El término tan repentino como espectacular de la candidatura presidencial de Laurence Golborne, para ser inmediatamente reemplazado por Pablo Longueira, contiene en si misma innumerables y persistentes señales políticas.
La primera y más evidente es que “la mujer del César no sólo debe serlo, sino que parecerlo”, pues las explicaciones del ahora ex candidato en el caso de las alzas unilaterales de las tarjetas Jumbo Más, perjudicando a más de 600 mil personas y su improvisada pero inconsistente respuesta a la no declaración de una cuenta de su propiedad, bajo el nombre de una empresa de fantasía en las Islas Vírgenes Británicas, rubricaron una campaña vacía, sin contenido, fantasmal. Un modelo que emulaba la caricatura del “correcaminos”, rauda e incesante, incapaz de lograr un mínimo de quietud en algún lugar, pero sin propuesta. Un caso de completa ausencia de temas-país.
Una situación enteramente paradojal. El partido más integrista y conservador del país con una candidatura vacía, sin bases programáticas de sustentación. En suma, una especie de holograma.
Luego de ello, la propia actitud del afectado, pensar que se puede postular a la Presidencia de la República como si ello fuera un juego, como si se pudiera hacer lo que la sola voluntad y deseo de cada cual indicara, sin responder de su trayectoria y pasado; entre tales aspectos decisivos, las resoluciones tomadas afectando a miles de personas en condición de gerente general del más importante conglomerado del retail del país.
Hay, evidentemente, una desvalorización del rol de lo público. Una suerte de “ninguneo” de la acción política entre este grupo de tecnócratas y gerentes, que se ven ellos mismos como “iluminados”, con una mirada de menoscabo y desprecio a la opinión de la comunidad, al punto que piensan que se puede actuar impunemente sin dar cuenta de sus responsabilidades recientes.
Revalorizar la política tiene como condición necesaria el restablecimiento de los valores de la ética política que son fundamentales. El “llanero solitario”, el “jovencito” intergaláctico o el corajudo policía encubierto, son personajes exclusivos de las películas.
El ideal de aquel que se aventura para imponer su voluntad a los demás con su audacia y dinero es una idea y un concepto que corrompe profundamente el sentido mismo de la acción política.
La razón es muy de fondo: el sentido de la política no es el beneficio personal, sea este a través del enriquecimiento propio o de la fama en los medios de comunicación; para eso es la farándula, los negocios o el deporte de alta competencia. En el fútbol de hoy, por ejemplo, un muchacho humilde puede, legítimamente, pasar a ser millonario, si tiene la destreza y el vigor físico esencial e irremplazable, así como la autodisciplina para no consumirse en el “carrete”.
Como es obvio, el sentido de la política apunta en otra dirección. No son ni comparables ni equivalentes. El dinero puede corromper a un político y la fama lo puede trastornar, alejándolo de las raíces profundas del sentido de su presencia en la acción política.
El episodio que denomino “auge y caída de un cometa” es, precisamente, el de la efímera trayectoria de una persona que se pensó con las aptitudes para dirigir la nación y que, muy por el contrario, se encontraba lejos de haberse dotado de los atributos, del bagaje y la experiencia requeridos para hacerlo. Por eso le sucedió lo que todas y todos sabemos.
Un paso fugaz por el firmamento y de su tránsito por la política, en cuanto a patrimonio de ideas y de influencia intelectual, no quedará nada.
Lamentablemente, el debilitamiento de la política expone al país al surgimiento de estas situaciones. El extremo individualismo genera estas manifestaciones. Opciones personalistas que sin ningún respaldo societal, sean con militancia en un partido político o sin ella, que tienen una sola meta: generar un impacto mediático que las coloque en la nómina del próximo sondeo y de allí “a probar suerte”.
En años recientes, mucho se especuló con el llamado “paradigma de la eficiencia”, la creencia de que un grupo de “caras nuevas”, provenientes de las empresas y servicios de los conglomerados económicos, los estereotipos del individualismo pragmático vendrían a resolver los problemas de burocratización del aparato público y lo reconvertirían en un modelo de excelencia tecnocrática.
Por ello, la administración Piñera llegó rodeada de un anchísimo cinturón de estos elementos que despreciaban la experiencia adquirida y la participación social. Hoy, el grueso de ellos, ya se embarca en estudios, empresas y bufetes privados, sembrando la cantinela que los “viejos políticos” no les dejaron hacer las maravillas que se proponían realizar.
Una suerte de refundación tecnocrática de la sociedad promovida desde el piñerismo se desploma junto a su ejecutivo más exitoso, el otrora poderoso gerente general de Cencosud. La política fue demasiado compleja para ellos. Aquello que despreciaban resultó ser, finalmente, el factor que los derrotó, la política.
En consecuencia, para el futuro de la democracia chilena, reponer la validez de los proyectos colectivos y de la responsabilidad política se transforma en una tarea fundamental. Se trata de un proceso social, no de una iniciativa mesiánica, por muy iluminada que sea la persona que la impulse o proponga. No es, tampoco, una acción vertical, pues los males de la democracia se sanan con más democracia.
Revalorizar la política significa que el concepto mismo debe redimensionarse. Se trata de una tarea con la sociedad, que emana de un compromiso profundo con la comunidad, que se expresa en una responsabilidad fundamental hacia la correcta dirección de los asuntos públicos y que, en consecuencia, repugna y rechaza cualquier afán de aprovechamiento individualista, por el sentido mismo del compromiso político.
No es una actividad de provecho personal, es una vocación de interés nacional y servicio a la comunidad. La política es un proyecto colectivo, por el bien común, la paz social y el ejercicio de la dignidad esencial que a cada persona le es inalienable y que se expresa en la búsqueda permanente de la justicia, la igualdad y la libertad.
La frivolización que hemos vivido en Chile en los últimos años, en que se pretende desde los negocios de algunos dirigir los asuntos del país, provoca un grave daño a la democracia y al sentido mismo de nuestra vida como comunidad nacional.
Es un objetivo imperioso el que seamos capaces de rectificar, fortaleciendo la institucionalidad política del país y los valores éticos en que se funda el sistema democrático, como la mejor opción de estabilidad y progreso para Chile.