No fui partidario de la estrategia de incorporarse al esquema de Guzmán y Pinochet cuando, desde 1985, muchos dirigentes opositores comenzaron a hablar del plebiscito que la dictadura cívico-militar tenía preparado para consolidar su modelo. Siempre he creído que a las dictaduras se las derroca y no se las derrota, como dijo alguna vez Belisario Velasco.
La discusión opositora encontró tres bandos: los que querían seguir este camino; los que queríamos la opción de la desobediencia civil y la no violencia activa y los que optaban por la vía armada.
Manipulados por los medios de comunicación y debidamente atemorizados en sus diálogos con aquella derecha que sirvió de sustento “moral y político” a la dictadura, los dirigentes opositores desarrollaron una conducta que en las páginas de ANÁLISIS llamé “ochentaynuevismo”, que se expresaba en la debilidad para confrontarse con la dictadura y la necesidad de acomodarse para buscar un espacio en el diseño de democracia restringida (“protegida” dijeron ellos, “aparente” la he llamado yo) de la ilegítima constitución vigente, de modo de lograr un pacto que les asegurara la posibilidad de un gobierno, aunque no el poder real.
Si en 1985 hubiésemos acordado una estrategia política confrontacional, sin mediar el atentado contra Pinochet que asustó a pinochetistas y opositores, el rumbo de los acontecimientos habría sido distinto. Pero no lo fue, porque el miedo de esos dirigentes era morir en el intento, no sólo morir físicamente – que hubiese sido lo de menos en un Chile con tantas víctimas – sino morir en el sentido de no garantizarse sus espacios para vestirse de los oropeles de los cargos.
Me inscribí en los registros electorales el último día. Acepté votar. Recuerdo haber explicado a un pequeño grupo de militantes DC mi postura.
Sucederá, les decía, que con esta opción tomada, el triunfo del SI tendrá como resultado que no podremos luchar por derrocar al dictador que haya ganado en las urnas y el triunfo del NO garantiza a los partidarios de la dictadura la vigencia de su Constitución en lo fundamental, la consolidación del modelo político, económico y social y el control del poder real.
Expresaba en aquella oportunidad mi inquietud por el curso de los acontecimientos: una generación de jóvenes frustrados, la pérdida de la esperanza, el descrédito de la política, la dificultad para hacer reformas verdaderamente significativas. Veía un cuadro de agitación y desesperanza.
Alguien me dirá, pero es que en 1988 no había otra posibilidad, ¿qué hubieras hecho tú? Por cierto, en ese momento era así, ya era tarde. Una estrategia por construir una democracia verdadera debía adoptarse antes, pero sus dirigentes no quisieron y prefirieron negociar. Lo propusimos, pero nos acallaron.
Porque ya no había otra opción y había que optar por el mal menor, me inscribí en los registros electorales; por eso ayudé en algo – no mucho – en la campaña electoral y por eso el día del plebiscito estuve activo como coordinador (en mi sector territorial) del comando del NO con las fuerzas militares.Esa noche salí a recorrer las calles. No me sentía contento. Al día siguiente fui a trabajar y no salí a celebrar en la Alameda. Fui al Parque dos días después, pero estaba inquieto.
E inquieto he estado todos estos años. Porque el pacto entre esos opositores y los partidarios del modelo de Pinochet y Guzmán sacrificaba mucho, aunque también significara avances.
Es verdad que algunos de esos progresos han sido muy importantes, pero un cuarto de siglo después seguimos constatando que hay un alto porcentaje de chilenos que sigue adhiriendo a los postulados del pinochetismo más duro, revestido hoy de caras sonrientes. Y que una generación de adultos jóvenes vive ciertas frustraciones y descontentos básicos.
¿Votaste por el SI o por el NO? Es decir, ¿querías que Pinochet siguiera tan campante o que su régimen se consolidara sin él en el mando total? ¿Esa era la opción del pueblo? No, por supuesto que no, porque los dirigentes revistieron su estrategia con una linda propaganda y promesas que siempre supieron que no iban a cumplir. Si un mérito tiene esa campaña es que disminuyó el miedo.
Pero no magnifiquemos, no fue el fin de la dictadura, no fue el fin de Pinochet. Se ha dicho que el plebiscito ponía término a la dictadura. Eso no fue cierto.
Y aquí está el régimen consolidado, con la mitad del Congreso Nacional defendiéndolo y una buena parte de la otra mitad buscando mantenerse en los cargos por la mayor parte del tiempo, no dispuestos a renunciar a espacio alguno ni a las nuevas ideas ni a las nuevas generaciones ni a otros sectores culturales.
Dirigentes que tendrían que haberse inhibido de participar en una democracia por sus conductas en torno al tema de los derechos humanos, han sido – son todavía – ministros, senadores, diputados, alcaldes, concejales y quieren seguir en lo mismo.
Mientras, las esperanzas de un pueblo de que las cosas sean diferentes, que haya justicia, trabajo digno y bien pagado, libertad real para todos, siguen pendientes. Los enclaves de los mismos de siempre les siguen garantizando riqueza y bienestar a sus pequeños grupos.
Hemos avanzado en estos 25 años. Pero no hemos construido la democracia de verdad ni tenemos la justicia necesaria.
La campaña de 1988 fue estética, bonita, valiente para personas como Patricio Bañados, aliviadora para los que vivíamos el estrés de los derechos humanos. Pero pudo haber sido mejor.
Hoy es posible dar saltos. Por ejemplo, 25 años después, podremos votar por quien queramos y no por males menores. Ya no tendremos que elegir entre opciones desesperadas y pensar que si no votamos podemos legitimar la continuidad del tirano.
Hoy podemos votar, después de 25 años, para expresar rebeldía. Y tal vez esperanza. No para esta elección, que la ganarán los mismos de siempre – mismas se debiera decir -, sino para mirar la esperanza de un entendimiento de otra naturaleza, donde nos pondremos de acuerdo en cosas trascendentales para construir una democracia en la que el poder se transforme en participación.
Pero reconozcamos, 25 años después, ahí estamos con los de siempre. 25 años después, no todo es alegría.25 años después dan ganas de soñar de nuevo y, sin volver atrás en la historia, dar un salto para sentir que la primavera vuelve a abrirse paso.