el movimiento social y sus electores.
Sin embargo, están aún en desarrollo investigaciones periodísticas contra los subsecretarios de Bienes Nacionales, Minería y Agricultura, además del propio ministro de Bienes Nacionales. Cada uno de esos cuestionamientos socavará innecesariamente el poder de la presidenta, factor clave para sortear las protestas ya anunciadas para 2014.
Pero al final del día no hay que olvidar que el fondo de todos estos movimientos debiera ser construir una sociedad de derechos, inclusiva y justa en lo social, político y cultural.
Por ahora estamos muy lejos. No olvidemos que la mitad de los trabajadores chilenos percibe menos de 252.000 pesos mensuales.
No olvidemos que cinco millones de adultos no terminaron el colegio.
No olvidemos que la ciudad más rica de Chile, Antofagasta, tiene un hospital público que funciona sin permiso sanitario ni agua caliente.
¿En cuántos países de la OCDE existe la segregación espacial y cultural que padecemos?
Construir las bases para un cambio demandará de mucho diálogo, acción y sobre todo confianza. No hay espacio para errores no forzados.