Hay dos panes / Usted se come dos / Yo ninguno / Consumo promedio: Un pan por persona, nos recuerda Nicanor Parra, mientras las estadísticas siempre nos hablan de un país virtual.
No sólo el INE nos puede explicar la realidad en cifras, también existen organismos alternativos. Por ejemplo, la última encuesta del Centro de Estudios Aníbal Donoso (CEAD) exhibe dramáticas cifras en el ítem “situación de calle / extinción” para la ciudad de Valparapuerto”. Fundado por el colectivero Aníbal Donoso en 1963, estos estudios publicados cada año bisiesto otorgan un panorama descarnado de las necesidades y realidades sociales.
Este enfoque del CEAD sacó a la luz altas tasas de “Amenazados de extinción por cada 100 habitantes”. En Valparapuerto, de cada centenar de los sin casa, el 0.4% es un dinosaurio. De ese porcentaje, un estremecedor 0.004% es un tiranosaurio y un 0.005% es un pterosaurio. No reciben atención o cuidado de instituciones de caridad y suelen encontrar albergue en improvisados hogares de ciudadanos u ocupando terrenos baldíos.
“No queda más que tomarse un terreno y erigir una promisoria vivienda”, confiesa Roberto Astudillo, un tiranosaurio que casi al final de la Avenida Francia recíbe a CEAD en su improvisada morada. “A pesar de todos los tropiezos que a uno lo llevan a vivir en la calle, no falta en Valparapuerto el vecino o el barrio que te integra de alguna manera”, afirma a los estudiosos del organismo.
Descendiente de los primeros gigantosaurios que arribaron a Sudamérica a fines del cretácico, señala que cuando las señoras en los barrios ven menos roedores y perros vagabundos, relajan la desconfianza y lo aceptan tal cómo él es.
Alejado de los suyos, casi no recuerda esos años en que trabajaba para la marina mercante y exhibía solvencia. “Cuando llegábamos a Sapporo, en Japón, me rodeaba de niños y fuerzas especiales porque me confundían con Godzilla, pero al oír mi portuñol se daban cuenta que sólo era un lejano parecido”, sostiene aferrado a la comicidad.
Consultado por cómo pudo llegar a vivir esta situación de calle, Astudillo no encuentra una explicación única. “Se juntan las cosas, malas rachas y… caerse al frasco de leche de burra, siempre me costó evitar ese exceso con los muchachos del cerro Monjas, fui hasta presidente del club deportivo ¿sabe?”, sostiene al CEAD.
El mismo Roberto, condujo calles arriba a los encuestadores para presentarles a su amigo Jacinto, un pterosaurio que aloja por ahora en el taller de un mecánico restaurador de autos clásicos.
Los hombres de cifras del CEAD no tardaron en impregnarse del humus de su situación: “Trabajó por años para el circo Águilas Humanas hasta que el SAG lo descubrió, de ahí que no encontró más trabajo”, dicta la ficha elaborada.
A pocos metros, ellos escuchan su tos de pterosaurio, él los recibe con sonrisas.“Hace dos meses que lo encontré en muy mal estado en calle Chacabuco y me lo traje no más”, interrumpe el mecánico a los del CEAD, quien por años enriquece su oficio con esta labor caritativa. “Cuando se mejoran los dinosaurios, me los llevo al parque que la CONAF tiene en lago Peñuelas, ahí trabajan entreteniendo a los visitantes”, agrega.
Jacinto, el pterosaurio, pide un cigarro, se endereza sobre el catre y recalca a los encuestadores que fue el primero, aparte de los insectos, que desarrolló la capacidad de volar.
“Nunca duré mucho en los trabajo, a la semana me agarraba a combos con el jefe o un compañero por cualquier tontera”, sostiene y confirma las teorías sobre esa sangre caliente que los de su especie siempre habrían tenido.
En su provisoria residencia, sostiene, haber sido la primera víctima del fundamentalismo de los defensores de los animales. “No me iba mal en el circo, pero un reclamo de una ONG me sacó de las pistas y estoy sin un peso… desde que dieron Jurasic Park, que no veo una, ésa fue mi última pega decente, en un caracol de calle Victoria, ahí vendía figuritas”, resume al vuelo, los del CEAD apuntan.
“No me puedo quejar, el mecánico acá me salvó de morir de frío y apenas me recupere le voy a ayudar con los mandados…hasta me pasa pintura que le sobra para que me entretenga”, agradece.
Jacinto y Roberto, piden a los del CEAD cruzar la calle hacia un lote de autos destartalados. Ahí les muestran las obras del pterosaurio Jacinto, quien figura como “empleado” para el INE.
“Éste sólo mata el tiempo pintando en las maletas o puertas de los coches, que el mecánico adquiere para buscar repuestos”, observan los investigadores. “Aprendió el arte del aerógrafo, pero le salen sólo dibujos medios heavy metal”, les explica Roberto sobre el “trabajo” de su amigo.
“Apenas me cure el ala, pienso trabajar pintando carteles para las panaderías”, nos dice un esperanzado Jacinto y consciente que su talento lo puede sacar de la situación de calle para frenar su extinción.
Roberto, el tiranosaurio, ya está los domingos ganando unos pesos repartiendo volantes como doble de Barney en Avenida Pedro Montt: “Si no resulta, me voy al lago Peñuelas, no más”, asevera pragmático para enriquecer las cifras que manejan los investigadores del CEAD y que al INE se les escapan.