La derecha ha terminado por movilizar todo lo que tiene para la segunda vuelta electoral.En realidad, llegó a encontrar un sentido a sus desvelos en la búsqueda de un desgaste anticipado de Bachelet.Esto lo puede conseguir de dos maneras: consiguiendo un resultado inesperado (aunque no, obviamente el triunfo) o desacreditando el resultado final.A final ambas cosas son compatibles y posibles de obtener.
Lo del resultado inesperado se refiere a obtener un porcentaje de votos que estuviera en el promedio de la votación histórica de la Alianza en este tipo de comicios.Como a Matthei todos la daban por derrotada de antemano, que se ubique sobre el cuarenta por cierto es bueno.Del mismo modo, siempre se puede argumentar que ha votado poca gente y lanzar hipótesis sobre lo que la ausencia en las urnas significa para la vencedora (y únicamente para la vencedora).
Desde luego lo que se espera es relativizar el mandato de cumplir con su programa que haya obtenido Bachelet con su victoria.Desde esta perspectiva, el resultado sería algo así como que el que ganó en realidad perdió y el que perdió en realidad ganó.El mundo al revés, pero bien argumentado.
Como se ve los preparativos están dando para todo. Sin embargo, cualquiera sea el juego que se haga con las explicaciones de los resultados, para lo que más importa lo cierto es que en democracia se decide por mayoría y eso es lo que cuenta.
Por lo demás, lo único que hubiera puesto al sistema político en una verdadera dificultad habría sido que un conglomerado consiga un nítido triunfo al obtener una abierta mayoría en el parlamento y, no obstante, perdiera la elección presidencial. Pero nada de esto es lo que se avizora.
La Nueva Mayoría se está imponiendo en las cuatro elecciones: presidencial, de senadores, de diputados y de Cores. Se está dando la coherencia en los resultados y eso pesa más que cualquier interpretación.
Los estrategas del oficialismo no son tan ilusos como para pasar por alto estos aspectos gruesos que definen el escenario político. En realidad la campaña se ha ordenado, pero no son sus actores visibles ni sus protagonistas quienes están definiendo el rumbo. En realidad, lo que pasa en la Alianza se explica mucho más por la campaña presidencial siguiente que por la que tenemos ahora en desarrollo.
Es el gobierno quien le ha dado consistencia a la candidatura oficialista, y esto empezó a ocurrir una vez que quedó en evidencia que un deterioro excesivo de la candidatura Matthei le sería atribuido a Piñera y le jugaría en contra en un futuro próximo.
La estrategia de desgaste en curso no tiene por función rendir fruto en pocas semanas sino en cuatro años. No tiene como propósito impedir que Bachelet llegue a La Moneda sino que su salida al final de su mandato represente el final de un breve retorno de la centroizquierda al poder.
En otras palabras, lo que desde “algún sitio” de la Alianza se está preparando es “facilitar” el fracaso del gobierno que asuma, tras la ya esperada victoria electoral de la Nueva Mayoría este 15 de diciembre.
Una planificación de este tipo no es un completo despropósito. Tiene una probabilidad de tener éxito. Al fin y al cabo, la necesidad de responder de inmediato a altas expectativas sociales, unido a una economía en desaceleración, contando con un presupuesto muy restringido, no es el escenario más promisorio con el que un gobierno espera asumir sus funciones.
Pero nada de lo que se planifique desde la Alianza por sí sola puede tener el resultado esperado.Se necesita adicionar a las restricciones mencionadas la acumulación de errores propios de la nueva administración. No se fracasa por hacer frente a las dificultades sino por sucumbir ante ellas. Por eso lo que siga de este punto está por verse y corresponde a lo que suceda en el futuro.
Lo central de lo que está ocurriendo es que la derecha parece haberse acostumbrado a la idea de la pérdida del poder. Sabe que no tiene alternativa, que ocurrirá de cualquier forma y eso ha traído –por contraste- una cierta tranquilidad a los ánimos.Hay más resignación que angustia.Lo que queda es volver a intentarlo en la próxima oportunidad y para eso hay que empezar desde ahora.
Sin embargo, ningún intento desde la Alianza tiene destino mientras no sea capaz de mirar de frente sus defectos. No es usual que un sector político termine un gobierno, al mismo tiempo, con buenas cifras y con respaldo minoritario de los ciudadanos. El hecho de que se parezca afirmar que todo ha estado de maravilla excepto que se perderá la elección es algo que no tiene ninguna lógica en política.
La derecha busca el desgaste de Bachelet porque ha sido su propio desgaste político el que la está haciendo abandonar La Moneda. Al día de hoy este sector político parece más concentrado en el deterioro anticipado del adversario que en enfrentar las grandes deficiencias propias.
Sin embargo, lo lógico sería que abordara las fallas estructurales: cultivo sistemático de las diferencias por sobre las acuerdos; falta de plan de gobierno y propensión constante a la improvisación; existencia de vetos internos para afrontar grandes acuerdos nacionales.
No obstante lo más probable es que en la Alianza se vayan, nuevamente, por el camino fácil.
Cuando ha sido tanto el retroceso parlamentario y tan magro el apoyo a la continuidad presidencial, lo sencillo es apostar a un liderazgo fuerte. Esta es la apuesta de Piñera. Consiste en quedar como la única carta en pie, tras la debacle. Pretende que el contraste con lo que viene termine por hacer que el electorado añore su regreso, embellecida su administración en el recuerdo como una época de oro, apreciada en su momento como era debido.
Como casi siempre ocurre, lo más probable es que ninguno de los planes que se han diseñado con cuidado en estos días se pueda implementar al gusto de los creadores. Si algo hemos aprendido unos y otros es que, cuando el país cambia con celeridad, clavar la rueda de la fortuna es un intento vano y desmedido. Las fallas estructurales aprendidas volverán a hacerse presente y a producir efectos.
El que sigue el camino del caudillismo se puede encontrar con otros caudillos en el camino.Si este sector político no aprende a regular sus conflictos, entonces la competencia puede llegar a ser tan dura como se pueda esperar.
En este punto es de toda justicia hacer un reconocimiento. La Alianza ha perdido mucho con el retiro de la actividad pública de Pablo Longueira. Desde hace un tiempo a esta parte los pasos que se dan desde el oficialismo han dejado de corresponder a criterios de largo plazo.
Desde luego, se ha perdido también la fuerza que ordenaba a la UDI quien, a su vez, ordenaba –a veces de manera ruda- al propio gobierno. El pésimo resultado del gremialismo en la elección parlamentaria lo revela, fue el partido que más retrocedió en cuando a número de diputados y el que perdió ambas senatoriales en la Región Metropolitana.
El revés no ha sido solo electoral sino básicamente político.Los líderes del gremialismo ya no despiertan el espíritu de cuerpo de otrora, sino la crítica cada vez más desembozada dentro y fuera de sus filas.
Con estos antecedentes se puede afirmar que el futuro de la derecha sigue siendo incierto y la estrategia del desgaste prolongado no es suficiente para disipar las dudas.