En una crítica sobre una serie norteamericana sobre el poder político, el comentarista resalta en ella esta frase altamente inquietante.
Siempre que está ejerciéndose el poder, genera residuos que son evacuados hacia sistemas de cloacas o alcantarillados, que deben ser destapados sistemáticamente para que fluyan “limpiamente”.
De lo contrario, pueden obstruirse e inundar todo con restos y olores nauseabundos.
Se parece a lo planteado por Bauman, cuando habla de la cultura de la tolerancia a los “residuos humanos”, que dejan los “daños colaterales” del avance implacable del actual modelo de crecimiento y desarrollo global.
Es decir, no sólo el poder político generaría residuos tóxicos y contaminantes, sino también el poder económico, y en general cualquier otro uso de poder que deshumanice y despersonalice.
Por las alcantarillas del poder, fluyen la corrupción y los abusos, arrastrando los restos de pobres, marginados y excluidos.
La indignidad y la violencia contra la vida utilizan también esas alcantarillas.
Por allí corre una sustancia oscura y pegajosa con cadáveres de asesinados, niños muertos por “balas locas”, restos calcinados en nuestras favelas de la pobreza, muertos de frío y restos de abortos.
Durante décadas, algunos poderosos sin escrúpulos en el manejo del poder político y económico, junto a otros que desprecian la vida, con la ayuda y la indiferencia silenciosa de muchos, construyeron eficientes sistemas evacuadores. Hoy, atascados, resultan insuficientes como redes de “limpieza”, y los restos malolientes, emergen a borbotones contaminando la ciudad.
A veces es tan insoportable el hedor, que la población se decidió personalmente a comenzar una limpieza ante la ineficiencia de los servicios destinados a esta tarea.
Cientos de miles decidieron que llegó el momento de combatir a instituciones, personas y procesos generadores de la putrefacción.
Sólo el poder del amor y el servicio, no generan residuos de muerte. Los hacen desaparecer.Iluminan espiritualmente la vida, favoreciendo su creación.