22 sep 2013

¿Nunca más?

¿Nunca más? ¿No ha escuchado la repetición una y otra vez de este enunciado o desiderátum por aquí y por allá? Por cierto. Para algunos se pronuncia con dificultad, casi como por obligación mediática o electorera, y después de muchos años, como no pues. Casi como a regañadientes.

Más aun, una candidata presidencial de la derecha, se despacha los típicos dichos de siempre de aquellos que fueron adalides del pinochetismo cívico-militar: pero oiga, estamos en “fiestas patrias”, como se les ocurre seguir con esas odiosidades o divisiones entre la gente de bien, echan a perder la fiesta y la comilona ocupados con eso de recuperar a sus seres queridos aún desaparecidos, u ocupados con pedir verdad y justicia, recargando al Poder Judicial.

Por eso, ¿se ha preguntado, en qué sentido afirman el “nunca más” esos sectores, incluidos algunos miembros de las FFAA?¿Acaso basta que lo digan y nada más?¿No es eso algo demasiado fácil?¿No tendríamos como ciudadanos que ser más exigentes e inquisitivos con los “nunca más” que van y vienen?

¿Qué puede querer decir en boca de adalides y cómplices pasivos de las violaciones a derechos humanos? ¿Aquellos que aún hoy, a estas alturas, intentan justificar lo injustificable aduciendo el desabastecimiento, la reforma agraria, o la larga presencia del líder cubano en el país?

O, como hace tiempo ya, seguir jugando al pseudo empate moral-político.Nosotros ejecutamos sin debido proceso; tiramos a otros al mar; exiliamos a muchos; torturamos inmisericordemente a otros etc., pero Uds. horror de horrores, mantienen relaciones y a veces viajan incluso, a la isla de Cuba, China comunista o Corea del Norte o cualquier otro país habitado por monstruos indeseables.

Por eso pareciera que no basta con decir “nunca más”, como tampoco bastan los reiterados y gastados llamados a la “unidad”.¿Unidad de qué, entre quiénes y para qué? ¿De qué “unidad” se está hablando y de cual “nunca más” entonces?

Este es uno de los problemas permanentes de nuestra política realmente existente, la inexistencia de procesos deliberativos en los cuales puedan darse lo que los griegos llamaban isegoría e isonomía.

Isonomía, es decir, procesos en los cuales haya igualdad entre los participantes frente a las mismas leyes. Isegoría, esto es, igualdad en el acceso al ejercicio de la palabra pública.

En nuestra democracia a medias tenemos una cierta igualdad formal ante la ley, pero no tenemos claramente la posibilidad de un ejercicio cabal de la isegoría, porque los medios y espacios públicos están concentrados en muy pocas manos.

Y esto es clave y fundamental para reconocer la existencia, formación y expresión de una voluntad y soberanía popular que no sea expresión de la manipulación, del poder del dinero o de los poderes fácticos.

No hay deliberación de puntos de vistas, de miradas mas profundas, paradigmáticas; no tenemos un ejercicio cabal de una razón pública y critica en torno a argumentos, sensibilidades, experiencias y conocimientos. No es algo que se valore. Porque claro los valores centrales en nuestra sociedad son: competitividad, eficiencia, funcionalidad o utilidad.

Por eso lector no hay expresiones o palabras inocentes o neutras en el ámbito ético-político. Hay que conectarlas con los intereses que tienen – de manera clara u oculta- aquellos que las usan en el día a día.

Después de tantos años sigue siendo pertinente no olvidar aquel adagio de Alicia en el País de las maravillas: “las palabras significan lo que dicen los que mandan”.

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