Don Carlos fue el primero en advertir el descalabro que se le venía a la derecha, cuando a fines del año pasado presentó en La Moneda, con informe en mano, lo que él suponía eran riesgos de doblaje de la entonces Concertación y hoy Nueva Mayoría.
Entonces, pidió “mejorar la unión política (entre RN y la UDI) y la renovación de confianzas con el electorado”, tal vez intuyendo que la derecha sufriría un duro golpe en el ciclo político en ciernes, donde se quedó sin libreto ante la nueva hegemonía cultural reinante en el país.
En ese entonces, aún no se producía el reemplazo sucesivo de candidatos presidenciales del sector, sindicado por algunos como una de las razones de la anunciada derrota de la derecha en las urnas.
Ni tampoco Piñera había criticado a los “cómplices pasivos” de la dictadura ni cerrado el Penal Cordillera durante la conmemoración de los 40 años del golpe, logrando aislar a la derecha pinochetista en miras a su campaña para volver a La Moneda el 2017 y marcando una leve alza en su popularidad, a costa del ala más dura de su sector político.
Don Carlos también fue de los primeros en reclamarle al propio Piñera -al inicio de su gestión- su falta de relación con los partidos políticos y, posteriormente, en criticarle al Presidente (de las filas de su partido, pero con militancia congelada mientras esté en el poder) su cercanía con la UDI.
Hasta renunció a la presidencia de Renovación Nacional (aunque sólo por 24 horas), en reproche a la salida del entonces ministro de Justicia, Teodoro Ribera, luego de que se viera vinculado al caso acreditaciones cuando era Rector de la Universidad Autónoma.En esa ocasión, Larraín defendió a brazo partido al entonces ministro, cuyo conflicto de interés generó una crisis política para La Moneda.
A pocos días de las elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales, Larraín volvió a la carga al sostener que fue un error bajar la candidatura presidencial de Golborne, enfrascándose en una nueva polémica con Piñera –que consideró que sus palabras “no aportan en nada”- y con el timonel de la UDI, Patricio Melero, de quien planteó que “no me extraña que salga a decir que el ´jefecito´ Piñera tiene razón”.
Detrás de esta nueva provocación a la UDI -que en la práctica le impuso la candidatura de Matthei a RN, aún cuando Allamand había participado en las primarias al interior de la Alianza-, Larraín además reconoce implícitamente que no deberían ser cuestionables negligencias o actuaciones pasadas de un candidato presidencial.
Ni la omisión en la declaración de patrimonio de las inversiones en paraísos fiscales de Golborne ni su aplicación de cláusulas abusivas y alzas unilaterales en los costos de mantención de tarjetas de crédito, serían para Larraín inhabilidades para ser Presidente de la República.
Con estos dos casos, Larraín da cuenta de su incapacidad –que es la misma que la de su sector- de adecuarse a nuevos estándares de medición de la calidad de la política, acostumbrado a una ciudadanía que no cuestionaba excesos o malas prácticas hoy inaceptables.
A lo anterior se suma que la derecha conservadora -una de las almas que coexisten al interior de la Alianza-, no ha sido capaz de adaptarse a los nuevos temas de la llamada agenda valórica (que en realidad es política), resistiéndose a otras formas de hacer familia, al goce pleno de derechos de la diversidad sexual, a la despenalización del aborto o del autocultivo de marihuana.
Sin proyecto ideológico
Pero la base del retroceso de la derecha es que ya no tiene un proyecto ideológico que ofrecer a la ciudadanía y que la llevó –según las palabras de Jovino Novoa- a gobernar con ideas que no le son propias y que hoy, llevará a parte de su tradicional electorado a manifestarse por un outsider populista como Parisi.
Tras las movilizaciones estudiantiles y sociales del 2011 -que fueron la punta del iceberg del cuestionamiento del modelo económico y político-, el fundamento neoliberal anota un socavamiento gradual y persistente que conduce a la derecha a no tener un discurso en sintonía con las reivindicaciones de derechos que hoy se exigen.
La expresión política que en los noventa prendió en el mundo popular de manos de la UDI y que en la primera parte de la campaña de la derecha Longueira trató de relacionar con el concepto de “centro social”, hoy sucumbe ante un cambio en la correlación de fuerzas, al menos a nivel ideológico (dada la camisa de fuerza del binominal).
Insólitos llamados como los del Secretario General de RN, Mario Desbordes,a la “familia militar” a votar por la candidata del oficialismo evidencian la desesperación de una derecha que probablemente no alcance su piso histórico, por lo que apela al voto duro (que al parecer tampoco estaría dispuesto a apoyarla) frente a un voto voluntario que pone en jaque la adhesión del sector.
Porque, contrariamente a las hipótesis iniciales que se barajaban, el voto voluntario ha movilizado menos a los sectores más informados y con mayores recursos que tradicionalmente se identifican con la derecha. Sus electores resultaron ser más blandos, por lo que la derecha podría verse más afectada por la abstención. Están menos dispuestos a acudir a las urnas, más apertrechados en la arena económica que en la política.
La derecha está avergonzada, como diría Jovino Novoa, quien tempranamente vislumbró que no tenía oportunidades para su reelección y no se volvió a postular como senador, aunque sigue moviendo los hilos de la UDI.
Avergonzada de que un ciclo económico expansivo no se haya traducido en adhesión popular al gobierno.
Avergonzada de que, a pesar de que la Concertación administró el modelo económico y político heredado de la dictadura, hoy sean sus pilares los cuestionados por la sociedad.
Pero no se avergüenza, amparada en el sistema binominal, de su llamado a mantener los 4/7 en el Congreso que le permitan seguir bloqueando los cambios estructurales que Chile necesita.Porque, anticipadamente perdida la presidencial, apuestan por mantener los cerrojos desde el Congreso, su trinchera.
Es esperable que como resultado de su crisis de identidad, la derecha comience a avergonzarse decididamente de su rol en la dictadura cívico-militar y del pacto de silencio que mantienen los militares; de mantener una Constitución de origen ilegítimo y de sus candados institucionales; de haber sido un dique de contención a proyectos de ley de profundización democrática que llevan años en el Congreso; de mantener una espuria relación entre dinero y política, de sus conflictos de interés e inhabilidades.
Y de tener dirigencias como la del propio Larraín, que ha impedido decididamente la renovación de la derecha; la irrupción de nuevos liderazgos más democráticos y transparentes y ha mantenido cooptados a sus militantes por el financiamiento de sus campañas.