Este 5 de octubre se cumplen 25 años del triunfo del No, esa hermosa gesta colectiva que nos permitió reencontrarnos con la libertad y la democracia. Ese día del año 1988 millones de chilenas y chilenos definieron, pacíficamente y sin temor, el rumbo de la Nación al cabo de más de 15 años de dictadura, la que, a su vez, pretendía eternizarse en el poder.
Mucho antes, las fuerzas democráticas habían comenzado un proceso de reencuentro. Se inició con la conformación de la Alianza Democrática, continuó con la firma del Acuerdo Nacional, la constitución del Comité por las Elecciones Libres y culminó con la fundación de la Concertación de Partidos por el No.
Fue un largo período de reconstrucción de confianzas, en el que fuimos reconociéndonos, cultivando la amistad cívica, aceptándonos y respetándonos en nuestras diferencias, y asumiendo los errores cometidos antes del golpe de estado.Entendimos que por sobre los dolores, recelos y sufrimientos había llegado la hora de la cooperación, del entendimiento y del espíritu constructivo para que Chile recuperara su trayectoria democrática.
Todos sabemos lo que ocurrió ese 5 de octubre. Por eso hoy junto con conmemorar es el momento de evaluar y proyectarnos hacia el futuro.
¿Qué trajo al país la victoria del No? Entre otros avances y conforme a nuestra tradición histórica, volvimos a la democracia como forma política legítima de convivencia y restauramos la plena vigencia de los derechos humanos; duplicamos el tamaño de nuestra economía y nos reinsertamos en el mundo participando activamente en los procesos de la globalización; modernizamos nuestra infraestructura vial, social y productiva y disminuimos significativamente la pobreza.
Pero cuidado. La democracia es aliada necesaria de la verdad. Una política sincera no puede ocultar las verdades fundamentales, ni tampoco evitar que a las cosas se les llame por su nombre.Yo tengo claro que aún hay demandas insatisfechas, inseguridades y temores, así como también sé que han surgido nuevas preocupaciones en Chile.
No se trata de ser autocomplaciente o autoflagelante, sino de entender que el proceso de construcción de la obra que iniciamos en los años ochenta, más allá de sus logros y vacíos, no acaba nunca. Por el contrario, nos exige una permanente revisión y un imprescindible perfeccionamiento, para lo cual requerimos de mucha perseverancia para avanzar cada día, sin desmayo, en una paciente labor.
Por eso, y muy especialmente en un momento en que se cuestiona legítimamente la representatividad de nuestro sistema democrático, y cuando la política, sus actores e instituciones han caído en el descrédito, se hace necesario más que nunca recuperar el coraje, la generosidad y desprendimiento con que actuamos en jornadas épicas como la del 5 de octubre para recuperar la fe en nuestra democracia.
¿Por qué no atreverse a pensar que el entusiasmo que recorrió a nuestro pueblo cuando triunfó el No, dando paso así a la democracia, puede reproducirse en otras gestas cívicas como dotarnos de una nueva Constitución, o mejorar la calidad de la educación, o derrotar la pobreza y la desigualdades?
Para ello hoy necesitamos, por sobre todo, una estrecha unidad entre nuestros ideales y nuestras acciones. Que nuestras palabras estén acompañadas por hechos, que nuestro quehacer político diario esté animado por convicciones, que nuestros valores se expresen en políticas concretas y realizaciones palpables. Ésa es la exigencia de la hora presente y que debe estar en el centro de nuestras preocupaciones.
En definitiva, se trata de que con la misma unidad política y moral con que recuperamos la democracia, hagamos que esta democracia sea plena, eficiente y al servicio de todos los chilenos.